viernes, 27 de febrero de 2015

Donna Leon, Líbranos del bien

Como volver a casa. Así de reconfortante es para el lector reencontrarse con Brunetti, su familia y sus compañeros; un relajante placer que merece la pena disfrutar al menos con la misma frecuencia con la que Donna Leon publica los casos del entrañable comisario veneciano; una vez al año.
Líbranos del bien  (2007; Seix Barral, 2007) es la decimosexta entrega de la serie Brunetti - aquí hemos hablado de las dos anteriores; Piedras ensangrentadas y Veneno de cristal -. Sin conocimiento de la policía, un comando de carabinieri asalta de madrugada el domicilio de un pediatra, que resulta herido; el objetivo es "rescatar" a su hijo de dieciocho meses que fue adoptado ilegalmente. Brunetti acude al hospital para ocuparse de la agresión. Por su parte Vianello - el inspector ayudante del comisario Brunetti - sospecha que hay una trama de farmacéuticos y médicos que crean citas médicas falsas por las que cobran dinero público. La investigación de todo ello les llevará a descubrir cómo personas que hacen el bien - esa es su convicción - imponiendo su estricta moral o su ideología pueden destrozar por completo la vida y la felicidad de los demás.
Conversaciones, diálogos e interrogatorios son la base de la investigación de Brunetti, que se vale, una vez más de las habilidades informáticas de la signorina Elettra y de los contactos de su suegro, el conde Falier. En las pausas, cenas envidiables de platos exquisitos en casa con Paola y los chicos. Por el camino, otra postal de la sociedad italiana; corrupción, apropiación de dinero público, auge de partidos políticos xenófobos... Los elementos habituales de la serie que Donna Leon, nuevamente, recoge en un relato eficaz con un muy interesante final.

jueves, 19 de febrero de 2015

Alessandro Baricco, Seda

Gustave Courtois, Joven en kimono (1890).
A mediados del siglo XIX una enfermedad que afectaba a los gusanos perjudicó seriamente la industria de la seda del sur de Francia. El problema no se solucionó hasta que el gobierno pidió al doctor Pasteur que lo analizase; descubrió que la enfermedad la provocaba un microorganismo, la pebrina.
Este es el contexto en el que Alessandro Baricco sitúa la acción de Seda. En 1861 los empresarios de Lavilledieu, una de las ciudades hilanderas del Ródano, deciden enviar a uno de ellos, Hervé Joncour, a Japón - por entonces cerrado a los extranjeros - para importar de contrabando huevos sanos de gusanos de seda. El viaje de ida y vuelta de seis meses a través de Europa y Asia; el canal de Suez se inauguró en 1869. En 1866 Japón legalizó la exportación de huevos de gusano de seda. La seda artificial se patentó en 1884.
Hervé, en su primer viaje, descubre en Japón a una misteriosa mujer, de ojos occidentales, y entre ellos surge una silenciosa atracción. La atracción crece en los siguientes viajes anuales. Hasta el último, el de 1865, que Hervé decide realizar a pesar de que Japón se encuentra inmerso en una guerra civil y Pasteur ya ha sido llamado. Paralelamente, permanece siempre vivo el amor de Hervé y su esposa Hélène.
Alessandro Baricco (Turín, 1958) nos relata esta historia en una breve novela de sesenta y cinco capítulos de poco más de una página. Son precisamente la concisión de su estilo, la condensación de la acción en las mínimas líneas y la eliminación de lo superfluo el gran valor de esta novela que resulta muy sugerente para el lector. Seda (1996; Anagrama, 1997) obtuvo un importante éxito gracias al cual la obra de Baricco, inédita antes, ha sido publicada profusamente en España desde entonces. En 2007 ha sido llevada al cine.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba

Memorial en Pont de-l'Arche (imagen de Armand Launay).
Nos vemos allá arriba toma su bello título de las últimas palabras de un soldado fusilado en 1914 por abandonar su posición. También es muy hermoso su primer párrafo:

Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra. Así que, en octubre, Albert recibió con bastante escepticismo los rumores sobre un armisticio. Les dio tanto crédito como a la propaganda del principio, que aseguraba, por ejemplo, que las balas de los boches eran tan blandas que se estrellaban contra los uniformes igual que peras pasadas, y provocaban las carcajadas de los regimientos franceses. En cuatro años, Albert había visto la tira de tipos muertos de risa por el impacto de una bala alemana".

