lunes, 25 de mayo de 2015

Joaquim Amat-Piniella, K. L. Reich

El 1 de mayo de 1945 las tropas soviéticas liberaron Berlín; la Segunda Guerra Mundial vivía sus últimos episodios en Europa. En estos días conmemoramos el 70º aniversario del fin de aquel horror. Y del conocimiento del horror de lo ocurrido en los campos de concentración y exterminio del que sólo se supo verdadera y completamente con su liberación por los ejércitos aliados. El 5 de mayo los soldados norteamericanos liberaron uno de los más terribles; el de Mauthausen, en Austria. Por Mauthausen pasaron casi ocho mil españoles; republicanos apátridas, en su mayoría, que al comenzar la guerra se encontraban en Francia. De ellos sobrevivieron apenas una cuarta parte. Y uno de estos supervivientes fue Joaquim Amat-Piniella, que había ingresado en el campo en 1941.
Setenta años más tarde, el cine nos ha construido un rico imaginario sobre la Alemania nazi, sobre los campos, sobre el holocausto... Pero sin ese imaginario colectivo y con el horror recién sufrido en carne propia, Amat-Piniella sintió la necesidad imperiosa de dejar su testimonio y lo hizo escribiendo una novela; K. L. Reich. Curiosamente escrita al mismo tiempo - 1946 - que otro superviviente de los campos, el italiano Primo Levi, redactaba su célebre Si esto es un hombre. Curiosamente también ambos libros tardaron varios años en ser publicados; si el de Levi vio la luz en 1956 - y apenas vendió algunos ejemplares -, la novela de Amat-Piniella no se publicó hasta 1963, superando los obstáculos de la censura franquista. En castellano la editó Seix-Barral y Joan Sales en catalán. El pasado otoño Libros del Asteroide rescataba K. L. Reich, que no se había vuelto a publicar en castellano en medio siglo.
Si el relato de Primo Levi es fundamentalmente testimonial y autobiográfico, Amat-Piniella nos presenta el mismo horror de manera más novelesca - para su personaje principal se inspira en otro preso español - pero no menos verdadera.

Hemos preferido la forma novelística porque nos ha parecido la más fiel a la verdad íntima de los que vivimos aquella aventura.

dice Joaquim Amat-Piniella en el prólogo de K. L. Reich.
Si Primo Levi considera que la objetividad es la mejor manera de exponer la crueldad del proceso planificado de deshumanización de los presos, Amat-Piniella recurre a un narrador externo más subjetivo pero con una prosa clara, precisa, ágil y rotunda, que huye de florituras y arengas para mostrar la cruda realidad de la vida en el campo. Vida en la que todos los días son iguales, presidida por la crueldad, al mismo tiempo, caprichosa y sistemática. Paradójicamente, los imperturbables ciclos de la naturaleza son la garantía de que llegará el día en que los presos del campo serán libres. Y el objetivo es llegar vivo a ese día; para conseguirlo, más allá de la suerte, no hay otras armas que la indiferencia y el egoísmo - los más jóvenes caen también en la bajeza sexual para procurar conservar la vida -.

El nazismo intentaba aniquilar físicamente a sus enemigos y, por si no lo lograba enteramente, había preparado la atmósfera que los anularía moralmente para siempre.

Hay, claro, en K. L. Reich algunas páginas que explican los fundamentos ideológicos que hicieron posible la barbaridad del nazismo y de las atrocidades cotidianas que ocurrieron en los campos de concentración. Pero son las justas, no más. Amat-Piniella prefiere la verdad de la ficción, la eficacia de la novela al testimonio de la primera persona o el discurso ideológico. Y sabe medir con mucho acierto los saltos temporales, que permiten un ritmo y una extensión ajustada a su relato, y seleccionar con acierto las escenas, que nos ofrecen una visión completa de todos los aspectos de la vida del campo.
La llegada al campo, las formaciones de los hombres desnudos en el patio, la visita al crematorio, la muerte del amigo enfermo - páginas magníficas -, un intento de huida, la liberación... son escenas que  Amat-Piniella ha elegido para mostrarnos la vida en un campo de concentración nazi, en el que en un principio había delincuentes alemanes y presos polacos y españoles, pero al que luego llegaron miles de presos de otras nacionalidades, y en el que los españoles, con su trabajo, supieron mantener una posición de "privilegio" a pesar de las continuas disputas políticas entre ellos que reproducían las que comunistas y anarquistas habían mantenido durante la guerra civil.
La literatura nos permite conocer otras vidas y vivirlas, o desear vivirlas; K. L. Reich nos permite dolernos de vidas que apenas anteayer sufrieron millones de personas y que nunca nadie debe volver a vivir. Joaquim Amat-Piniella (Manresa, 1913 - Hospitalet de Llobregat, 1974), junto a este relato imprescindible, escribió algunas otras novelas en catalán.

