martes, 27 de mayo de 2014

Henry James, Daisy Miller

Jean Beauduin, Retrato de una joven (1896).
Al mismo tiempo que se iniciaba en el mundo real la reivindicación de sus derechos, la mujer ocupó un lugar protagonista en la novela del siglo XIX. Son muchas las heroínas que, incluso, dieron nombre a las novelas que protagonizaron; Jane Eyre, Ana Karenina, Fortunata, Tristana, Madame Bovary, Ana Ozores...
Una más de ellas es Anita Miller, protagonista de Daisy Miller (1878), pero queda muy lejos de las antes citadas. Daisy Miller es una novela corta cuya protagonista es una joven americana de viaje por Europa, con su madre, su hermano pequeño y su secretario, que a ojos de todos se relaciona de manera escandalosa con los hombres. La chica no hace otra cosa que hablar y pasear con quien le apetece, incluso de noche. No va más allá, pero parece demasiado para la época y escandaliza a otros norteamericanos en Europa. Entre ellos Frederick Winterbourne, otro joven norteamericano ocioso, al menos lo suficiente para pasarse meses de viaje por Suiza e Italia sin oficio conocido. Winterbourne, que conoce casualmente a Daisy en Vevey (Suiza) durante el verano, queda prendado de ella y la sigue, en el invierno siguiente, hasta Roma. Y en Roma vemos como Daisy, siempre desenvuelta, pasea y coquetea por la calle con Winterbourne - que al mismo tiempo que le gustaría conquistarla, pretende conseguir que la chica se comporte con más recato - y con jóvenes italianos - en realidad con uno, Giovanelli -, para colmo de más baja clase social, cuyo comportamiento, sin embargo es caballeroso y nada reprochable. Así, mientras Winterbourne se debate continuamente en si hace o no lo que debe con Daisy y las señoronas de la alta sociedad se escandalizan por la ligereza de la chica, que, para colmo, con sus paseos arriesga su salud  - pues hay una epidemia de paludismo -, Daisy acaba enfermando y muriendo. Pero deja un mensaje para Winterbourne.
Con un padre que se quedó en Nueva York y una madre pusilánime, más preocupada por su dolor de estómago, y un hermano de nueve años, niñato enfurruñado porque no le gusta Europa, Daisy se pasea feliz con sus amigos italianos, esperando a que Winterbourne dé un paso, mientras Winterbourne, siguiendo las indicaciones de su vieja tía y de la escandalizada señora Walker, le reprocha su conducta en Roma, si bien en Vevey se la llevó de excursión en parejita a un tenebroso castillo a los dos días de haberla conocido y en Ginebra le espera siempre una señora con fama de relacionarse con jóvenes norteamericanos...
Como es habitual en la novela de la época, la historia - en el fondo triste - de Daisy, nos la cuenta un narrador omnisciente, subjetivo en esta ocasión. Es propio también de la novela realista del XIX que los nombres de los personajes sean reveladores de su personalidad, por eso no debemos olvidar que estamos hablando de "Margarita", que se debate entre "Invierno" y "Joven".
Henry James (Nueva York, 1843 - Londres, 1916),  uno de los más importantes escritores estadounidenses del Realismo decimonónico, vivió gran parte de su vida en Inglaterra. El impacto que la cultura y la sociedad europeas causan en los visitantes norteamericanos es tema recurrente en su amplia obra, en la que destacan novelas como Retrato de una dama (1881), Las bostonianas, (1886) u Otra vuelta de tuerca (1898).

