jueves, 24 de julio de 2014

Jussi Adler Olsen, Los chicos que cayeron en la trampa

En septiembre de 2007, tras las vacaciones y la brillante resolución del caso Merette Lynggaard - La mujer que arañaba las paredes -, Carl Morck y su asistente Assad reciben a un nuevo miembro del Departamento Q, Rose, una particular, pero eficiente, secretaria. Y alguien se esfuerza en que se ocupen de un viejo caso, aparentemente resuelto; el asesinato de dos jóvenes hermanos en el verano de 1987. También hay quien se esfuerza porque lo abandonen.
Lo que se descubre es muy turbio. En los ochenta, en un rígido internado para alumnos de clase alta, cinco chicos y una chica forman un grupo de amigos que se reúne para fumar porros, ver If y La naranja mecánica, mantener relaciones sexuales... El grupo acaba encontrando placer y diversión en la violencia y en la agresión a otras personas.
En 2007, tres de ellos son importantísimos empresarios que se divierten organizando excéntricas cacerías en las que, además de faisanes y codornices, se mata alguna pieza especial; una hiena, un avestruz... Ella, Kimmie, vive en la calle como una mendiga desde que en 1996 sufrió un aborto y rompió con el grupo. Ellos tienen a un detective privado buscándola porque la temen, ella va tras ellos porque ha llegado la hora de la venganza. Y Carl Morck va a la caza de todos porque el viejo caso aparentemente resuelto ha destapado una larga lista de asesinatos y agresiones de las que el grupo es culpable. Una caja metálica que Kimmie escondió cuando huyó tras el aborto guarda pequeños objetos que son la clave de los distintos crímenes.
Por el camino profundizamos (tenemos los antecedentes de la primera novela de la serie) en el conocimiento de la vida de Morck; su relación con su exmujer Vigga, la convivencia en casa con su hijo adolescente Jesper y con Morten, el inquilino al que ha alquilado el sótano, sus deseos de ligarse a la psicóloga Mona Ibsen y Hardy, el compañero que acabó paralítico en el tiroteo en el que Morck sobrevivió y Anker, el tercero de ellos, murió abatido a balazos. Hardy, en su cama de hospital, cree que uno de los tres estaba compinchado con quienes les atacaron.
Los chicos que cayeron en la trampa (2008; Maeva 2012) no engancha al lector hasta el punto de tenerle secuestrado como la primera novela de la serie; no es un thriller como La mujer que arañaba las paredes sino una buena novela que se inscribe en la línea de la mejor novela negra nórdica con personajes que se nos van haciendo entrañables a medida que los vamos conociendo más.

miércoles, 16 de julio de 2014

Eduardo Halfon, Monasterio

Una familia normal de finales del siglo XX hereda la religión de sus abuelos - el padre más liberal, la madre más religiosa - y la va abandonando paulatinamente a medida que crecen los hijos y dejan de rezar con la madre al acostarse. Así, muchos dicen tener una religión pero no ser practicantes. Pero en toda familia puede ocurrir que uno de los hijos, de los hermanos, se te apunte a una secta. Cuidado con llamar sectas a las sectas. Entonces ese hijo abandona la familia, que queda en un plano inferior a los axiomas religiosos. Pero ese hijo, ese hermano, sigue siendo el protagonista de tantas anécdotas de infancia que humedecen tus ojos al recordarlas... Resulta tan incomprensible que haya dejado la familia; pero sigue siendo tu hijo, tu hermano, así que la familia hace esfuerzos por adaptarse, por aceptarlo, por evitar que los lazos se rompan, por ser tolerante con el extremismo intolerante que ha abducido a ese hijo a quien ya no hay quien le reconozca, le ha cambiado incluso la mirada. Los padres sufren en silencio, obligan a los hermanos a respetar y no mofarse del descarriado; ¡es tu hermano!. Lo explica bien el relato Mi llorada hermana ultraortodoxa, del escritor israelí Etgar Keret.
Esto le pasa a Eduardo Halfon, el narrador de Monasterio, que viaja con su hermano y sus padres desde Guatemala hasta Jerusalem para asistir a la boda de su hermana que se ha hecho judía ultraortodoxa. Se trata de una familia guatemalteca de abuelos judíos; uno polaco, de Lodz, superviviente de Auschwitz, y los otros tres árabes; de Siria, Líbano y Egipto. El narrador, que no cree en Dios y se considera "judío a veces", afronta el asunto con cierto humor que le sirve para evidenciar el absurdo y la intolerancia del fanatismo religioso; en una ocasión él y su hermano son apedreados por coger un taxi en sábado, en otra su futuro cuñado le reprocha que un buen judío no pregunta por qué respecto a algo que está escrito en los libros sagrados... Y, de paso, dejarnos unas pinceladas sobre la vida en Israel, donde en cualquier momento inesperado puedes verte rodeado de jóvenes soldados que te apuntan con sus metralletas.
Sin embargo, la historia no avanza por ahí y el encuentro casual con una vieja conocida propiciará el recuerdo del abuelo polaco, ya fallecido, prisionero de Auschwitz, de un viaje anterior en el que buscó los orígenes del abuelo en Lodz, en la reflexión sobre quienes salvaron su vida - más vale un mentiroso vivo que un judío muerto - de la barbarie nazi mediante una mentira, un cambio de personalidad, un disfraz... Y es que todos necesitamos una mentira que nos salve; a cada cuál de lo suyo. A Halfon del conflicto de ser judío y tener ascendencia árabe por tres de los cuatro costados.
Con Monasterio (2014) Libros del Asteroide ha iniciado en su colección la publicación de libros inéditos escritos en castellano. Con su acierto habitual.  Monasterio está escrito con un estilo ágil y sencillo, se lee de un tirón y es una interesante novela. También lo hubiera sido si el autor hubiera decidido seguir contándonos la historia de la boda de su hermana.
Eduardo Halfon, nacido en Ciudad de Guatemala en 1971, comenzó su carrera literaria en 2003, ha escrito desde entonces más de diez obras, casi todas ellas publicadas en España por distintas editoriales.