viernes, 15 de mayo de 2015

Sergio del Molino, Lo que a nadie le importa

El Corte Inglés, calle Preciados (1953).
José Molina Bueno nació en mayo de 1915 en un villorrio cerca de Calatayud".
José Molina era el abuelo del escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979), quien, a los diecisiete años escuchó a su abuelo, en su lecho de muerte, decirle a su esposa "calla, que de ti no quiero ni que me cierres los ojos". Tremenda frase - con sus dieciséis sílabas de verso épico - quedó grabada en la mente del joven aprendiz de escritor que, en 2014 ha publicado Lo que a nadie le importa como una novela que homenajea la memoria de José Molina.
Pero, lejos del relato magnífico de Los extraños de Vicente Valero, Sergio del Molino - con buena prosa, eso sí - consigue que importe poco lo que nos cuenta. ¿Por qué? Pues porque poco tiene su libro de novela ni de memorias; recuperar la de su abuelo se convierte a las pocas páginas en un recuerdo de las noches de copas de la juventud del autor y en un pequeño estudio sobre la batalla del Ebro, en la que se abuelo participó, quinto del 36, como soldado del ejército franquista. Y así las primeras cien páginas (¿no debe pensar un escritor que palabras tan poco habituales en la lengua común como "letraherido" no deben aparece casi en cada párrafo de lo que escribe?).
Acabada la guerra y las cien primeras páginas, José Molina, que antes había trabajado en una prestigiosa tienda de telas de Zaragoza, se trasladó, como tantos otros, a Madrid. Encontró trabajo en una sastrería de niño y caballero de la calle Preciados que no había cerrado durante la guerra y que ahora empezaba a crecer; El Corte Inglés, donde trabajaría hasta su jubilación. Aparece en el relato Carmen de Lara, la Currita, la mujer con la que se casó José Molina y con la que vivió al final de Embajadores, junto a la estación de Peñuelas, donde, entonces, acababa Madrid. Y ahora Sergio del Molino encuentra el sentido de su libro; comprender la fría relación entre ese hombre adusto, raro y silencioso, su abuelo, y su mujer.
Su marido se reservaba uno de uso exclusivo: Chati. Achulado, sexual, íntimo y tabernario. Chati. Madrileñísimo y antiaragonés, una forma de enraizar su amor en las cuestas de Embajadores y olvidarse de los callejones del Gancho. Ay, Chati, se quejaba, y en su manera de nombrarla había un lamento de algo que fue y ya no era más, ayes de una intimidad perdida, pasajes devorados por un fuego que nadie vio arder y entre cuyos tocones muertos nadie pasaba".
Entonces el relato comienza a cobrar interés y a importarle al lector. Pero pronto decae y la narración vuelve a centrarse en el autor.
Y es que:
El Madrid del día de la boda de mis abuelos se había conjugado hasta entonces en subjuntivo y condicional, que son los modos y tiempos de la incertidumbre del miedo. El Madrí de Celia Gámez y Ava Gardner venía conjugado en pretérito perfecto simple, que es el tiempo de las crónicas y de la historia. Venía ya escrito para la posteridad, sin necesidad de conversiones sintácticas. Yo tengo que convertir el presente de indicativo de mis abuelos en pretérito perfecto simple, y en la operación estoy obligado a inventármelo todo, porque el presente de indicativo no deja rastros".
Porque
En una familia pobre hecha de silencios, tan sin diarios ni memorias, las fotos y los libros heredados son los únicos contenedores de certezas".

Siempre es loable el esfuerzo de recuperar la memoria familiar, pero Sergio del Molino, a falta de información, ha realizado un importante trabajo de documentación que exhibe en la novela. Seguramente su pecado es no haber evitado esa exposición. Probablemente sin ella el relato hubiera ganado en la fuerza de la experiencia vivida, en intimidad, en calor, en ternura, en emotividad, en cercanía al lector, en literatura en suma, y hubiera perdido en páginas. Pero ya sabemos que el trabajo más difícil, tanto como importante y fundamental, del arte de la escritura es la poda.

martes, 5 de mayo de 2015

Helene Hanff, 84, Charing Cross Road

Helene Hanff (Filadelfia, 1916 - Nueva York, 1997) escribía sin éxito obras de teatro y sobrevivía como guionista de televisión cuando, en 1949, decidió escribir a una librería de viejo de Londres - Marks and Co., en el 84 de Charing Cross Road - con la intención de conseguir libros que en Nueva York no encontraba. Se inició entonces una correspondencia con Frank Doel, empleado de la librería, que se prolongó durante veinte años. Naturalmente, ese correspondencia, formal, fue tiñéndose paulatinamente de un tono más personal. Hasta el punto de que Helene se carteó también con la esposa de Doel y con otros empleados y empleadas de la librería. Aunque la adquisición de libros suponía para ella un sacrificio económico, no dudó, sin embargo, en enviar paquetes de comida a sus amigos londinenses mientras, tras la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo el racionamiento hasta 1953. La afectuosa relación entre Helene Hanff y sus corresponsales les llevó a ellos a invitarle a visitar Inglaterra y a ella a prometer hacerlo. Pero, por unas u otras causas, el viaje se retrasó en diversas ocasiones y Helene no visitó Londres hasta 1971. Para entonces Frank Doel ya había fallecido - en diciembre de 1969 -, Marks and Co. había desaparecido poco después y Hanff había publicado su correspondencia en forma de libro. Libro, 84, Charing Cross Road (1970; Anagrama, 2002), de inmediato éxito.
A pesar de tal éxito, y de que, a partir de él, podemos disertar cuanto nos parezca sobre el amor a los libros - y a las librerías - y sobre la forja de entrañables relaciones personales entre quienes ni siquiera se conocen y viven a cinco mil kilómetros de distancia - o por el contrario, sobre cómo relaciones que fueron cercanas mueren cuando la geografía distancia a las personas (las empleadas que dejaron la librería y poco más se supo) -, este epistolario no ofrece un interés mayor al lector. Hasta el final, cuando, como a su familia y a Helene, le duele y apena la muerte de Doel. Otra cosa es que, haya en él un magnífico material para recrearlo en el teatro, como ocurrió a comienzos de los ochenta, o en el cine, como hizo el film homónimo de 1987 protagonizado por Anne Bancroft y Anthony Hopkins.
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