domingo, 18 de mayo de 2014

Herman Koch, La cena

¿Qué haríamos, o qué no haríamos por nuestro hijo de quince años?. ¿Le defendemos cuando insulta a un profesor?, ¿le justificamos cuando incumple las normas de un viaje extraescolar?, ¿y cuando roba en un supermercado, le obligamos a devolver lo robado, le llevamos a comisaría?. ¿Y si nuestro hijo está involucrado en un asesinato?. Y para colmo, ¿en qué cambia nuestra reacción si resulta que somos una persona de relevancia pública?. Por otra parte, ¿cómo es posible que estas cosas las haga nuestro hijo?.
Estas son las interrogantes que nos plantea La cena, novela que en 2009 llevó a la fama internacional a Herman Koch (Arnhem, 1953). En España la publicó Salamandra en 2010. Dos matrimonios, los formados por dos hermanos - un profesor apartado de las aulas y un político futuro presidente del gobierno - y sus mujeres, se reúnen para cenar en un caro restaurante, de esos en los que el maitre no para de atosigarte y es imposible mantener una conversación sin la presencia cercana de alguien del servicio;
Es algo que en los llamados restaurantes selectos sucede más a menudo de lo deseable: uno acaba perdiendo completamente el hilo de la conversación por culpa de tantas interrupciones, como la exhaustiva explicación sobre todos y cada uno de los piñones que tienes en el plato, el eterno acto de descorchar la botella y la manía de llenarte continuamente las copas tanto si lo pides como si no".
Entre interrupciones de las camareras, salidas al baño o al jardín, llamadas telefónicas, la conversación no acaba nunca de abordar el tema que les ha reunido, del que todos saben que van a hablar aunque nadie antes lo ha mencionado; una noche, volviendo a casa, tras beber algo en una fiesta, sus hijos - niños de familia bien -, sin premeditación, casi jugando, con la inconsciencia y falta de reflexión de ir medio borrachos, queman a una mendiga en un cajero automático porque huele apestosamente. Por otra parte, ninguno sabe si lo sabe todo sobre lo ocurrido ni qué saben los demás. Cuando por fin abordan el tema, Serge, el político, no expone su opinión sino que explica la firme decisión que ha tomado sobre el asunto, esto provoca la discrepancia de los demás...
Herman Koch nos presenta esta historia y estos dilemas morales a través de un narrador en primera persona, Paul, el otro hermano, que recuerda mucho al de su posterior Casa de verano con piscina - que ya comentamos aquí -, que nos guarda siempre alguna sorpresa, que tiene un peculiar ingenio, que sabe siempre dar una vuelta más a lo que dicen, hacen o piensan los demás, que juega con las apariencias y los giros de la acción, que con su personal visión e ironía nos ofrece más de un comentario o escena divertidísima, que acaba resultando mucho más amoral y cínico de lo que hubiéramos imaginado al principio del relato... un maestro del relato capaz de conseguir incluso que casi también al lector le entren ganas de golpear o quemar a la mendiga ante lo apestoso, repugnante y vomitivo que resulta entrar en el cajero. ¿Quién no ha cometido alguna estupidez que prefiere no tener que recordar amparado por la diversión con los amigos, animado por la guardia baja provocada por las drogas o el alcohol; reírse de alguien que pasa por delante, abusar de alguien indefenso, irse sin pagar, robar un pequeño objeto, conducir a toda hostia - ¡qué risa! -, sin pensar nunca en las consecuencias?; dadas las circunstancias oportunas ¿cualquier persona normal, cualquier chaval normal, sin necesidad de ser un desequilibrado ni un delincuente podría prender fuego a una persona sin darse cuenta de lo que está haciendo? Bueno, son otras interrogaciones que surgen de La cena.
Para La cena Herman Koch, que reside en Barcelona, se inspiró en unos hechos ocurridos en 2005; tres chicos, uno de ellos menor de edad, quemaron a una mendiga que se refugiaba del frío en un cajero automático (la imagen de esta entrada está tomada del vídeo de seguridad del cajero, en ella se ve a dos de ellos entrando con el bidón inflamable al que poco después prendieron fuego). En 2008 fueron condenados a 17 años de cárcel. Koch sitúa la acción de la novela en Holanda.
La cena es una excelente novela como Casa de verano con piscina, con la que guarda muchos aspectos en común; el estilo narrativo, la distorsión de los hechos, las cuestiones morales planteadas al lector...

