miércoles, 27 de julio de 2016

Pierre Lemaitre, Vestido de novia

Fotografía de Gail Albert Halaban.
La vida de Sophie Duguet ha cambiado desde que murió su madre y, poco más tarde, su marido. Es consciente de que está loca. Comete un asesinato y luego otro pero no recuerda nada de cómo lo ha hecho: está loca. Sin embargo es capaz de escapar de la policía durante meses hasta que encuentra la escapatoria definitiva; una nueva identidad y una boda con la que conseguir un nuevo apellido. Fin de la primera parte y cambio de perspectiva narrativa. Resulta ahora que desde hace unos años un hombre ha ido espiando y manipulando la vida y cada uno de los actos de Sophie hasta conseguir que ella se sepa completamente loca. Fin de la segunda parte. En la tercera y en la cuarta veremos como la vida de Sophie y la de Franz (su manipulador) se encuentran...
Lo normal en un thriller es que la tensión y el suspense se vayan incrementando a medida que el relato avanza alcanzando al final el momento de máxima intriga. Sin dejar de ser una novela entretenida, no sucede así en Vestido de novia, que tras un magnífico inicio, acumula tal cantidad de giros y sorpresas que el lector acaba extenuado. Lo propio del género es dosificar los giros de manera que lleguen en momentos inesperados y pillen al lector con la guardia baja y la sorpresa y el suspense le dejen noqueado durante un buen número de páginas que devorará ansiosamente e, incluso, muerto de miedo. En Vestido de novia el suspense se derrocha con tal generosidad que ninguna nueva noticia conmociona al lector, quien - no por ello se aburre - disfruta en todo caso de una novela que se lee bien, pero que resulta fallida pues la inverosimilitud (la hay cuando cada página contiene una sorpresa) es incompatible con la novela criminal como el agua con el aceite. Vestido de novia, pues, es una novela con un excelente comienzo que decae en un relato eficaz, en tanto que entretiene, pero torpe, en tanto que pretendiendo ser un relato de intriga mata la intriga con una sobredosis de casualidades y tirabuzones que el lector espera prevenido sabedor de que cada párrafo esconde una curva. Lejos de los maestros norteamericanos y escandinavos.
Vestido de novia, publicada en Francia en 2009, llegó a España en 2014 a raíz del éxito de Nos vemos allá arriba. Se ha construido a partir de ahí un prestigio publicitario en torno a Pierre Lemaitre que ha llevado a la publicación de otras de sus novelas antes desconocidas en España. Nos vemos allá arriba y Vestido de novia ponen de manifiesto la capacidad, de buen escritor, de Lemaitre para escribir novelas muy diferentes, con estilos diferentes, consiguiendo entretener al lector en ambos casos.