martes, 8 de julio de 2014

Edward Bunker, Huida del corredor de la muerte

Prisión de Rikers Island, en Nueva York, hacia 1930. Foto de Lucien Aigner.
Edward Bunker (Hollywood, 1933 - Burbank, 2005) es un magnífico narrador de su vida anterior al cine y la literatura. Bunker fue, desde temprana edad, delincuente y, en consecuencia, buen conocedor del sistema penitenciario del Estado de California. Desde los reformatorios hasta San Quintín. Recrea su experiencia en sus distintas novelas. Hemos comentado ya aquí la espléndida Little boy blue.
Huida del corredor de la muerte (2009; Sajalín, 2014), tomando el título de uno de ellos, recoge seis relatos que, a la muerte de Bunker, estaban en manos de su editor. Se trata de tres relatos cortos y otros tres largos. Todos ellos se ambientan en el célebre penal de San Quintín y, casi todos, abordan la cuestión de la situación penitenciaria - en distintos momentos del siglo XX - de los presos de raza negra. Y, naturalmente, la de la pena de muerte.
Los tres relatos cortos no son en absoluto banales - el traslado y el ingreso en la prisión camino del corredor de la muerte, la muerte de un soplón, el inicio de la carrera penitenciaria de un joven delincuente -, pero los largos nos ofrecen historias contundentes. La de Booker Johnson, un joven negro analfabeto que tomó prestado un coche en el taller en que trabajaba para no llegar tarde a la cita con su novia y tuvo un accidente en un semáforo con un coche patrulla. Es 1927, en California todavía no hay muchos negros, el Ku Klux Klan pilla lejos y no se aplica la legislación Jim Crow. Pero Booker acaba en San Quintín y el resto de su vida será una triste historia. Demoledora también. A un momento posterior, finales de los sesenta, en pleno apogeo de los Panteras Negras, nos traslada el bastante trepidante relato Mía es la venganza, lleno de sangre, centrado en el enfrentamiento irreconciliable entre presos y guardias. Y más reciente resulta la acción del relato que da título al libro; una escapada imposible del corredor de la muerte, en el que no se puede hacer otras cosa que "ver más televisión, leer más, pelársela más a menudo y pensar". Pensar; algo que hacen bastante los protagonistas de Bunker, y con ellos el lector. Al lector de Bunker, que no queda indiferente, le corresponde sacar conclusiones sobre el sistema penitenciario de California, sobre su funcionamiento y sus códigos, sobre el papel de los guardias, el lugar de los presos negros, el sentido de la pena de muerte y su sistema de interminables recursos...
Huida del corredor de la muerte se trata, pues, de seis magníficos relatos de un escritor, al que merece la pena seguir la pista, que nos habla de una dura realidad que vivió en primera persona; fue, con diecisiete años, el preso más joven ingresado en San Quintín. Quizá ya entonces tenía claras las palabras que cierran el último de los relatos:
No cometas el crimen si no puedes cumplir la condena, le habían dicho. Max estaba preparado para las dos cosas".
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