domingo, 25 de octubre de 2015

Johann Wolfgang Goethe, Penas del joven Werther

Wilhelm Amberg, Leyendo el Werther de Goethe (1870).
Nuestras vidas no serían las mismas sin los descubrimientos de Isaac Newton, Marie Curie o el doctor Fleming. Es indudable. Indudablemente tampoco podrían ser las mismas sin Penélope, Celestina, Hamlet, Quijote o don Juan. Sin embargo, nos vemos obligados a explicar el valor o la necesidad de la Literatura cuando, en realidad, el ser humano es inconcebible sin ella. Personajes como los citados han determinado nuestra vida tanto como el descubrimiento de los antibióticos; han sintetizado caracteres humanos o han formado modelos imperecederos que no sólo se han integrado en nuestra cultura sino que han marcado nuestra personalidad y nuestro comportamiento. Buena prueba de ello es que se han lexicalizado; ser una celestina, o ser un lazarillo o ser un romeo... Uno de estos personajes que han cambiado el rumbo de la humanidad después de su aparición es Werther, la gran creación de Goethe (Frankfurt, 1749 - Weimar, 1832).
La emoción con la que las jóvenes del cuadro de Wilhelm Amberg leen Penas del joven Werther refleja bien el éxito de la novela de Goethe en su época; que fue tal que muchos jóvenes, con sufrimientos parecidos a los de Werther, se suicidaron tomando el ejemplo de nuestro protagonista. Al suicidio por imitación se le conoce como "efecto Werther".
Werther viaja al campo y allí, entre la naturaleza y sus habitantes - menosprecio de corte y alabanza de aldea - se siente feliz. Conoce a Carlota, de la que se enamora irresistiblemente, pero ella está comprometida con Alberto, quien está de viaje y cuando regresa resulta ser también un hombre admirable. Werther, siempre con sus textos de Homero bajo el brazo, cultiva, feliz, la amistad de la pareja. Pero sin causa aparente - sí, claro la pasión que siente por Carlota -, sin causa inmediata al menos, de un día para otro cambia el humor de Werther y decide entonces alejarse y trasladarse a Weimar. Pero al cabo de un tiempo vuelve y, ahora cargado con los textos de Ossian en lugar de los de Homero, el dolor de ver a Carlota y Albert casados le resulta insoportable. Más cuando ella le pide que deje de visitarlos con tanta frecuencia como lo hace. Se precipitará entonces el trágico y conocido final.
El género epistolar tuvo un amplio cultivo durante el siglo XVIII. De gran utilidad para la transmisión del pensamiento ilustrado, dejó obras como Cartas persas (1721) de Montesquieu, Julia o la nueva Eloísa (1761) de Rousseau, Cartas marruecas (1789) de José Cadalso o Cartas a Ponz (no publicadas hasta 1848) de Jovellanos. Pero también novelas como Las amistadas peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos. Goethe optó por el género epistolar para Penas del joven Werther; una breve intervención del autor, a modo de editor, al inicio del libro y otra más prolija al final, que nos permite conocer cómo acabó Werther, enmarcan las cartas que Werther envía a un amigo entre mayo de 1771 y diciembre de 1772. Goethe introduce en su novela una importante novedad; sólo recoge las cartas enviadas por un corresponsal, el joven Werther; nada sabemos de las respuestas de su amigo y corresponsal Guillermo. Se trata de una decisión brillante y acertada pues no perdemos sino que ganamos al tener de la historia un solo y subjetivo punto de vista; el relato gana en intensidad,  dramatismo, emoción, ritmo, identificación del lector con el protagonista... Y así Goethe nos presenta una novela indudablemente moderna.
Junto al acierto técnico de omitar las cartas de Guillermo, y de un estilo conciso que también contribuye a su modernidad, Goethe nos ofrece con Werther el perfecto manual del Romanticismo. Su novela es piedra capital del Sturm und Drag y nos deja ya los elementos que luego combinarán y desarrollarán los demás autores románticos; el héroe de nobles sentimientos que se enfrenta a la fatal adversidad y a su corazón desasosegado, la pasión amorosa, el final trágico... De todos ellos, quizá, el que Goethe elabora con más acierto es el de la identificación del estado de ánimo - cambiante, claro está - del protagonista con la naturaleza, con el paisaje.
Hoy Werther, el personaje, nos puede parecer un tanto exagerado y ridículo - como todos los románticos - e inconcebible que tal pasión no tenga una resolución - la que sea - sexual (que seguramente hubiera evitado el suicidio), pero es indudable que Werther, la novela, es una de las grandes obras maestras de la literatura.
Werther se publicó en Leipzig en 1774 - Goethe apenas tenía veinticinco años - y su éxito y difusión, que fue inmediato en Europa, no llegó a España hasta varias décadas más tarde. La primera edición española de Werther es de 1819 - antes se publicó una traducción al español en 1803 en París - y la primera traducida directamente del alemán es de 1835, pero la admiración por la novela y por su autor no llegó hasta la segunda mitad del XIX (el drama en cuatro actos El suicido de Werther, de Joaquín Dicenta, protagonizada por Rafael Calvo, se estrenó en el teatro de la Princesa - ahora María Guerrero - en 1888) que fue aun mayor en la primera mitad del XX multiplicándose las ediciones de la novela.

