jueves, 26 de noviembre de 2015

Don Carpenter, Dura la lluvia que cae

Jack Levitt y Billy Lancing se conocieron, adolescentes, en 1947 en los billares de Portland. Jack se había criado en un orfanato y huía del reformatorio sin ni siquiera saber que sus padres no le abandonaron, como él piensa, sino que, simplemente, vivieron deprisa y murieron temprano. Billy ha escapado de su hogar, de su familia negra de Seattle en busca de un futuro. Son carne de delincuencia. Tras algunos años intentando entender sus vidas y enmendar sus destinos, sus caminos se reúnen en una celda de San Quintín. Billy morirá en el patio de la cárcel. Su relación en aquellos días es quizá la única en la que hay verdadero afecto en la vida de Jack. Jack intentará luego construir una vida honrada; un trabajo humilde, un matrimonio, un hijo... no será fácil, naturalmente. Sin duda, para algunos siempre es dura la lluvia que cae.
Don Carpenter (Berkeley, California, 1931 - Mill Valley, California, 1995) escribió Dura la lluvia que cae, su primera y más reconocida novela, en 1966. Un ejemplo más de algo que ya hemos citado en otras ocasiones; la capacidad de la narrativa norteamericana de contarnos buenas historias, de crear buena literatura, con un estilo sencillo y carente de innecesarios alardes retóricos. Como la magnífica Stoner, de 1965, nos presenta como protagonista a un tipo corriente, como pudiéramos ser cualquier de nosotros de haber nacido en sus circunstancias, que reflexiona sobre su vida comprendiendo que debe aceptarla sin odiar a nadie. Es brillante el prefacio que nos habla de los padres de Jack, la primera parte de la novela - delincuentes juveniles - nos recuerda la también magnífica Little boy blue, hay páginas emotivas en la segunda parte - una muerte en el patio grande - y merece un respeto el esfuerzo de Jack en la tercera - vidas con sentido -, pero la novela es, quizás, un poco larga y, probablemente, su fuerza estaría más y mejor condensada con algunas páginas menos. En este caso la historia de Jack Levitt - y de Billy Lancing - sería tan conmovedora como la de William Stoner o la de Alex Hammond - little boy blue -, que también pasó por San Quintín. Y, aunque el protagonista escape del marco temporal de la adolescencia, podemos considerar Dura la lluvia que cae como novela de aprendizaje.
Duomo publicó Dura la lluvia que cae en 2012. La promoción del 49, editada por Gallo Nero en 2014 y Los viernes en Enrico's por Sexto Piso en 2015 completan la recepción de Carpenter en España.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Martin Amis, Tren nocturno

Aunque no sabe por qué sus padres le pusieron ese nombre masculino, Mike Hoolihan es una mujer. Tiene cuarenta y cuatro años y lleva más de veinte de servicio, desde 1974. Es policía.

Los polis no juzgamos. Podemos perseguirte y detenerte. Podemos hacer que te enchironen. Pero no te juzgamos. (...) No juzgamos a nadie. No te juzgamos porque sea lo que sea lo que hayas hecho, ni siquiera se aproxima a lo peor. Eres un tipo estupendo. No te follas a un bebé y lo estrellas luego contra la pared. No cortas en trocitos a un octogenario sólo para divertirte. Eres estupendo. Hayas hecho lo que hayas hecho, sabemos todas las cosas que podrías haber hecho y no has hecho.

Y tuvo una infancia difícil:

La segunda cosa es la siguiente: mi padre abusaba de mí cuando era niña. En Moon Park. Sí, me follaba, ¿estamos? La cosa empezó cuando tenía siete años, y acabó a los diez. Tome una determinación: cuando cumpliera diez años ya no me iba a suceder más. Y para asegurarme de que así fuera me dejé crecer las uñas de la mano derecha. Y me las afilé, además; y me las endurecí con vinagre. Crecidas, afiladas, endurecidas: tal era mi determinación. A la mañana siguiente de mi décimo cumpleaños, mi padre vino a mi habitación. y casi le arranqué la puta cara de cuajo. Eso es lo que hice. Me quedé casi con su jodida cara en la mano, como si fuera una máscara de Halloween. Letanía prendida por la sien, justo encima de un ojo, y tuve la sensación de que sitiaba de ella y la desgarraba iba a poder ver por fin quién era en realidad mi padre.

Y hace unos diez años su adicción al alcohol casi acaba con su vida. Entonces su jefe, el coronel Rockwell la acogió en su casa y la ayudó a desintoxicarse. Ahora Jennnifer, la hija del coronel, ha aparecido muerta y él le pide a Mike que se encargue de la investigación. En apariencia se trata de un suicidio, pero algo parece no cuadrar. Y, desde luego, Rockwell no puede aceptar que su bella y feliz hija haya podido suicidarse.

