sábado, 29 de marzo de 2014

Hillel Halkin, ¡Melisande! ¿Qué son los sueños?

¡Melisande! ¿qué son los sueños? toma su título de unos versos del poeta romántico Heinrich Heine, que recrean el amor y la leyenda de Jaufré Rudel, caballero y trovador aquitano del siglo XII, y Melisande, princesa de Trípoli. La novela promete un relato lleno de amor, ternura, nostalgia... Y lo da. Pero de manera irregular. Conmueven al lector los primeros capítulos y es hermoso el último, pero por medio se alternan páginas emotivas, e incluso poéticas. con otras que resultan frías e insustanciales, llenas de divagaciones que relajan la tensión emocional y la de la trama. No consigue esta novela mantener al lector siempre cautivado por su historia de amor. Y aunque es lógico que una novela de amor se centre en lo íntimo, ¿cómo es posible que estos jóvenes ilustrados universitarios neoyorquinos vivan ajenos por completo a los relevantes acontecimientos de los Estados Unidos de los años sesenta y setenta? Quizá por eso mismo resultan tan fríos, encerrados en su burbuja con filósofos musulmanes del siglo XI sin enterarse de que alguien mató a Kennedy, por muy evidente que resulte que su historia de amor es cálida, tierna, emotiva y dolorosa.
El narrador, profesor universitario de filosofía griega, coincide en el aeropuerto de Barajas, ambos en tránsito, con un antiguo compañero de instituto, ahora ejecutivo de éxito. La inevitable conversación sobre los viejos tiempos les lleva al trío de amigos que el narrador, Ricky y Mellie - de Melisande - formaron siendo, en los últimos cursos, redactores de la revista literaria del instituto. Era Nueva York y avanzaban los años cincuenta.
Parte de ahí el relato, dolorido, que el narrador dirige a Mellie, de aquella amistad entre los tres, de las distintas relaciones que se dieron entre ellos, de sus desencuentros y encuentros, del destino de Ricky, de cómo finalmente Mellie y el narrador se casaron, de su matrimonio y los escollos que lo jalonan a lo largo de los años, del punto actual en el que se dirige a ella...
Melisande... se lee bien, escrita con ese estilo ágil y sencillo, a la vez que cuidado, propia de la narrativa norteamericana, es, desde luego, una buena lectura y recomendable también, conmovedora en el relato de lo cotidiano, están claros los sentimientos del narrador y los que la novela quiere transmitirnos, son interesantes sus reflexiones sobre la vida y sus citas literarias y filosóficas, está bien construida, presenta temas atrayentes como la amistad y el amor en la adolescencia, la mirada en perspectiva de una larga relación matrimonial... y, sin embargo, como decía más arriba, no acaba de apasionar. Es una buena novela y, sin embargo, algo fallida. Si se interpreta que no lo digo con crueldad (es decir, que no pretendo decir que la novela sea mala o no me guste), recuerda un poco, aunque no se trata exactamente de eso, aquellos versos de Serrat; me gusta todo de ti, pero tú no.
Hillel Halkin (Nueva York, 1939) es crítico literario y traductor. Vive en Israel desde 1970. ¡Melisande ¿Qué son los sueños? es su primera novela, publicada en Inglaterra en 2012, y por Libros del Asteroide en 2014.

viernes, 21 de marzo de 2014

Chris Bachelder, A propósito de Abbott

Jessica Snavely, Momentos maravillosos.
Abbott tiene treinta y siete años, vive en Massachusetts, y es profesor universitario. Es padre de una niña de dos años y su mujer está nuevamente embarazada y padece insomnio. En A propósito de Abbott (2011; Libros del Asteroide, 2012) le acompañamos durante las vacaciones de verano. La novela es un diario, enmarcado por un "prólogo" y un "epílogo", escrito por un narrador en tercer persona y objetivo, que, a lo largo de los treinta capítulos de junio, los treinta y uno de julio y los treinta y uno de agosto, nos muestra, a través de pequeñas escenas y breves relatos, las pasajeras alegrías y frustraciones de la vida cotidiana, las alegrías y conflictos de la vida conyugal, las reflexiones de Abbott y, por encima de todo, su vivencia de la paternidad. La paternidad, algo maravilloso, que no se cambia por nada, y sin embargo, ata y condiciona la vida por completo.
Quizá nada mejor para entenderlo que el breve capítulo 19 del mes de julio, titulado "Abbott y esa mierda pegajosa otra vez desparramada por todo el puto volante":

Se han desvanecido para siempre esas ensoñaciones sobre la gloria académica y las vulvas refulgentes y todo lo demás. Lo único que Abbott desea ahora es que le dejen inconsciente con el largo mango de madera de una herramienta de jardinería. Sólo eso.

