lunes, 26 de enero de 2015

Christopher R. Beha, Qué fue de Sophie Wilder

Charlie Blackeman y Sophie Wilder, neoyorkinos, se conocieron, a mediados de los noventa, en la asignatura de Taller de Introducción a la Narrativa en su primer semestre de universidad. Ella tenía unos conocimientos literarios y una capacidad para escribir superior a la de todos los compañeros de la clase. Charlie y Sophie mantuvieron durante los tres primeros cursos una relación en la que hubo amor, sexo, separaciones temporales, pero, por encima de todo literatura. Les unía el amor a la literatura, el deseo de crear historias juntos, de desarrollar su vocación literaria.

Fue entonces cuando comenzamos el juego de contar historias juntos. Uno de nosotros miraba a una anciana y a un joven que caminaban juntos por la calle y decía: "Todo el mundo cree que es mi madre, esa es la parte más difícil de estar enamorado". Media hora más tarde ya habíamos bosquejado toda una relación. Uno u otro, o los dos, quizá intentara escribir algo de esa historia, pero esa no era realmente la cuestión. La cuestión era que había historias en todas partes, esperando ser descubiertas mediante la invención. (p. 74).

En el último curso se separaron, ella empezó a salir con el que sería su marido e, inopinadamente, se convirtió al catolicismo y empezó a ir a misa a diario. Ocho años más tarde, en 2003, Sophie vuelva a aparecer en la vida de Charlie y es ahí donde se inicia Qué fue de Sophie Wilder (2012; Libros del Asteroide, 2014), que se centra en explicarnos qué ha sido de Sophie en los últimos tiempos, desde que se separó y, sin embargo, decidió ocuparse de cuidar de su suegro enfermo.
Sophie Wilder tiene una estructura algo compleja; la voz narrativa de Charlie mezcla fragmentos en primera persona en los que narra su relación con otros en tercera en los que narra lo que ha sabido de Sophie a posteriori y el relato avanza entre saltos temporales entre los distintos momentos de la historia. A ello se unen abundantes referencias literarias, religiosas e incluso filosóficas y reflexiones sobre el proceso de escritura, sobre el trabajo de escritor, sobre la relación entre realidad y ficción. Cualquier otro, con estos elementos, se pone estupendo y se marca un novelón insoportable lleno de esdrújulos incunables de esos que tanto gustan a los pseudocultos y se queda tan ancho. Christopher R. Beha, en cambio, emplea un estilo sencillo que hace cercanos y creíbles a sus personajes, tan humanos y llenos de vida y verdad, y que permite que cualquier lector, descifrador de las alusiones cultas o ignorante de ellas, disfrute de un relato ágil y vivo, lleno de sorpresas, pequeñas al principio, más grandes después, cuando la autenticidad de sus personajes, de sus relaciones, y de sus sentimientos atrapa al lector en las páginas de una magnífica novela. Y le atrapan, porque, al margen de la inusual conversión religiosa de Sophie en pleno umbral del siglo XXI, los comportamientos de los personajes, las relaciones entre ellos, la capacidad de algunos de planear y dirigir su vida y la de los demás, sus sentimientos, su dolor y su sufrimiento, nos resultan tan cercanos que la novela podría estar hablando de cualquiera de nosotros. O del propio Beha, que cuidó de su tía enferma antes de escribir esta novela.
Hace unos días, en un artículo centrado en el cuadragésimo aniversario de la aparición de La verdad sobre el caso Savolta, Antonio Muñoz Molina escribía:

Las novelas no se hacen con ideas brillantes ni con demostraciones de erudición o proclamas de ruptura. Las novelas se hacen con los materiales más comunes y más baratos, las palabras habituales, el habla, las vidas de las personas.

Qué fue de Sophie Wilder es un buen ejemplo de la verdad que afirma Muñoz Molina en esas palabras y es la primera - y muy prometedora - novela de Christopher R. Beha (Nueva York, 1979); otro acierto de Libros del Asteroide.

