domingo, 23 de noviembre de 2014

Maj Sjöwall y Per Wahlöö, El hombre del balcón

John Ingvar Lövgren 
En el verano de 1963 John Ingvar Lövgren (1930 - 2002), un jardinero de triste vida desde la infancia y cierto retraso mental, asesinó a dos niñas en parques de Estocolmo. Es fácil imaginar la conmoción que el asesino de niñas causó en la sociedad sueca de los sesenta. Los periodistas Maj Sjöwall y Per Wahlöö se inspiraron en estos crímenes para crear su tercera novela; El hombre del balcón (1967).
Jo Nesbo dice en las primeras líneas del prólogo de la edición de RBA (2008):
Todo artista está en deuda con aquellos que lo han precedido. Así es, lo quiera o no y tenga o no conciencia de ello. (...) Por ejemplo, todos los escritores de novelas policiacas actuales están en deuda con Sjöwall y Wahlöö, incluidos aquellos que jamás han leído un solo libro de Sjöwall y Wahlöö y pueden afirmar haberse sustraído por completo a su influencia".
Esto nos resulta más que evidente leyendo las novelas de este matrimonio de periodistas; vemos con claridad que en ellas, escritas hace medio siglo, está contenida toda la novela negra europea posterior. Al menos toda la escrita sobre el procedimiento policial. Es evidente que hay autores que se inspiran u homenajean a los clásicos norteamericanos; pero estos lo hacen, generalmente, de manera consciente (de mayores quieren ser Chandler). Pero la obra de Sjöwall y Wahlöö es tan de fundamento que quienes han escrito después lo han hecho sobre esa sólida base aunque, como dice Nesbo, ni siquiera hayan oído hablar nunca de la pareja sueca.
El hombre del balcón es toda una lección de cómo se escribe novela criminal. En esta caso, con un narrador cinematográfico - desde la soberbia (por la inquietud que suscita al lector) descripción de lo que un hombre ve desde el balcón al comienzo del relato, que recuerda al cine neorrealista de los cincuenta -, que apenas deja espacio para mínimos comentarios y con riguroso orden cronológico nos presenta a los personajes en acción. Y en diálogo. Un relato frío, de puro objetivo, que marca continuamente el día y la hora de la acción. Y son precisamente la objetividad del relato, sin especulaciones, análisis psicológicos ni descripciones innecesarias, y el angustioso paso del tiempo los que dotan a El hombre del balcón de un realismo brutal - como brutales y reales fueron los hechos en que se inspira - que es la clave de su valor literario y de su capacidad para atrapar al lector.
Han pasado tres años del caso de Roseanna, uno del de El hombre que se esfumó, Martin Beck ha ascendido a comisario y, resulta evidente, que la relación con su mujer se va deteriorando. Pero Beck no es el protagonista de El hombre del balcón porque en esta novela, como en pocas, el protagonismo es coral y lo comparten los distintos policías - buenos, malos y regulares - que trabajan con Beck (recordemos a Furillo y la comisaria de Hill Street). O, mejor dicho, el protagonismo es, en realidad, de la investigación, del proceso de investigación, de cómo los policías trabajan, cómo encuentran pistas, cómo avanza o se detiene la investigación. La fuerza de la novela está, como decía arriba, en su realismo que se intensifica, como en las anteriores de la serie, con la inmediatez temporal; la acción se sitúa en el verano de 1967, el mismo año de publicación de la novela. El hombre del balcón es, pues, un ejemplar ejemplo de novela negra de procedimiento policial, realista, llena de policías corrientes, en nada superdotados - tampoco en medios, de lo que se quejan habitualmente -, de una razonable extensión - lejos de la tendencia actual a los tochos - y, como la buena literatura, absolutamente viva, nada envejecida (si no fuera por los adelantos tecnológicos del último medio siglo).
Sjöwall y Wahlöö, periodistas, desengañados, decidieron escribir las diez novelas de la serie de Martin Beck, con la intención de denunciar los problemas y carencias sociales de la sociedad del bienestar. Nació así la novela negra escandinava, con ella, la novela negra europea. Como sabemos, quince años más tarde también fueron periodistas quienes con parecidas intenciones y desencantos crearon la novela negra española.
La recepción de la obra de Maj Sjöwall y Per Wahlöö fue temprana en España; ya en 1972 la editorial Noguer comenzó a publicar algunos de los títulos de la serie. Comenzó con El policía que ríe, traducida como El alegre policía. En 1975 publicó El hombre del balcón como El maníaco. Ya en los ochenta Bruguera y Versal recogieron alguna de estas novelas en su catálogo. Pero el reconocimiento no ha llegado hasta que el "boom" de la novela negra nórdica ha llevada a RBA a publicar, desde 2007, todos los títulos de la serie.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Steven Millhauser, Martin Dressler