El relato avanza entre la ironía y el humor fino, mientras Abbott, pendiente del vigilabebés, aprovecha que la niña duerme para leer en internet noticias extrañas relacionadas con niños desaparecidos, pensar que si no escucha a la niña quizás esté muerta pero en ese caso - ya no habría remedio - mejor no comprobarlo para retrasar así al máximo el dolor insuperable, o mientras Abbott ordena el caos del sótano, o juega con la niña en el jardín, o pasa la mañana con ella en el mariposario de la ciudad (todo un calvario, del que él acaba disfrutando pero no lo va a reconocer) o mientras discute con su mujer manteniendo ideas contrarias de lo que piensa pero que le toca mantener, o mientras saluda a los vecinos cuando sale a recoger el correo... Hasta el nacimiento, el último día  del verano, de su segunda hija.
Chris Bachelder acierta en la elección de la técnica narrativa; un narrador en modo cámara que ofrece imágenes fragmentarias y yuxtapuestas de momentos cotidianos que, también acertadamente, se sitúan en un soleado verano, para hablar sobre la vida, que uno no soporta, pero, al mismo tiempo, de la que si uno pudiera no cambiaría nada. Y sobre la paternidad, un maravilloso don de la vida,, que si uno no comprende, conviene que lea el capítulo 15 del mes de junio "El expatriado":

La paternidad es un país lejano y peculiar con unas costumbres y un idioma propios. Aquellos que no viven en Paternidad, al oír a los ciudadanos de Paternidad pueden pensar que estos han sufrido una lesión en una parte pequeña pero importante del cerebro. '¡Estas no son las toallitas para pieles sensibles! - grita la mujer de Abbott desde el cuarto de la niña -. Y hay que lavar estos libros que tiene aquí'. '¡Oye! - aúlla Abott - ¿Por qué has borrado los dibujos de Blue Robot?'.

Chris Bachelder, actualmente profesor de la Universidad de Cincinnati, nació en 1971 en Minneapolis. Es autor de de varios libros, de los que A propósito de Abbott es el único traducido al español.

jueves, 13 de marzo de 2014

Christine Angot, Una semana de vacaciones

Eric Fischl, La niña de papá (1984).
Una semana de vacaciones (2012; Anagrama 2014) comienza con una felación que culmina en una penetración anal en la página treinta y ocho. Dos páginas más tarde acaba, por fin, el primer párrafo de la novela. A partir de ahí, el relato - con una narración objetiva y un exquisito lenguaje - parece un tratado de prácticas sexuales descritas con detalle. Por el camino vamos conociendo que el protagonista es un hombre maduro que pasa unos días de vacaciones en Isère, en los Alpes, con una joven estudiante - colegiala - a la que ha prometido no desvirgar ni hacer nada que ella no quiera. Sin embargo, más bien parece que ella no para de hacer cosas que no desea. Pero se muestra siempre sumisa y mientras él no para de hablar explicándole los secretos de lo que hacen, ella apenas abre la boca - entiéndase para hablar - y acaba haciendo cuanto él sugiere. En los breves descansos de la actividad venérea el hombre ilustra culturalmente a la muchacha - él es un intelectual que escribe artículos sobre la correcta pronunciación de la w - y, también, le habla de las cualidades físicas y sexuales de su mujer y de su amante y de otras mujeres que ha conocido. Es más que obvio que Una semana de vacaciones es una novela erótica. Sin embargo, su autora rechazó el Premio Sade, por considerar que su novela es otra cosa. Y es verdad; es una excelente novela en la que, mientras los actos sexuales se dilatan en su descripción, no sólo apreciamos la personalidad de los dos personajes y los matices de su relación, sino que nos sentimos, leyéndola, siempre intrigados por la sensación de que algo trascendental se revelará - o sucederá - al final. La verdad es que no ocurre, por lo que lo que sí ocurre es que queda sin aclarar algo que se insinúa y se atisba en varias ocasiones en esta breve novela; que son padre e hija. Y es verdad que no es sólo una novela erótica, recreativa para el lector, sino un relato que pone ante nuestros ojos cuestiones escabrosas y muchas veces silenciadas. ¿Cuántos cerdos como el protagonista de esta novela habrá en el mundo que abusan de mujeres y las violentan aprovechándose de su edad, de su posición, de su relación, de su poder, valiéndose de falsas promesas y de su hábil verborrea para coaccionar sutilmente a la mujer...? Cerdos que, naturalmente, siempre dirán que nunca hicieron nada que ella no quisiera, nada a lo que ella se negara. ¿Cuántas mujeres no soportarán vejaciones y violaciones por temor, por dependencia? Como esta pobre chica a la que, obviamente, le repugna cuanto hace, pero no rechista, obedece, busca alguna leve excusa que permita retrasar unos minutos la relación sexual, que teme con callado pavor airar al hombre. Le importuna dos veces, ambas sin querer. En la primera no puede evitar el llanto tras una penetración anal, en la segunda interrumpe una felación para relatar su sueño de la noche anterior. La reacción de él en ambas ocasiones es iracunda. Y así, Una semana de vacaciones, por mucho sexo explícito y detallado que encierra, no es una novela festiva sino dura y triste.
Aunque estos días de vacaciones transcurren en torno a la fiesta de Todos los Santos, una pequeña incoherencia temporal sitúa la acción en el tiempo; en Le Monde puede leerse "El general Franco ha muerto", lo que, como sabemos, ocurrió en noviembre pero unas semanas más tarde.
Christine Angot (Châteauroux, 1959), criada por su madre y su abuela, fue iniciada sexualmente por su padre durante su adolescencia, cuando los cambios legislativos permitieron que la reconociera pues era hija ilegítima. Es una importante escritora en Francia, pero en España, de su obra, con anterioridad a esta novela sólo se ha publicado El incesto, en 2000 por Seix Barral.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Nick Dybek, Bajo el cielo de Greene Harbor