Últimamente había leído a San Agustín, que decía que la belleza consistía en la justicia y la aptitud: la elegancia con la que la cosa se adaptaba a sus fines, Sophie entendió que esto significaba que la belleza no podía ser un fin en sí mismo. (p. 100).

domingo, 18 de enero de 2015

Ian McEwan, Los perros negros

Jeremy perdió a sus padres en un accidente de tráfico a los ocho años. Desde entonces sustituyó su ausencia con los padres de sus amigos. Así, durante la adolescencia, en lugar de salir con sus amigos prefería cultivar la compañía y la conversación de sus padres, lo que le convirtió en un chico culto y pedante. Cuando se casó encontró en sus suegros unos nuevos padres. Bernard y June Tremaine pertenecieron en su juventud idealista al partido comunista. Se conocieron en 1944 y, en 1946, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, se casaron. Durante su viaje de luna de miel por Francia June, ya embarazada, tuvo un extraño incidente con unos perros negros - los perros negros se asocian con seres fantasmales que auguran la muerte, recordemos El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle - que le provocó una experiencia mística. Este hecho les separó, aunque nunca dejaron de amarse ni se divorciaron. June vivió en Francia en una casa de campo, centrada en su religiosidad mientras que Bernard mantuvo sus ideales comunistas - hasta la invasión de Hungría en 1956 - e hizo posteriormente carrera política en el partido laborista por el que fue diputado.
Cuando en 1987 June, que sufre una enfermedad terminal, se encuentra de nuevo en Inglaterra internada en una residencia de ancianos, Jeremy decide escribir la biografía de sus suegros. Un especie de memorias del matrimonio. El 10 de noviembre de 1989, Bernard y Jeremy toman a toda prisa un vuelo a Berlín; Bernard quiere presenciar en directo la caída del Muro. Entonces Jeremy decide retomar el libro de memorias sobre sus suegros.
Los tres primeros capítulos de Los perros negros - aunque formalmente no se presenta así - relatan el proceso y las conversaciones que permiten a Jeremy obtener la materia de su libro, el último, en el que se nos desvela el misterio sobre los perros negros, es el resultado de ese proceso.
Ian McEwan (Aldershot, 1948) es uno de los novelistas británicos más reconocidos. Inició su carrera literaria con el libro de relatos Primer amor, últimos ritos (1975) y, seguramente, Expiación (2001) es su novela de más éxito. Su obra es publicada en España con regularidad desde 1980, tanto en castellano como en catalán. Los perros negros (1992; Anagrama 1993) es una novela de la que lo más interesante es el planteamiento; la reflexión, a partir de la caída del muro de Berlín, sobre el nazismo y el comunismo, sobre el idealismo, el racionalismo y la espiritualidad como maneras de entender la vida, a través de este matrimonio.