martes, 19 de julio de 2016

Paul Auster, El libro de las ilusiones

La vida de David Zimmer, el narrador de El libro de las ilusiones (2002; Anagrama, 2003) - que tiene la misma edad que Paul Auster y en El palacio de la Luna (1989) apareció como amigo de su protagonista -, cambió el 7 de junio de 1985 cuando su mujer y sus dos hijos murieron en un accidente de aviación. El alcohol ocupó, desde entonces, una parte importante de la vida de este profesor universitario, hasta que una escena de cine mudo en un documental le hizo sonreír. Esa sonrisa le devolvió la ilusión por la vida y decidió investigar sobre el desconocido actor protagonista de esa escena. El actor es Hector Mann, que desapareció sin dejar rastro en 1929 - es razonable darle por muerto - y cuyo filmografía se encuentra repartida entre distintas filmotecas norteamericanas y europeas. Zimmer decide entonces estudiar las diez películas de Mann y, fruto de su trabajo, publica en 1988 un libro sobre ellas, sin indagar en la biografía del actor. Meses después de la publicación del libro recibe una insólita invitación para viajar al rancho de Nuevo México donde reside el desaparecido actor. Ante las reticencias de Zimmer y la salud delicada de Mann, una mujer se presenta en casa de Zimmer para conminarle a viajar al rancho. Alma Grund, de edad semejante a la de Zimmer, vive desde que nació en el rancho de Mann y escribe la biografía del actor a partir de su testimonio y sus diarios.
El relato de la biografía de Mann desde su desaparición en 1929 - sus fortunas y adversidades, sus identidades diversas, los azares que marcaron su vida - constituye una parte sustancial de El libro de las ilusiones. Resulta además que desde que Mann se instaló en el rancho rodó doce películas que nadie conoce. Zimmer tiene ahora la oportunidad de verlas antes de que sean destruidas. Apenas tiene tiempo David de conocer a Mann, pues el anciano actor muere la noche de su llegada al rancho. De manera que, a la mañana siguiente, sólo puede ver una de las películas, La vida interior de Martín Frost. Ocurren luego una serie de giros que explican el final de la novela, que Zimmer escribe en 1999, y por qué tenemos la oportunidad de leerla.
Encontramos en El libro de las ilusiones temas, técnicas y juegos narrativos habituales en la novela de Auster; la importancia del azar y la casualidad en la vida (negación de la causalidad), la confusión entre la realidad y la ilusión, cuando no lo mágico, la permeabilidad entre lo real y lo ficticio, las referencias metaliterarias, los juegos de identidades, el relato dentro del relato (la historia de Zimmer es el marco para el relato de la de Mann que sirve, a su vez, de marco en el que insertar los relatos de los argumentos de sus distintas películas - especialmente La vida interior de Martin Frost que, con el mismo titulo y argumento sería llevada al cine por Auster en 2007 -)...
Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) es, seguramente, el escritor estadounidense vivo de mayor prestigio internacional. Sin embargo, parece que causa o bien adhesiones fervorosas por su obra, o bien opiniones bastante menos entusiásticas que consideran de valor desigual sus distintas novelas. En mi opinión, los muchos giros del azar hacen bastante inverosímil El libro de las ilusiones y la historia de Zimmer, que es la que me genera interés - es evidente, claro, que la intención de la novela es otra más "culta" - queda desdibujada en la de Mann en tanto que la de Martin Frost y las otras películas de Mann resultan más bien pesadas. De cuanto he leído de Auster, me sigo quedando con Mr. Vértigo.

lunes, 11 de julio de 2016

Vicente Valero, Las transiciones

El narrador de Las transiciones recuerda ahora, veinte años después, el día lluvioso de febrero de 1996, en que asistió al funeral y al entierro de uno de sus amigos de la infancia. Superando la pereza que siempre anima a no asistir y con el confort que causa haber acudido, el funeral supone para él el reencuentro con la familia del fallecido - su hermana Amelia, que durante unas semanas fue su novia y a la que besó cuanto le dejó, su abuelo, don Alfonso, a quien creía hacía mucho tiempo muerto - y con los amigos; Antonio, gerente de uno de los hoteles de la familia de Ignacio, el fallecido, y Julio, amargado profesor de matemáticas en el mismo colegio de curas donde se educaron. De modo que el recuerdo de aquel día le lleva a los recuerdos que aquel día propició; los de los cuatro amigos del colegio, saliendo de la infancia al tiempo que moría Franco.
Los recuerdos se centran en aquellos días de noviembre, tenían doce años, en que les pillaron traficando en el colegio con revistas guarras y aquel jueves en que iban a ser castigados pero no hubo clase porque Franco había muerto de madrugada. Y, luego, en la campaña electoral, la segunda, de marzo de 1979. Para esa primavera Ignacio ya había iniciado el camino que, por el sendero de la droga, convocaría a todos en el funeral del 96.
Nos reencontramos en Las transiciones con la prosa exquisita y delicada, de oraciones y párrafos largos, pero al mismo tiempo contenida y sugerente, de Vicente Valero, que conocemos ya de sus anteriores Los extraños y El arte de la fuga. Como Los extraños, otra lectura gozosa que nos habla de asuntos entrañables; la transición a la vida que supone la adolescencia - que, para quienes pertenecemos a la generacíón de Valero, coincidió con la transción de España a la democracia, de manera que el país y nosotros fuimos adolescentes a un tiempo -; los recuerdos de entonces, los amigos de entonces, la separación posterior de los amigos por distintos caminos, el reencuentro con los amigos pasado el tiempo...
El resultado es otro excelente relato en el que Valero vuelve a optar por la brevedad. Sin embargo, y sin caer en el derroche de papel que otros hubieran sacado de esta madeja, queda la sensación de que bien podría Vicente Valero haber profundizado más, sino ya en el recuerdo de la adolescencia en aquellos últimos años setenta, si al menos en cuestiones como; cómo y por qué, inevitablemente, aquellas fuertes amistades se pierden a medida que se bifurcan los caminos, cómo y por qué, azarosamente, los caminos se bifurcan (Ignacio invitó al narrador a unirse a sus nuevos amigos y su nueva vida de motos, drogas y divesión, ¿por qué no le siguió?, ¿cómo determinó eso su vida?), cómo y por qué quisiéramos siempre recuperar a aquellos amigos (el reencuentro es feliz, sugiere Valero, quizá porque lo sitúa en un ámbito insular donde, más o menos, todo el mundo sigue teniendo alguna referencia de todo el mundo, pero ¿cuántas veces cuando ese reencuentro se produce no nos deja la constancia de que no tenemos nada que decirnos con quien nos fue tan íntimo?), cómo y por qué, desgraciadamente, todos sabemos que, aunque huímos de la muerte y tenemos esperanzas de una vida larga, todos sabemos que, digo, no podemos reunir a nuestra clase porque no hay grupo en el que alguno de los viejos amigos no se haya ido al país de la muerte (tomo el verso de Luis Alberto de Cuenca) por culpa de la droga o de un estúpido accidente o una enfermedad fulminante - aquel compañero de pupitre, siempre risueño, confidente de secretos vitales, que reposa ahora junto a Ignacio... -. Nada hay que reprochar a Las transiciones y, sin embargo, nada habría que reprocharle si hubiera envuelto algo más al lector en todo aquello que le sugiere.
Periférica, en su décimo aniversario, ha elegido con acierto Las transiciones para el número cien de su catálogo.