sábado, 17 de octubre de 2015

Jussi Adler Olsen, El mensaje que llegó en una botella

Creemos que vivimos en una sociedad laica, sabemos que nuestras vidas están amenazadas por el fanatismo religioso, pero un fanatismo que consideramos ajeno, pensamos que las creencias religiosas forman parte de lo privado y que quienes las tienen las compatibilizan con la vida civil y democrática. Sin embargo, en Europa hay sectas y a nuestro alrededor personas que guían, silenciosa y secretamente, sus acciones por sus principios religiosos. La novela negra - Aurora boreal, Antes de que hiele y ahora El mensaje que llegó en una botella (2009; Maeva, 2012) - nos alerta de sus peligros. Por algo será.
Un hombre, cuya infancia y adolescencia quedaron traumáticamente marcadas por el rigor de su padre, pastor de una secta religiosa - nos trae a la memoria La cinta blanca de Michael Haneke -,  busca familias numerosas y adineradas pertenecientes a sectas religiosas, secuestra a dos de sus hijos y tras cobrar el rescate mata a uno y libera al otro para que transmita el mensaje de que seguirán en peligro si hablan de lo ocurrido. El miedo, unido a las creencias y al funcionamiento interno de las sectas, guarda el silencio de las familias.
Al Departamento Q llega un mensaje de socorro lanzado al mar en una botella en 1996 y que ha permanecido olvidado en una comisaría escocesa desde 2002. Morck y los suyos intentan descifrar el mensaje y lo ocurrido, al mismo tiempo que Assad descubre la relación entre una serie de incendios, con cadáver carbonizado incluido, que se está produciendo en las últimas semanas con uno ocurrido en 1996. De manera que el Departamento Q y el A - homicidios - trabajan en colaboración.
Al trabajo de Carl Morck y su asistente Assad y la ayuda de Hardy, el compañero que quedó tretrapléjico en un tiroteo, se une ahora el trabajo de Yrsa, la hermana gemela de la secretaria Rose, que está de baja, y la colaboración de dos expolicías; uno jubilado que navega en barco por los fiordos y otro, que dejó el Cuerpo cuando le tocó la lotería y que, ahora, en plena crisis financiera - 2008 -, vuelve a comisaría para trabajar como camarero en la cantina. En lo personal, Morck mantiene sus problemas con su exmujer Vigga y consigue avances en su relación con Mona, la psicóloga.
La narración omnisciente, que nos lleva de unos personajes a otros, de unos tiempos a otros, de unos lugares a otros siempre por delante de los investigadores, y el protagonismo coral, que enriquece la serie, hacen avanzar el relato con dinamismo hacia un final bastante trepidante. La serie de Carl Morck avanza con buenas novelas, bien estructuradas y en las que Adler-Olsen mide bien los tiempos y los ritmos y acierta al ir ampliando el plantel de personajes que rodean a Morck y nos resultan agradables. Va por el buen camino marcado por Mankell y Wallander.