Nick Dybek, estadounidense, es un autor tan novel que resulta imposible conocer sus datos biográficos más elementales; de lo poco que podemos enterarnos es de que es hijo del también escritor Stuart Dybek. Nada aclara la bio que ofrece Salamandra, que no hace sino traducir la de la web de Dybek. No obstante, no resulta difícil imaginarle de una edad semejante a la del protagonista de su novela, es decir, nacido a comienzos de los años setenta.
Su novela, Bajo el cielo de Greene Harbor (2012; Salamandra 2013) es un buen relato, sólido, muy bien construido - a pesar de que no queda aclarado por qué el protagonista rompe su silencio y narra los hechos catorce años más tarde, cuando tiene veintiocho -. Se nota el trabajo de elaboración del novelista cuyo mejor fruto radica en conseguir que el interés del lector aumente a medida que avanza el relato y que el final sea de esos que le deja meditativo con el libro medioabierto entre las manos pensando con tristeza sobre la vida de los personajes.
En la ficticia península de Loyalty Island - perfectamente reconocible como Bainbridge Island, frente a Seatle - toda la comunidad depende de la pesca del cangrejo real. Cada otoño los barcos parten, hasta la primavera, rumbo a las costas de Alaska. En septiembre de 1986 muere John Gaunt, el dueño de la flota, y todos miran con recelo el regreso de Richard, su hijo y heredero. Richard no es "uno de los nuestros"; su padre no le permitió nunca embarcarse y le envió a la unviersidad. Desde entonces su vida ha sido siempre una huida a ninguna parte para acabar volviendo a Green Harbor después de cada viaje. Suponen todos que Richard querrá vender la empresa y eso será la ruina del pueblo. Los capitanes de los barcos deciden tomar cartas en el asunto para evitarlo. Uno de ellos es el padre de Cal, el narrador.
Los padres de Cal se casaron tras una breve relación cuando ella se quedó embarazada. Entonces ella abandonó su soleada California natal y su trabajo de maestra para trasladarse a la grisácea y lluviosa isla. El padre pasa medio año embarcado y la vida resulta bastante deprimente para ella en Washington. Al cabo de catorce años, la relación matrimonial está bastante deteriorada. A la muerte de John se sucederán acontecimientos - que no pueden citarse aquí porque constituyen los misterios fundamentales de la trama - ante los que Cal y su amigo Jamie se verán abocados a difíciles decisiones, más a su edad. La última de esas decisiones es el silencio que Cal guarda durante catorce años.
Una buena novela en la que Dybek mezcla en proporciones adecuadas el crimen, el misterio, los conflictos morales, los protagonistas adolescentes, las citas culturalistas - la música y La isla del Tesoro permanentemente presentes -, el ambiente opresivo de una comunidad cerrada en un lugar de clima frío, un cierto aire de heroicidad de los duros pescadores que trae aromas de Capitanes intrépidos, Moby Dick o El viejo y el mar... La versión de Hollywood no tardará.
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