sábado, 10 de mayo de 2014

Amélie Nothomb, Una forma de vida

La narradora de Una forma de vida (2010; Anagrama, 2012) es una escritora famosa que tiene la costumbre de responder las muchas cartas que recibe cada día. A veces se trata de amables admiradores, otras de personas que solicitan favores varios, estrambóticos muchas veces. Entre tanta correspondencia, recibe a finales de 2008, recién elegido Barack Obama, una epístola de un soldado norteamericano destinado en Irak. Aunque lo juzga aplicando los tópicos sobre la estupidez de los soldados y de los norteamericanos, responde al soldado e inicia con él una correspondencia regular que revelará al militar como una persona mucho más interesante de lo que parecía en un principio. El soldado participa en un guerra montada por Bush a partir de una mentira - la de las armas de destrucción masiva -. Desde que llegó a Irak no ha dejado de engordar - más de cien kilos -; comer bulímicamente es una respuesta al horror de la guerra - la muerte que te rodea, los muertos que tu mismo matas -, comer sin parar es la peor de las drogas - imposible dejarla - y comer es también, para este soldado, una manera de rebelarse contra la guerra injusta, de la que el nuevo presidente ha prometido retirar a las tropas norteamericanas. Pero volver a casa con su nuevo cuerpo es también para él un temor. La escritora le sugiere que haga de su cuerpo obeso un objeto de body art. Bruscamente, el soldado deja de escribir en mayo de 2009. La escritora, preocupada, se interesa por conocer qué ha podido pasarle, qué ha sido de él. Consigue, al cabo de unos meses, encontrarle en su casa de Baltimore. Conoceremos entonces el por qué de la interrupción de la correspondencia y lo que realmente había tras las cartas del soldado.
Una forma de vida nos presenta el problema de la obesidad. Una enfermedad a la que no se le ha dado importancia en Estados Unidos hasta hace muy poco tiempo; en 2008 empezó a manifestarse la preocupación por la obesidad creciente entre los soldados destinados en Irak, en 2010 Michelle Obama inició su programa contra la obesidad infantil. Pero también, reflexiona sobre la condición de escritor, en qué consiste ser escritor, qué diferencia al escritor de otras personas. Y, por último, pero por encima de lo demás, se aborda en Una forma de vida el valor de la ficción en nuestras vidas, cómo - paradójicamente quizás - puede ser la ficción - la ficción literaria, pero basta con la ficción de la mentira - la que de sentido a nuestras vidas, la que haga que merezca la pena vivirlas. La ficción; una forma de vida.
Y lo que da fuerza de verdad a esta reflexión sobre la ficción es que la protagonista de esta novela - ficción - se llama Amélie Nothomb y su biografía coincide en todo con la de su autora - real -, Amélie Nothomb.
Amélie Nothomb es una escritora belga, nacida en Kobe, Japón, en 1967, debido al trabajo diplomático de su padre. Vive en París y es autora de una obra bastante prolífica que, en buena parte, ha publicado Anagrama desde 2000. Previamente, en los años noventa Circe publicó tres de las primeras novelas de Nothomb.