El suicidio es un tren nocturno, un tren que te lleva velozmente a la oscuridad. No podrías llegar tan rápido de otra forma, o por medios naturales. Compras el billete y subes a bordo. El billete te ha costado todo lo que tienes. Pero no hay trayecto de vuelta. Este tren te lleva al interior de la noche, y te deja en ella. Es el tren nocturno. (...) El suicidio es un problema mental y físico que termina violentamente sin que gane nadie.

Mike investigará - durante algo menos de un mes - el caso, que le llevará a conclusiones inesperadas, en un relato en primera persona con un lenguaje del que de antemano se disculpa:

Permítanme disculparme por anticipado por mis palabras soeces, por mi sarcasmo morboso y mi intransigencia. (...) Pido disculpas también por las posibles incorrecciones en los tiempos verbales (difíciles de evitar cuando se trata de personas muertas tan recientemente), y por la informalidad de los diálogos.

Un lenguaje, en todo caso, que, junto a la primera persona narrativa, dota al relato de dinamismo y frescura, de una lectura gustosa y ágil que, junto a la investigación del caso y la reflexión sobre el suicido nos deja un divertido relato sobre un cartero jubilado y algunas frases dignas de recogerse en una antología de citas.
En otras ocasiones hemos hablado de novelas, que publicadas en colecciones de novela negra, no pertenecen realmente al género criminal; Tren nocturno (1997; Anagrama, 1998) resulta en cambio, un inesperado - e interesante - acercamiento de Martin Amis a la novela negra. La novela toma su título de la canción homónima compuesta en 1951 por Jimmy Forrest y de la que la versión de James Brown es, quizá, la más célebre.

martes, 10 de noviembre de 2015

Naguib Mahfuz, Akhenatón

Akhenatón - Amenofis IV - fue hijo de Amenofis III, reinó entre 1352 y 1336 a.C., se casó con Nefertiti y fue sucedido en el trono por su hermano menor Tutankamón. Akhenatón impuso el culto a Atón como único dios, predicó el amor, la paz y la alegría, y trasladó la corte a la nueva ciudad de Akhetatón, abandonando Tebas. Naturalmente, estas decisiones le granjearon enemigos puesto que alteraban las estructuras de poder.
El joven Miri-Mon, intrigado por la figura de Akhenatón, consigue que su padre - que no sabremos quién es - le facilite cartas de recomendación que le permiten entrevistarse con personas que, ya ancianas, fueron cercanas al faraón y a los hechos de su reinado.
Sin apenas intervención de Miri-Mon, asistimos a catorce relatos en primera persona, los correspondientes a las entrevistas de Miri-Mon con personas que amaron u odiaron a Akhenatón. Empezando por su mayor enemigo, el sacerdote de Amón y acabando con su esposa Nefertiti.
Esta polifonía de voces narrativas, por una parte ameniza la lectura de esta breve novela, por otra - y más importante - nos permite sacar nuestras propias conclusiones y tener nuestra propia visión y opinión sobre Akhenatón, los hechos y la conspiración contra él. Y muy probablemente, pensaremos, como Bintu, el médico de Akhenatón, el penúltimo de los encuestados por Miri-Mon:
La cuestión es que era un hombre por encima de los demás, que anunciaba un reino divino inaceptable para la naturaleza humana. Hizo que cada uno sintiera su insignificancia y los desafío con una insistencia sin precedentes. Se abalanzaron sobre él con una ira terrible y con un odio animal...".
Naguib Mahfuz (El Cairo, 1911 - 2006) fue autor de una amplia obra narrativa, en la que destaca su cultivo de la novela histórica, profusamente publicada en España a partir de que le fuese concedido el Premio Nobel de Literatura en 1988. Edhasa publicó Akhenatón (1985) por primera vez en 1996. El País la incluyó en 2005 en su colección Novela Histórica y Público en Premios Nobel en 2010.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Wilkie Collins, La sotana negra