domingo, 3 de julio de 2016

Jerónimo Tristante, El misterio de la casa Aranda

Alson Skinner Clark, Puerta del Sol, Madrid (1909).
Hay en El misterio de la casa Aranda (2007) algunos elementos un tanto inverosímiles y otros quizá faltos del máximo rigor histórico, pero ninguno de ellos resulta incoherente ni queda fuera de lo que podemos considerar razonables licencias literarias. En consecuencia, El misterio de la casa Aranda es una entretenida novela en la que Jerónimo Tristante (Murcia, 1969) ha combinado con acierto y adecuadas proporciones diversos ingredientes. A saber, la recreación de un contexto histórico, la divulgación científica, el mundo esotérico, un libro causante de un terrible misterio, el amor entre personajes de distintas clases sociales, las sorpresas en el desenlace, el final feliz... que aderezan la base del plato, una novela policiaca clásica (una intriga racional, un investigador - el joven subinspector Víctor Ros - dotado de una clarividente inteligencia superior, que emplea en su investigación tanto su intuición como la aplicación de los modernos adelantos científicos y que, resuelto el caso, se luce explicando lo sucedido a los demás personajes y descubre entonces alguna carta que había guardado en la manga, el origen extranjero de los delincuentes...).
Madrid, 1877. En la casa Aranda una mujer ha intentado matar a su marido. Lo mismo ocurrió diez años antes con otro matrimonio y con otro cincuenta años antes. En los tres casos las mujeres actuaron después de leer un fragmento concreto de la Divina Comedia. Se diría que la casa está encantada. Paralelamente, Víctor Ros descubre que veintisiete mujeres (todas menos una prostitutas) han sido asesinada en los últimos dos años apuñaladas en un costado y con treinta reales en el bolsillo. En su investigación colabora un excéntrico aristócrata millonario que inicia a Ros en los caminos de la investigación científica (dactiloscopia, anatomía...).
El resultado, como se ha dicho, es una entretenida novela policiaca apta para todos los públicos, de tono decimonónico y cierto aroma folletinesco, que mejora a medida que avanza la trama y el narrador abandona si inicial intención de darnos una didáctica explicación histórica.
El misterio de la casa Aranda es la primera de las, hasta ahora, cinco novelas protagonizadas por Víctor Ros, cuyas aventuras han sido adaptadas en una serie televisiva emitida por Televisión Española en 2015 (se espera la segunda temporada para el otoño de 2016).
El capítulo I, titulado El misterio de la casa Aranda:

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