sábado, 25 de junio de 2016

William Maxwell, La hoja plegada

Estudiantes de una fraternidad universitaria en los años 20.
Las novelas de William Maxwell  (Lincoln, Illinois, 1908 - Nueva York, 2000) constituyen uno de los pilares sobre los que el catálogo de Libros del Asteroide ha fundamentado su justo prestigio. Volvieron como golondrinas; el tierno relato de los dos hijos y el padre que pierden a su madre y esposa. Adiós, hasta mañana; el relato conmovedor desde la vejez de cómo y por qué el protagonista perdió a su mejor amigo en la adolescencia...
La hoja plegada (1945; Libros del Asteroide, 2007) explora también en la amistad adolescente. Su protagonista es Lymie Peters, un chico alto y esmirriado, con escasas dotes para el deporte pero buen estudiante, huérfano de madre, que vive con su padre, que tiene cierta tendencia a beber. Ambos comen juntos cada día en un restaurante cercano a su pequeño y triste hogar.
Iniciado el curso - Chicago, 1923 - se incorpora a la clase de bachillerato de Lymie un nuevo alumno. Spud Latham es el muchacho perfectamente musculado que siempre es el mejor de todos en cualquier deporte. Spud vive enfadado con el mundo como consecuencia de haber tenido que abandonar Wisconsin. Sin embargo, tiene una agradable familia que acoge con cariño la presencia de Lymie en su casa. Pronto nace la amistad entre Lymie y Spud. Una típica amistad adolescente entre muchachos muy distintos - tanto que resultan complementarios - que les hace inseparables y que se refuerza cuando sus cuerpos se rozan con naturalidad.
La amistad continúa cuando, más tarde, Lymie y Spud son alumnos de una universidad de Indiana y lleva a Lymie a estar siempre pendiente de Spud, hasta el punto de sujetarle la toalla cuando sale de la ducha en el vestuario del gimnasio. En clase, con Lymie se sientan dos amigas, Sally Forbes y Hope Davison. Sally acaba siendo novia de Spud. Lymie, Spud y Sally salen juntos, y felices, con frecuencia. Pero los celos nacerán en Limie cuando Spud se incorpora a una fraternidad universitaria (algo así como un colegio mayor, aunque algo más que un colegio mayor) y abandona la habitación con una sola cama que ambos comparten en una pensión para estudiantes. Se producirá un distanciamiento entre los amigos y entonces Lymie tomará una dramática decisión que le hará incorporarse definitivamente a la vida adulta.
Los personajes de Maxwell son siempre corrientes pero cargados de verdad, de autenticidad. Esto se debe a que William Maxwell es un gran observador de la naturaleza humana y por eso sus novelas están también siempre cargadas de interesantes reflexiones expresadas de manera sencilla. Por ejemplo, en La hoja plegada podemos leer:
Para conocer la injusticia del mundo sólo hace falta un poco de experiencia. Para aceptarla sin amargura o envidia se necesita casi la suma de toda la sabiduría humana, cosa que Lymie Peters, a la edad de quince años, no poseía.
A veces para enojo del profesor Severance que, como buen caballero, sólo podía enfrentarse a la mala educación ignorándola.
Con los chicos nunca se sabe. Los más tranquilos y mejor educados a menudo son los que más disgustos dan a sus padres.
Quien es inteligente y observador no puede ser también inocente.
La música nunca acude sola a la memoria. Es un hermoso lenguaje privado, independiente de las palabras, hecho de recuerdos y asociaciones. Y nadie lo escucha.
Junto a la historia de Lymie Peters, La hoja plegada nos habla del siempre interesante mundo de los profesores y los alumnos en el instituto y en la universidad. Junto con las otras dos excelentes novelas de Maxwell publicadas por Asteroide, conforma un conjunto coherente que, centrado en la adolescencia y la amistad, nos lleva desde la infancia al ingreso en la edad adulta en los Estados Unidos de hace un siglo.

