domingo, 28 de febrero de 2016

Almudena Grandes, Modelos de mujer

Imagen de Aunque tú no lo sepas (2000),
basada en El lenguaje de los balcones.
Modelos de mujer toma su título de uno de los siete relatos que lo componen, recogidos en 1996 y publicados en los años anteriores en diversas revistas y antologías. Aparecen los relatos en el mismo orden en que fueron publicados y, sin duda, es el último, La buena hija, el más interesante.
Todo ellos están narrados en primera persona, o en monólogo interior, con una lenguaje fresco y coloquial que resulta muy natural. Tienen todos ellos en común - o casi -, además de estar protagonizadas por mujeres motivadas por algún deseo, la presencia del amor, de la comida y de mujeres gordas. Y también que, siendo corrientes sus personajes y sus ambientes contemporáneos, son, sin embargo, extraordinarias las historias que protagonizan. El conjunto resulta coherente y homogéneo en su tono y en su nivel. Y, en consecuencia, una agradable lectura.
En Ojos rotos, el primero de los relatos, una mujer mayor internada en una residencia para enfermos mentales en la sierra de Madrid, nos presenta la historia de amor entre otra interna, una chica con síndrome down, y el fantasma de un miliciano muerto en los alrededores durante la postguerra. La protagonista de Malena, una vida hervida, una chica obesa se pone a dieta disfrutando de la comida a través del olfato, la vista, el tacto y el oído. Bárbara contra la muerte nos habla de una mujer desengañada al reencontrarse con un viejo amor de la adolescencia. En Amor de madre,  - "¿qué no haría una madre por su única hija? - una mujer alcohólica secuestra a punta de pistola a un hombre y lo retiene, en su casa del campo, para que sea el novio de su hija, que vive atiborrada de pastillas para superar las secuelas de un accidente. El vocabulario los balcones nos habla del reencuentro, al cabo de más de veinte años, de una mujer con un chico del barrio que siempre iba tras ella. Modelos de mujer esta protagonizado por una traductora gorda que consigue un estupendo trabajo como coach de una modelo, casi anoréxica, que ha sido contratada como actriz para grabar una película en Los Ángeles, y de la relación de ambas con el director ruso de la película. La buena hija es una mujer que ha sacrificado su vida al cuidado de su madre paralítica y que recuerda su infancia, en la que fue criada por la chacha de la casa. Hay en este relato, tiernas, si no líricas, páginas y algunas sorpresas finales.
Almudena Grandes (Madrid, 1960) inició su carrera - toda publicada por Tusquets - ganando el Premio La Sonrisa Vertical con su célebre Las edades de Lulú en 1989. Desde entonces ha escrito otras diez novelas que la han convertido en una de las figuras más importantes de la narrativa española actual.