viernes, 9 de octubre de 2015

Sergio Bufano, Una bala para el comisario Valtierra

El comisario Valtierra fue un buen policía que perseguía ladrones y por ello sus jefes decidieron ascenderle y pasarle a Contrainsurgencia. A él no le interesa la política e, incluso, parece que no le agrada especialmente que gobiernen los militares; pero es un buen profesional que cumple con su trabajo como corresponde y es diestro en el uso de la picana y otras técnicas de tortura. Los domingos desayuna en casa de su madre y allí pasa el día con la vieja.
El Inglesito es hijo de un acomodado abogado de Córdoba y se ha convertido en un importante líder universitario que sabe manejar las asambleas y atraer compañeros para el partido. Pero el partido es político-militar y los dirigentes, que siempre verán con recelo su origen burgués, han decidido que ya es hora de que el Inglesito - no siempre completamente ortodoxo - pase a la acción armada.
En Una bala para el comisario Valtierra, en una acción que dura menos de un día, se alternan, hasta un interesante final, los capítulos dedicados a Valtierra, que se enfrenta a una actuación de desmantelamiento de una célula terrorista, y los dedicados al Inglesito, que se enfrenta por primera vez a participar en un atentado y matar a un policía. Aunque estamos en la Argentina gobernada por los militares entre 1966 y 1973, no hay en la novela ninguna precisión temporal. La objetividad de la narración nos permite ver a ambos personajes - aunque uno sea un torturador, aunque el otro sea un terrorista - como personas normales; Valtierra, cumple con su trabajo, cuida de su madre viuda y evita enamorarse porque su profesión no haría ningún bien a la mujer que se casara con él, Inglesito, que debe su cultura y su gusto por los libros al mismo padre que le echó de casa cuando decidió pasar a la lucha armada, siente los nervios en el estómago ante la inminencia del atentado y se pregunta de qué sirve matar a un hijodeputa si en su lugar pondrán a otro hijodeputa - para que el pueblo vea que se hace justicia, le explica su compañero -.
En los tiempos en que se sitúa la acción de Una bala para el comisario Valtierra, Sergio Bufano (Mendoza, 1943) era militante de la organización marxista Frente Argentino de Liberación. Periodista y escritor, Una bala para el comisario Valtierra (RBA, 2012) es su única obra publicada en España. Una vez más, cuestión mercantil, se cuela en una colección de novela negra - al margen de su interés y valía - una novela que, en realidad, no pertenece al género.

jueves, 1 de octubre de 2015

Marian Engel, Oso

Oso (1976; Impedimenta, 2015), una lectura breve y deliciosa, nos relata una tierna historia de amor. Una mujer de vida más bien triste - por la que el lector siente afecto - se enamora, en un lugar aislado donde rebosa la naturaleza, de un amor más bien imposible que llega en los últimos días de la primavera y que acaba con el final del verano. Lo hace con un estilo sencillo que resulta muy adecuado y que consigue que nos parezca creíble, y además humano y hasta cierto punto conmovedor, lo que se nos cuenta. Por contraste, llama la atención que las alusiones sexuales se realizan con términos coloquiales y nada eufemísticos - coño, polla, follar - .
Lou, bibliotecaria, vive encerrada entre viejos papeles en el sótano del Instituto Histórico de Toronto en el que trabaja. El Instituto recibe el legado del coronel Cary; una pequeña isla deshabitada en el norte de Ontario donde su abuelo, en el siglo XIX, construyó una casa octogonal, al estilo Fowler, en la que formó una gran biblioteca rica en obras del Romanticismo. El director del Instituto decide enviar a Lou a catalogarla. Para Lou el encuentro con la naturaleza es casi un shock, muy positivo. El legado, además de la isla, la casa y la biblioteca, incluye un oso domesticado - aunque nunca hay que olvidar que es un animal salvaje - que vive encadenado en el establo.
Lou, a través de sus libros, irá conociendo al coronel Cary que construyó la casa y su interés por los osos. Por Homer, el tendero que es su contacto con el mundo, sabrá que el coronel Cary, el que ha legado la isla, era una mujer. Solitaria pero moderna, en absoluto mojigata, Lou se sentirá a gusto en la isla e irá manteniendo una relación, que la ayudará a reflexionar sobre su vida, de confianza con el oso, luego afectiva - como la de tantas personas con sus perros - que devendrá en inesperados juegos sexuales... que, tiene la impresión el lector, no son nuevos para el oso y su experta lengua.
Oso es la novela más conocida, y también polémica, de Marian Engel (Toronto, 1933 - 1985) y la única traducida al español gracias a la edición de Impedimenta.
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