Pero nos equivocamos si estas palabras nos hacen creer que estamos, en el centenario de la Gran Guerra, ante una novela bélica, homenaje al heroísmo de los caídos, o ante un desgarrado alegato antibélico (ya hemos hablado de algunos). Lejos de ello, se trata de un relato, centrado en la postguerra, en el que predomina un fino tono burlesco que recuerda el esperpento de Valle-Inclán. El narrador, omnisciente e interlocutor del lector, parece mirar a sus personajes desde arriba de modo que estos parecen bastante peleles de aquél y resultan planos - simples en su psicología -. A medida que la novela avanza, el narrador va descendiendo en su perspectiva y, con ello, los personajes creciendo en su valor. Parece que Lemaitre ha considerado, como Valle, que la visión grotesca es la adecuada para comprender una realidad cutre. En este caso la de la postguerra; una sociedad empobrecida y hambrienta, unas calles por las que pululan todo tipo de mutilados que constituyen un museo del horror viviente, el dolor dejado por cientos de miles de muertos... un caldo de cultivo adecuado para el enriquecimiento de gente sin escrúpulos (para colmo, parte de lo narrado tiene un fundamento en hechos reales). Distorsión grotesca, humor negro, elementos folletinescos, cierto aire picaresco, personajes simples en apariencia que se van ganando el afecto de los lectores - el malo también -...  Son los ingredientes de una novela que se hace un poco larga y cuyo mayor mérito es mantener en todo momento la intriga de qué será lo siguiente que pase y de cómo acabara la historia. Y la historia es esta:
A comienzos de noviembre de 1918 está a punto de firmarse el armisticio que pondrá fin a la Primera Guerra Mundial. Así que, ¿qué soldado querría ser el último muerto de esa guerra?. Todos tratan de evitarlo, pero un teniente ambicioso hace creer a su tropa que han sido atacados por los alemanes para provocar un contraataque que le de a él gloria y un ascenso. En esa batalla, un soldado cae gravemente herido al salvar milagrosamente la vida a un compañero.
Un año más tarde ambos soldados viven juntos; Albert, de origen humilde, agradecido a quien le salvó la vida en el último suspiro, se ocupa de cuidar a Edouard, que sufre heridas horribles. Mientras, se han apañado para falsificar documentos y certificar la muerte de Edouard que no desea volver en su estado ante su familia (su padre, con el que tenía una mala relación, es uno de los hombres más ricos y poderosos de Francia) y que le dan una nueva identidad. Por su parte, Pradelle, el teniente ambicioso, ha conseguido casarse con la hermana de Edouard y un contrato del gobierno para desenterrar los cadáveres de los campos de batalla y darles digna sepultura en cementerios creados para honrar a los héroes de la patria. Su corrupta e inmoral gestión del contrato con el exclusivo fin de su enriquecimiento personal casi nos hacen ver como parvulitos a los de la gúrtel y la púnica. Al mismo tiempo, Edouard - dibujante excelente desde niño -, más por diversión que por salir de la miseria, ha ideado otra estafa, él y Albert han publicado un catálogo con sus dibujos de posibles monumentos a los caídos que ofrecen a buen precio a los ayuntamientos (con el dinero que reciban a cuenta se fugarán y huirán a alguna de las colonias). Uno de sus dibujos, además, gana el concurso para erigir uno de estos monumentos precisamente en el barrio de su familia (no sabe Edouard que el concurso lo ha convocado su padre, que, tras su muerte, siente hacia su hijo lo que no sintió cuando estaba vivo). Entre la primavera y el verano de 1920 todos estos líos - y algunos más - tendrán su desenlace.
Pierre Lemaitre (París, 1951) es un autor de novela criminal al que Nos vemos allá arriba (2013; Salamandra, 2014) ha dado fama internacional. El éxito de esta novela ha provocado que algunas de sus novelas anteriores se hayan publicado en España por primera vez.

martes, 3 de febrero de 2015

Rohan O'Grady, Matemos al tío

A una isla de la costa pacífica de Canadá llegan a pasar el verano dos niños - un niño y una niña -, que trastornan con sus peleas y travieso comportamiento la apacible calma del lugar, habitado por unos cuantos ancianos. Treinta y dos de los treinta y tres hombres que la isla dio a la patria en las dos guerras mundiales fallecieron en combate. Sólo sobrevivió uno; Albert Coulter, que es ahora el sargento de la Policía Montada en la isla. La niña, tan estirada que parece adulta, ha sido enviada de vacaciones por su madre a casa de una amiga. El niño, que parece un maleducado niñato de colegio privado, va a pasar el verano con su tío, pero, como éste se encuentra en Europa, lo acoge una pareja de ancianos que son los tenderos del lugar.
Mientras el verano pasa, Coulter va corrigiendo el comportamiento de los niños. Pero un buen día aparece el tío de Barnaby y el chico se siente horrorizado y le cuenta a su amiga Christie que, además de huérfano, es heredero de diez millones de dólares, y que su tío quiere matarle para quedarse el dinero. Ella, resuelta, propone que le maten ellos primeros. La novela avanza entre los preparativos del tío Sylvester - de horrible pasado - para matar a los niños (como el gato Silvestre persigue a Piolín) y los, más ingenuos, de los niños para matarle a él, ante la incredulidad de Coulter.
Además, en la isla vive un viejo y fiero puma de ojos verdes, llamado Una Oreja, que permite que los niños jueguen con él como si de un gato inofensivo se tratara y cuyos pensamientos y sentimientos conocemos gracias al narrador. El puma, naturalmente, tiene un papel importante en la novela y en su desenlace. El desenlace es uno, aunque la verdad oficial es otra. Coulter, sin embargo, sospecha y descubre - y calla - la verdad. La novela acaba, a la vez que el verano, con un final que deja contentos a todos sus lectores y felices a sus protagonistas.
Rohan O'Grady es el seudónimo con el que la escritora canadiense June Skinner escribió cinco novelas entre 1961 y 1984. Nacida en Vancouver en 1922, enfermó de demencia en 1990 y falleció en marzo de 2014. La edición de 2014 de Impedimenta de Matemos al tío (1964) es la única de O'Grady en España. Y Matemos al tío - llevada al cine en 1966 - seguramente fue una deliciosa novela de literatura juvenil (apta para adultos prejuiciosos) en los años sesenta y setenta en la que, en un escenario campestre, encontramos aventuras, traviesos y fantasiosos protagonistas casi preadolescentes, un malo muy malvado, tiernos personajes secundarios, la compañía de una animal salvaje amistoso con los niños y feroz con los adultos, escenas de terror (más o menos), la sombra alargada de la Segunda Guerra Mundial, humor negro y algún problema ético sobre el bien y el mal... ingredientes perfectos para el éxito de la novela. Pero el mundo ha cambiado en este medio siglo y, probablemente, hoy la novela es más divertida que gótica y resulta infantil y algo anticuada - no por ello pierde su valor literario - como lo resultaría ver hoy las aventuras del delfín Flipper - también de 1964 - que marcaron nuestra primera infancia, a principio de los setenta, en el primer televisor en blanco y negro de nuestros padres.
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