jueves, 18 de febrero de 2016

Héctor Aguilar Camín, Adiós a los padres

Emma Camín y Héctor Aguilar.
Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) debutó en 1986 con Morir en el golfo. Desde entonces ha mantenido una larga trayectoria novelística hasta llegar en 2014 a Adiós a los padres. Un libro en el que cumple la obligación moral de rendir homenaje a la memoria de los padres de la que hemos hablado respecto a La Oculta de Héctor Abad Faciolince o Los extraños de Vicente Valero. Cumple así con el consuelo de la memoria del que nos habló Manrique, con la necesidad de escribir para quien ya no puede leernos de la que nos habla Abad.
Así, Adiós a los padres, es un libro que resulta interesante, fruto del trabajo metódico del autor (ya en 1991 grabó varias conversaciones con su madre y su tía pidiéndolas que relatasen su vida), pero, quizá por eso mismo, por el rigor en el trabajo de elaboración, por la intención de dar un tono de crónica al relato, el resultado es algo frío, menos emotivo de lo que cabría esperar. Por supuesto, hay páginas muy emotivas, especialmente aquellas en que se narran las muertes de los padres, de la tía Luisa, de los abuelos, pero Adiós a los padres - publicado por Random House en 2014 en México y 2015 en España - no alcanza el tono conmovedor de Los extrañosLa Oculta, menos aún el de El olvido que seremos, el relato de Abad en torno a la figura de su padre.
La historia familiar que nos relata Héctor Aguilar Camín se retrotrae un siglo, para contarnos no sólo la vida de sus padres sino también las de sus abuelos que, desde luego, resulta relevante. Héctor Aguilar Marrufo, hijo de don Lupe Aguilar, pertenece a la familia más importante de Chetumal. Emma Camín García, nacida en Cuba, es hija de asturianos que murieron con la frustración de no volver nunca a la patria querida como ricos indianos. Héctor y Emma se conocieron en Chetumal, se casaron en 1944 y tuvieron cinco hijos. Héctor nunca supo sacar adelante los negocios que iniciaba y siempre tuvo una difícil relación con su padre don Lupe y con su hermano mayor. Por eso la familia tuvo que iniciar una nueva vida en Ciudad de México. Fue siempre un hombre débil y eso no es una virtud para los negocios. Así que Enma y su hermana Luisa, que se había trasladado con el matrimonio y los hijos a la capital, tuvieron que sacar la familia adelante cosiendo y convirtiendo su casa en una pensión. Un día de noviembre de 1959, para alivio de todos, Héctor se fue de casa sin decir adiós. A partir de ahí, la lucha de Emma y Luisa para salir adelante. Una mañana, treinta y seis años más tarde, Héctor llama por teléfono a su hijo; quiere verle. Será entonces cuando Héctor - hijo - comience a saber qué ha sido de su padre, ahora muy envejecido y pobre, durante todo ese tiempo y a tener relación con él. Emma, acepta que su hijo se hable con su padre, pero ella no querrá volver a ver nunca a su marido. Emma murió en 2005.

Pasan dieciocho días con doña Emma en terapia intensiva.
- ¿Necesita algo? - me pregunta el médico al entrar al elevador.
- Un milagro - respondo.
Cuando salgo del elevador sigo dentro de mí la conversación con el médico. Pienso: "El milagro ya lo tuve". Le digo a doña Emma: "El milagro fuiste tú".

Héctor murió en 2010; después todavía su hijo fue conociendo la vida de su padre, desaparecido durante tantos años.

martes, 9 de febrero de 2016

Richard Ford, Incendios

Mi padre se iba de casa; mi madre tenía otro hombre que venía a visitarla. Sabía que era fácil entender las palabras pero difícil que éstas casaran con la vida".
Joe tenía dieciséis años. Él y sus padres llegaron a Great Falls, Montana, en la primavera de 1960 con la esperanza de una vida mejor. El padre consiguió trabajo como profesor de golf, pero lo perdió al final del verano. La madre entonces buscó trabajo dando clases de natación.
Semanas más tarde, sin haber encontrado trabajo, el padre decide unirse a las patrullas que intentan sofocar los grandes incendios que están quemando los bosques. La madre considera que el padre tiene una amante india en las montañas y no volverá a casa; de la noche a la mañana - literalmente - mete en su cama a un hombre mayor y rico, en presencia de Joe. Tres días después de haberse marchado, el padre regresa a casa. El final de la novela se precipita incendiario. Joe rememora aquel episodio de su adolescencia de hijo único años más tarde.
El interés de Incendios (1990) para el lector crece de menos a más. Al principio, Joe, que narra su vida familiar al modo de una cámara, parece uno de esos adolescentes que, sin estar embobados, resultan apáticos - es de esos chicos que ni siquiera sabe la edad de sus padres -, luego el precipitado comportamiento de la madre nos deja tan atónitos como a Joe, después se verá obligado a afrontar lo que, sin dejar de ser socialmente frecuente, es, en lo personal, extraordinario para un adolescente; la separación de los padres y la aparición repentina de una tercera persona. Y no saber qué hacer.
En buena medida la frialdad que sentimos en Joe se debe al estilo narrativo, el propio del llamado realismo sucio (por mucho que se reniegue de la etiqueta); sencillez, concisión, descripciones precisas, antirretoricismo, personajes vulgares y corrientes, situaciones que, si nos sorprenden es porque carecen de giros sorprendentes, carecen de resolución final porque son como la vida. Pero es precisamente esa desnudez estilística la que, llegado el momento central del relato, nos conmueve y nos acerca al desamparo de Joe y nos lleva a acompañarle en su padecimiento.
Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) es uno de los escritores norteamericanos más reconocidos. Su obra se encuadra dentro del llamado realismo sucio y Anagrama viene publicándola con regularidad y amplitud desde 1990; editó Incendios por primera vez en 1991.