sábado, 10 de enero de 2015

Henri Roorda, Mi suicidio

Henri Roorda.
Henri Roorda se suicidó en Lausana (Suiza) disparándose en el pecho el 7 de noviembre de 1925. Antes de hacerlo, escribió un pequeño libro, que tituló Mi suicidio, con el que pretendía explicar sus razones y, de paso, legar una fuente de ingresos para sus acreedores. 
Roorda, de familia holandesa, nació en Bruselas en 1870 y vivió desde niño en Suiza. Profesor de matemáticas, defensor de la pedagogía libertaria - en la línea de Francisco Ferrer i Guardia -, escribió en la prensa suiza con el seudónimo de Balthasar y, con su propio nombre, algunas obras breves que se caracterizan por su sentido del humor aplicado al análisis de la sociedad en general y del sistema educativo en particular.
Mi suicidio no es ajeno a ese estilo; destila humor en el análisis que realiza sobre el funcionamiento de la sociedad, el papel que juega en ella el dinero - el lugar de los ricos y de los pobres, cómo sería un estado socialista -, la función del sistema educativo - intimidar al individuo mientras todavía es joven, enseñar a todos demasiadas cosas que sólo son interesantes para especialistas -, el lugar de la moral, el sentido de la vida, ¿por qué vivir cuando no se ha sabido ahorrar para llevar una vida fácil o cuando se es tan viejo que uno ya sólo es una carga para los demás?... Se trata de una obrita llena de lúcidas y divertidas reflexiones que la que se pueden extraer innumerables citas. Y todo ello constituye la argumentación con la que el autor justifica por qué se va a suicidar poco después. Lo grave, lo que hiela la sonrisa del lector, es que este autor, inteligente, inquieto y alegre, efectivamente se suicidó.
Sólo tres citas no necesariamente más valiosas que otras que podríamos tomar de Mi suicidio:
Estaba hecho para que me gustara el oficio que ejerzo. Y además, mi sentido de la cordialidad hubiera sido verdaderamente eficaz si, en lugar de ser el maestro de mis alumnos, hubiera podido ser su entrenador".
Necesito vivir con embriaguez. Muchas veces por la mañana, cuando iba a la escuela, me sentía deprimido porque iniciaba una jornada en la que no habría nada, nada más que el cumplimiento del deber profesional. No soy un hombre virtuoso, ya que consideraba insuficiente dicha perspectiva. Necesito percibir, en el futuro inmediato, momentos de exaltación y de alegría. Sólo soy feliz cuando adoro algo. No comprendo la indiferencia con la que tantas personas soportan todos los días esas horas vacías en que no hacen otra cosa que esperar.
Mi impaciencia, que me ha hecho cometer tantos errores, debe explicarse seguramente también por la naturaleza de mi imaginación y por el estado de mis nervios".
Escribir este librito me causa placer a pesar de que trata de mi suicidio".
Trama Editorial publicó en 1996 Mi suicidio y la ha reeditado en 2003 y en 2014.  Se trata de la única obra de Roorda publicada en nuestro país.

viernes, 2 de enero de 2015

Jack Trevor Story, Pero... ¿quién mató a Harry?

A primera hora de la tarde un niño de cuatro años tropieza con un cadáver en mitad del bosque. Poco después, un hombre que ha salido a cazar también lo encuentra y cree haberlo matado con alguno de sus tres disparos al confundirlo con un conejo. Decide enterrar el cadáver. Pero aquella tarde el bosque parece más transitado que Trafalgar Square y a cada paso aparece alguno de los habitantes de la pequeña urbanización cercana.
Comienza aquí una divertida comedia ambientada en ese espacio que parece atemporal y lleno de curiosos e ingenuos personajes que es la campiña inglesa. Pero... ¿quién mató a Harry? no es una novela negra - ni policiaca -; ni siquiera es una comedia de humor negro, pues su humor es de lo más blanco y absurdo. Se trata de un relato divertido que nos recuerda el teatro humorístico que en esos mismo años escriben en nuestro país autores como Miguel Mihura o Enrique Jardiel Poncela. Ninguno de los personajes da mayor importancia al cadáver; y es que todos - o varios de ellos - creen haberlo matado. Todos ellos resultan entrañables. Las distintas novedades llevarán a Harry, que así se llamaba el cadáver, a ser enterrado y desenterrado una y otra vez antes de que, pasada la medianoche del mismo día, lleguemos al desenlace de la novela. Tras la Segunda Guerra Mundial, el humor se convierte en una salida al horror.
Jack Trevor Story (Herford, 1917 - Milton Keynes, 1991) fue un prolífico autor cuya mayor fama se debe a su primera novela, Pero... ¿quién mató a Harry? (1949), por haber sido llevada al cine por Alfred Hitchcock en 1955. Aunque poco conocido en España; de hecho The trouble with Harry es la única de sus novelas publicada en España. Por primera vez, en 1950 en la serie policiaca de la colección El elefante blanco de la editorial Saturnino Calleja, con el título Cuidado con Harry - llama la atención la inmediatez respecto a la publicación original inglesa -. La recupera ahora, en 2014, Alba en su colección Rara avis.
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