Probablemente la primera traducción al castellano de una novela de Wilkie Collins (Londres, 1824 - 1889) es la de 1887 de La hija de Jezabel. A lo largo del siglo XX algunas de sus novelas - principalmente las más reconocidas La dama de blanco y La piedra lunar - se han publicado con regularidad. Pero, seguramente al calor de las ediciones y estudios críticos en lengua inglesa publicados a raíz de su 175º aniversario, en lo que va de siglo XXI se ha multiplicado también profusamente la edición de sus novelas en España y la consideración del autor como uno de los más destacados escritores del XIX y como creador del suspense.
La novela era un género todavía poco valorado al comienzo del siglo XIX, pero el desarrollo que la revolución industrial trajo consigo permitió que encontrará un lugar como hecho a medida en el folletín; la publicación por entregas a precio módico que alfabetizó a las clases obreras y significó la democratización de la literatura, la multiplicación de los lectores, el éxito popular de novelas cuyos capítulos se prolongaban o encontraban su fin de acuerdo al gusto popular (al modo de las series televisivas actuales). Muchas novelas del XIX se publicaron primero por entregas, después en ediciones de tapas duras y, finalmente, en ediciones más baratas y de pequeño formato que permitían a los lectores cargar con ellas y leerlas en el tren. Wilkie Collins, cuyas novelas siguieron ese proceso de publicación que se iniciaba en el folletín, comprendió, quizá mejor que nadie, que este sistema de publicación requería ciertos mecanismos de técnica narrativa; verosimilitud, diálogos, capítulos cortos... y la creación de pequeños misterios secundarios que inquietaran al lector de manera que sintiera la "necesidad" de saber qué pasaría en la siguiente entrega de la novela. Había nacido el suspense, que, desde entonces, tanto ha aportado a la novela criminal y a la de terror y al cine, naturalmente. (En realidad, esto de mantener en vilo al lector ya lo inventó la novela bizantina, o sea, la maestría de Cervantes en el maravilloso Los trabajos de Persiles y Sigismunda).
La sotana negra (1881) es una de las novelas menos conocidas de Collins. Cátedra, en 2014, la ha incluido en su colección Letras universales en traducción y edición de Damiá Alou, autor también de la única edición española anterior de esta novela; la que con el título El hombre de negro publicó Ediciones del bronce en 1998.
La Compañía de Jesús, desde su sede en Roma, ha decidido recuperar las iglesias católicas que fueron expropiadas por Enrique VIII. Pero, naturalmente, no comprándoselas a sus actuales propietarios sino consiguiendo que éstos se las donen generosamente. De ello se ocupa el padre Benwell; uno de los malvados más malvados de la historia universal de la literatura, el cine y la televisión. Inteligente, sibilino y retorcido manipula todo y a todos en beneficio de su objetivo, que, en este caso, es adueñarse de la abadía de Vange, situada en la propiedad de Lewis Romayne.
Romayne, más bien pusilánime y de carácter cambiante, se encuentra muy afectado por una muerte en la que se ha visto involucrado. En su vida aparece, además de Benwell, Stella Eyrecourt, una joven bella y buena. Así, mientras el pérfido Benwell se ocupa de ganarse el espíritu de Romayne para conseguir que se convierta al catolicismo - como paso previo necesario a que done la abadía - y emplea para ello a un sacerdote joven y honrado - el padre Penrose -, Stella intenta ganarse el amor de Romayne y casarse con él. Stella y su amor por Lewis constituyen el principal obstáculo para que Benwell consiga lo que pretende. La madre de Stella, mujer de mundo, conoce bien la maldad y las armas de los sacerdotes católicos, pues ha vivido en carne propia cómo su familia ha perdido a su hija mayor desde el día en que decidió hacerse monja, y será la mejor aliada de Stella. Pero las Eyrecourt guardan un viejo secreto y Benwell conseguirá descubrirlo.
Fiel a la técnica del folletín, La sotana negra nos guarda continuos motivos de suspense, sorpresas y giros hasta desembocar en su parte final en una espiral de excesivos giros que parece un festival de fuegos artificiales a la mayor gloria de la maestría narrativa de Collins. La novela es una exhibición del dominio de su oficio de Wilkie Collins; todo encaja a la perfección y con naturalidad, la complejidad narrativa que, partiendo de un narrador omnisciente, permite la presencia de varias voces narrativas se resuelve con sencillez, los personajes principales están rodeados de pocos pero interesantes personajes secundarios, el lector participa del relato pues le es imposible permanecer impávido entre el amor de Stella y la maldad de Benwell... Nos gustará más o menos, nos parecerá mejor o peor novela, pero es indiscutible que La sotana negra es un prodigio de dominio de técnica narrativa.
Por otra parte, ésta es también una novela anticlerical - escrita en un país protestante a diferencia de otras de la misma época -; todo por la pasta, se deduce de ella que es el lema de la Iglesia Católica o, para ser más precisos, de los jesuitas. Pero no por ello es una novela maniquea, pues la creación literaria de la novela y sus personajes priman sobre lo ideológico. Una novela anticlerical que se inscribe en dos subgéneros de la novela realista decimonónica; la novela de sacerdote y la novela de adulterio. No hay exactamente adulterio en La sotana negra, pero sí bigamia (o no, descúbralo el lector) y el triángulo Benwell - Romayne - Stella bien se parece al clásico de una novela de adulterio. El recuerdo y la referencia a La Regenta, que Clarín publicó sólo tres años después, en 1884, de que apareciera La sotana negra, resulta inevitable para cualquier lector.
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