lunes, 1 de febrero de 2016

Daniel Defoe, Robinson Crusoe

Alexander Gilfillan,
Robinson Crusoe salvando los restos del naufragio (1836).
Es fácil imaginar el éxito en 1719 de Robinson Crusoe. Un siglo antes la literatura española había dado origen a la novela moderna con la novela picaresca - a partir de Lazarillo de Tormes (1554) y sus seguidores - y de la obra cervantina - especialmente Don Quijote de la Mancha -. Tanto la picaresca como Cervantes tuvieron una rápida y amplia recepción en Inglaterra, en un tiempo en que esta nación se iba convirtiendo en la mayor potencia naval, dominadora tanto comercial como militar de los mares. Entonces, Daniel Defoe (1660 - 1731) publica a los cincuenta y nueve años su primera novela, que es también la primera novela de la literatura inglesa; Robinson Crusoe. El éxito fue tal que ese mismo año Defoe publicó Más aventuras de Robinson Crusoe.
Del mismo modo que para sus primeros lectores Lazarillo de Tormes resultó un relato real y no una novela ficticia, para los de Robinson Crusoe esta novela, que adopta la primera persona narrativa de la picaresca, debió resultar tremendamente verosímil; más aún cuando la primera edición apareció como anónima y con la referencia de "escrita por él mismo". Naturalmente, el mar y sus peligros formaban parte de la vida cotidiana, los naufragios eran un hecho real y las historias de náufragos supervivientes en una isla desierta una posibilidad cierta. De hecho, se conocían historias de náufragos rescatados y una de ellas inspiró a Defoe. A partir de ella, Defoe crea una novela cargada de contenido ideológico (capitalismo naciente):
Robinson es un hombre de negocios - no un personaje aristocrático - que, sufrida la desgracia del naufragio, nos muestra un temprano ejemplo - tan burgués - de "self-made man" que, en las más difíciles condiciones, es capaz de dominar la naturaleza y ponerla a su servicio gracias al empleo de la razón y la inteligencia y sobrevivir veintisiete años en una isla desierta hasta conseguir salir de ella y volver al mundo civilizado. No deja nunca de pensar en el futuro - económico - y esconde bien sus monedas y tesoros; antes no dudó en vender a un esclavo que le había salvado la vida por un buen dinero (no hay sitio para sentimentalismos en los negocios), luego, cuando vuelva a casa, se considerará dueño de la isla (expresión del colonialismo). No se nos presenta como un superhombre, pero actúa con una frialdad, raciocinio y esfuerzo (la dignidad del trabajo) que no resulta fácil de imaginar en una persona corriente en su situación y gracias a ello consigue superar todas las dificultades que encuentra en su soledad. Y gracias también a la confianza y aceptación de la voluntad divina; la lectura de la Biblia (el protestantismo favorece el individualismo, la introspección y el libre pensamiento al defender la lectura personal de la Biblia) le permite mantenerse sereno, no desesperar nunca e, incluso, sentirse afortunado. Aborda, pues, la novela las distintas preocupaciones políticas, religiosas, económicas... del autor. Incluyendo el sentimiento antiespañol (Robinson es apenas posterior al Tratado de Utrecht) y anticatólico (la Reforma).
Es, por tanto, Robinson una novela de su tiempo aunque no por ello pierde interés para el lector actual, al que quizá sorprenda el pragmatismo moral del protagonista, llamarán la atención algunos datos numéricos o de fechas (por ejemplo, Robinson tiene veintisiete años cuando llega a al isla y pasa en ella otros veintisiete) y no molestarán los fragmentos descriptivos (también en esto la novela es fruto de su tiempo, pues la extensión descriptiva, como la irrupción de la prosa paralela al ascenso de la burguesía, es reflejo literario del empirismo y el método científico).
El éxito de Robinson Crusoe, como se ha dicho fue enorme e inmediato. En Inglaterra y en toda Europa como prueban sus múltiples ediciones y adaptaciones. Salvo en España, donde la primera traducción de Robinson no se publicará hasta 1835. Desde entonces, también aquí las ediciones de la novela han sido innumerables. La última, la de Penguin Clásicos de 2015.
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