jueves, 16 de junio de 2016

Eloy Urroz, La familia interrumpida

Luis Cernuda salió de España camino del exilio en 1938. En Inglaterra le acogió Stanley Richardson, su traductor, que había sido su amante unos años antes. En un primer momento colaboró en la acogida de los cuatro mil niños vascos llegados a Inglaterra en abril de aquel mismo año.
Luis Salerno Insausti, el protagonista de La familia interrumpida, mexicano residente en Nueva York, recibe un extraño correo electrónico (situémoslo hacia 2010). Todo parece indicar que una interesante historia relacionará a Salerno y el enigmático mensaje con los niños vascos y Luis Cernuda, que vivió en México los últimos años de su vida. La novela avanza ágil y con interés, pero, mediado el relato, no sólo nada se sabe de cómo unas cosas y otras se relacionarán - lo que no está necesariamente mal - sino que además la novela va perdiendo interés, fundamentalmente porque, aunque su lectura no es farragosa, no consigue emocionar al lector y resulta insulsa. Los saltos de la acción y del tiempo no acaban de ayudarnos a avanzar en la relación entre los distintos asuntos que el narrador nos plantea, mientras por el camino se cuelan algunas páginas en torno a la muerte y la existencia de Dios bastante prescindibles. Finalmente, la novela se cierra con algo más de emoción y una pequeña sorpresa pero sin acabar de justificar adecuadamente la relación entre los elementos que se nos ofrecieron al comienzo; el descubrimiento, unos años antes de Salerno, de que tiene una hermana, fruto de una relación de juventud de su padre con otra mujer, resulta una falsa pista que ni nos lleva a Cernuda ni a los niños vascos. La relación, cogida por los pelos, está en la edición de cubierta amarilla de Fondo de Cultura Económica de La realidad y el deseo. De hecho resulta necesario el postscritum para que el autor se justifique y se explique y nosotros comprendamos que la relación entre la novelesca vida de Luis Salerno y la vida real de Luis Cernuda y su contacto con los niños vascos exiliados en Inglaterra no se encuentran en la novela sino en la necesidad y el deseo del autor de escribir un relato que homenajea al mismo tiempo a su sobrino fallecido a las dos años de edad y a Luis Cernuda, a cuya figura y poesía Urroz ha dedicado buena parte de su vida y sus estudios.
El propio título es un homenaje a Cernuda, pues se toma de una obra de teatro, La familia interrumpida, escrita, en los primeros años del exilio, pero no publicada por el poeta sevillano y descubierta por Octavio Paz en 1986.
Es muy noble escribir en honor de un ser querido - o un tema querido - pero en la literatura la fuerza nace del interior del relato, no de su justificación externa. Cuando no es así el interés se resiente y el resultado decepciona por mucho que se aprecie la nobleza del autor. Recordemos Lo que a nadie le importa.
Eloy Urroz, nacido en Nueva York en 1967, es autor de varias novelas y libros de poesía. La familia interrumpida fue publicada en 2011 por Alfaguara (al menos en México) y en 2016 la ha reeditado Nocturna Ediciones.

miércoles, 8 de junio de 2016

Donna Leon, La chica de sus sueños

La chica de sus sueños (2008; Seix Barral, 2009). Decimoséptima entrega de la serie Brunetti. Un ejemplo de la maestría de Donna Leon en el dominio de la estructura de la novela y del esquema creado para la serie. Una serie de novela negra envuelta en la amabilidad de la novela policiaca.
Con el trasfondo de la política europea de acogida a los inmigrantes, el comisario Brunetti, acompañado por Vianello, investiga una muerte - una niña ha aparecido ahogada - que nos pone ante una nueva lacra social - la difícil integración en la sociedad de la población gitana -. Por el mismo precio, en esta ocasión también se nos plantea la cuestión de los falsos predicadores que engatusan a sus seguidores y les sacan el dinero. Finalmente, Brunetti aclarará las circunstancias de la muerte de la niña gitana, pero sobre esa verdad se impondrá la verdad oficial. La que conviene al Estado. Un Estado y un gobierno italiano que, según avanza la serie, aparece más atemporal y desdibujado. Como siempre Brunetti resuelve el caso con la ayuda de Vianello y los saberes imprescindibles de la signorina Elettra. Como siempre su superior, el vicequestore Patta, vela por salvaguardar el "sistema" y, como siempre, Paola y los niños aportan a Brunetti el confort de la familia y el hogar. Otra vez más, y van diecisiete, sin armas ni violencia, Brunetti nos destapa la mierda, pero, una vez que el lector la ha visto, queda nuevamente oculta y no pasa nada. Así son las cosas en este mundo. Y el comisario Brunetti, que no es superhéroe sino mortal, cumplido su trabajo, no puede hacer mucho más que beber un buen vino en la terraza, en compañía de Paola, antes de cenar.
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