jueves, 1 de mayo de 2014

Nancy Johnstone, Un hotel en la Costa Brava

Postal publicada por los Johnstone. Vista desde la terraza del hotel.
Un hotel en la Costa Brava no es en realidad un libro sino dos. Nancy Johnstone (Bath, 1906 - ?), su autora, y su marido Archie, periodista, veranearon en 1934 en Tossa de Mar, donde viven entonces algunos alemanes que huyen de Hitler. Tossa les encantó hasta el punto de decidir abandonar su vida en Londres e instalarse allí, construir un hotel para turistas extranjeros y vivir de este negocio. El verano del 35 fue el primero que, con gran éxito, estuvo abierta Casa Johnstone. Al verano siguiente estalló la guerra civil y el hotel acabó convirtiéndose en 1938 en un hogar para niños refugiados. En el invierno del 39 los Johnstone acompañaron a los niños camino de Francia. Toda esta peripecia la narró Nancy Johnstone en Hotel in Spain, publicado en 1937, y Hotel in flight (1939). Unos años más tarde, tras instalarse en México, separarse de Archie, volverse a casar y regresar brevemente a Tossa en 1950 con la intención de recuperar su hotel, se pierde la pista de Nancy Johnstone en 1952 y nada más se sabe de su vida ni de su probable muerte.  Todo ello contribuye a hacer de Un hotel en la Costa Brava un libro sugerente y apetecible.
Resulta razonable que Miquel Berga, al editar el libro y publicarlo por primera vez en catalán (Tusquets, 2011) y castellano (Tusquets, 2013) haya decidido agrupar en uno los dos libros de Johnstone. Pero lo cierto es que el primero carece de especial interés, más allá del relato costumbrista, y el segundo lo tiene más a medida que avanzan sus páginas y se acercan las penurias de los últimos meses de la guerra. La verdad es que Un hotel en la Costa Brava tiene más valor como documento histórico que como obra literaria.
El libro de una visión un tanto peculiar de la guerra civil; la de una joven extranjera, de izquierdas, de espíritu aventurero y ánimo resuelto que, pudiendo regresar a Inglaterra, decide permanecer en Tossa durante el conflicto y colaborar con el International Solidarity Fund dando cobijo en su hotel a una colonia de niños aragoneses. Tossa es un pueblo pequeño y tranquilo alejado geográficamente del frente de batalla, en contraste con la Barcelona continuamente bombardeada por la aviación fascista. Lo más interesante de este libro es el análisis y la visión que la autora nos da de los pueblos; el catalán, el español, el inglés, el francés. Visión con la que quiere romper con los falsos tópicos que sus lectores británicos deben tener. La imagen que Johnstone da de catalanes y españoles es muy positiva. Y es también interesante la suave pero contundente crítica que a lo largo de toda la obra se hace del papel jugado durante la guerra por las democracias europeas, particularmente Inglaterra, abandonando a su suerte a la República Española. Cuando Nancy y Archie pasan tres meses en Inglaterra gestionando su futura colonia de niños refugiados, podemos leer:
- ¿Cómo habéis escapado?
Ya cansaba explicar por enésima vez que habíamos cruzado la frontera en un tren normal y corriente que circulaba a diario; no nos habían robado el equipaje, ni nos había insultado nadie, ni nos había requisado la casa el gobierno, ni Franco la había ocupado. Sí, habíamos salido de España por voluntad propia y pensábamos volver. No, la guerra aún no había acabado.
A la gente con la que nos encontrábamos, sólo le interesaba saber lo que nos había pasado a nosotros. En Inglaterra, la guerra de España no le importaba a nadie. Tampoco les importaba la guerra de China. Tenían anestesiada la parte de sus mentes que podía reaccionar a la noticia de la matanza de mil personas en Cantón. Veían estas cosas porque se las ponían delante de los ojos en cada esquina, pero sus bien entrenadas mentes permanecían impermeables a lo que significaban. Y en el caso improbable de que la matanza de mil personas lograra atravesar la membrana protectora de sus cerebros, siempre podrían decir: 'Bueno, pero eran chinos, ¿no? Esa gente está acostumbrada a estas cosas, mira los terremotos y todo eso...'.
El caso es que España sólo era ligeramente distinto. España estaba más cerca que China. Los españoles, aunque no distaran mucho de los negros, no dejaban de ser europeos. Corría el vago temor de que, si podían bombardear Barcelona, pudieran también algún día bombardear Londres. Lo mejor, por tanto, era olvidar que bombardeaban Barcelona, porque eso nos recordaba nuestro propio peligro. Que la guerra de España acabara cuanto antes, ganase quien ganase. Lógicamente, acabaría antes si nadie oponía resistencia al avance de los fascistas. Luego neguémonos a creer que alguien opone resistencia. ¿Que tenemos escrúpulos por traicionar a un gobierno amigo y legítimo? Aplaquémoslos esgrimiendo la latente amenaza del terror rojo. Después de todo, alguna verdad debe de haber en todas esas historias de atrocidades que se cuentan. Si Franco fuera un caballero de verdad, ganaría la  guerra en dos días y la perpleja clase media inglesa sabría por fin a qué atenerse.
Después de perder a dos amigos por expresar opiniones diametralmente opuesta a las suyas, me di cuenta de que era absurdo intentar penetrar la gruesa coraza con la que los británicos se protegían. Tenían todo el derecho a disimular sus secretos miedos con justificaciones tópicas y fáciles, como yo tenía todo el derecho a preferir vivir en España, donde los valores aún significaban algo. Así aprendí a sonreír amablemente, a contar 'historias divertidísiimas' sobre la ineficacia de los españoles, que era lo que esperaban oír y a no hablar de la eficacia de los pilotos alemanes e italianos".
En las páginas finales se critica con dureza la ineficacia francesa en la acogida de los refugiados españoles, que vivían en penosas condiciones. Pero se añade:
La historia dirá sin duda que Francia mostró una actitud admirable hacia los refugiados precedentes de la Alemania nazi. Su reputación como país de acogida está muy por encima de la de otros países europeos. El papel desempeñado por Inglaterra, por ejemplo, fue patético. Los que dicen complacidos que Inglaterra acogió a cuatro mil niños vascos deberían recordar que Francia dio refugio a cincuenta mil".
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