En un mundo en transformación en el que conviven los quinqués de petroleo con las lámparas eléctricas, los tranvías tirados por caballos con los trenes de vapor, los nuevos cigarrillos con los cigarros de siempre, en una ciudad en crecimiento - Nueva York -, Martin Dressler, nacido en 1872, hijo de emigrantes alemanes, ya desde niño, cuando ayudaba en la tabaquería de su padre, tuvo ideas emprendedoras y don de gentes. A los catorce años comenzó a trabajar de botones en un hotel cercano a su casa. En pocos años fue ascendiendo rápidamente hasta llegar a ser secretario del director. Ni su juventud ni su empleo en el hotel le impiden poner en marcha una cadena de restaurantes. Mientras por el camino se casa con la hermana equivocada, a los veintisiete años ya es propietario de un moderno hotel de dieciocho plantas. Luego otro y otro. Martin no se conforma nunca; en cuanto su sueño se hace realidad, se le queda pequeño y necesita de uno nuevo y mayor para seguir vivo. Vivo, en esa vida de éxito en los negocios cada vez más pobre y vacía en lo afectivo y lo personal. Y así hasta un buen final que satisface al lector, que lo desea desde que en su desarrollo la novela ha perdido, quizá, un poco de su interés.
Martin Dressler (1996; Libros del Asteriode, 2012) es, por una parte, un ejemplo de lo fácil que resulta hacer buena literatura con una historia sencilla, un relato lineal y un lenguaje natural. Por otra, la epopeya de un hombre hecho a sí mismo (ya sabemos; Estados Unidos como tierra de promisión donde cualquiera con iniciativa y trabajo puede prosperar y hacerse rico sin importar su origen, donde los sueños se cumplen). Y por otra, un homenaje a la ciudad de Nueva York en un momento fundamental de su historia y su desarrollo; finales del XIX y comienzos del XX, con la revolución que significa la electricidad, los nuevos ascensores que permiten la construcción de los primeros rascacielos, la construcción del metro, la expansión de la ciudad, las novedades arquitectónicas, el desarrollo de la publicidad y su influencia...
Steven Millhauser (Nueva York, 1943) es autor de una docena de obras, de las que algunos han sido publicadas en España en los últimos años. La editorial Andrés Bello introdujo en España a Millhauser con la primera edición de Martin Dressler en 1997. Desde entonces algunas otras de sus obras han sido publicadas en nuestro país.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Julio Verne, De la Tierra a la Luna

Es de imaginar que en 1865 De la Tierra a la Luna causara en sus primeros lectores el mismo interés y expectación que causa en sus páginas la aventura de sus protagonistas entre los habitantes de Estados Unidos. Un siglo antes del viaje del Apolo XI, Verne propone a sus lectores la posibilidad de imaginar un viaje a la Luna. Pero el interés no está en la idea, ni en la eterna atracción poética que el satélite nos causa, sino en la fundamentación científica de su posibilidad. ¿Cómo se tomaría una persona de mediados del siglo XIX la posibilidad de que el ser humano viajara a la Luna?
De la Tierra a la Luna, como muchas otras de las novelas de los Viajes Extraordinarios de Julio Verne (Nantes, 1828 - Amiens, 1905), ha constituido durante décadas una lectura fundamental de adolescentes ansiosos de aventuras (las reediciones y versiones son innumerables). Toda esa fundamentación científica del viaje que ocupa la primera mitad de la novela, la preparación del lanzamiento del vehículo espacial, el propio lanzamiento y el inicio del viaje de sus tres tripulantes, la bonhomía y grandeza de sus protagonistas... son, sin duda, garantía de su éxito. Pero hoy, como todo Verne, como toda la excelente novela del XIX, su lectura resulta algo más costosa. Naturalmente, tras el gran paso para la Humanidad de Armstrong, Aldrin y Collins, la hipótesis de Verne y su larga explicación científica carecen de interés; sin embargo, sí lo tienen - y mucho - los distintos "aciertos" de la novela respecto al viaje, necesariamente quimérico entonces, que acabaría realizándose cien años más tarde. Verne y De la Tierra a la Luna - y su continuación Alrededor de la Luna (1868) - son pioneros del género de la ciencia-ficción y los viajes espaciales, que tan prolífico ha resultado en la literatura y en el cine del siglo XX. Y es, precisamente, inspiración de una de una de las primeras películas de la historia del cine, Viaje a la Luna de George Méliès:

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