lunes, 26 de agosto de 2013

José Luis Correa, Muerte de un violinista

Cafetería del Hotel Reina Isabel, en el Paseo de las Canteras.
Ricardo Blanco desarrolla aquí buena parte de su investigación.
Muerte de un violinista (Alba, 2006) adapta bien a nuestros tiempos esquemas de la novela policiaca clásica:

  • El detective privado es más listo y eficaz que los policías profesionales, que siempre le van a la zaga. Aaron Schulman, concertino de la Filarmónica de Nueva York, muere súbitamente durante la actuación de la orquesta en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas. El inspector Álvarez, consciente de las limitaciones del trabajo policial, "contrata" al detective privado Ricardo Blanco para resolver el caso en el límite de las cuarenta y ocho horas que los músicos pasarán entre Las Palmas y Tenerife.
  • El crimen es una anécdota, accidente casual, ajeno a la vida cotidiana de la sociedad. El crimen, el criminal y las víctimas quedan circunscritos en la Orquesta, un grupo de extranjeros de paso fugaz y sin apenas contacto con la población local.
  • El criminal es también una excepción. Aquí se trata de una persona perturbada como consecuencia de una infrecuente enfermedad, que actúa por celos, y que en ningún momento de la novela tiene la oportunidad de hablar, ni nosotros - ni la policía - de conocer su versión.
  • La habitación cerrada. No es exactamente que el crimen ocurra en una habitación de la que no pueden salir o entrar los sospechosos, al modo del Orient Express, pero el grueso de la acción y la investigación se desarrollan en los hoteles Mencey, de Santa Cruz de Tenerife, y Reina Isabel, de Las Palmas, de los que los músicos apenas salen y, además, tampoco se relacionan con personas ajenas a la orquesta.
  • El caso se resuelve gracias a las intuiciones del detective - y de datos que se saca de la manga, inaccesibles al lector -. En este caso, Ricardo Blanco es bastante honesto con los lectores y no son muchos. aunque sí fundamentales, los datos que nos oculta para la prestidigitación final.
  • El motor de la investigación no son las pruebas sino las deducciones de Ricardo Blanco a partir de las conversaciones que mantiene con los miembros de la Filarmónica, todos ellos de increíble verborrea ante un desconocido.
Por otra parte, como otros detectives o investigadores modernos, pongamos por ejemplo a Julio Gálvez, Ricardo Blanco es un detective simpático, charlatán, carente de cualidades de superhéroe - y consciente de ello - y carente también de la inteligencia sobrehumana propia de los Sherlocks de hace un siglo, pero dotado, en cambio, de sentido del humor, propenso a recibir algunos golpes y a enamorarse de la chica inadecuada (en este caso, Juliette Legrand, recién incorporada a la orquesta como sustituta para la gira europea y que recibe la hostilidad de los demás músicos).
Como otros detectives modernos, Ricardo Blanco relata la historia en primera persona. Lo hace con un estilo pretendidamente coloquial pero en realidad culterano, salpicado de humor y palabras propias del habla canaria. Aunque la investigación avanza gracias a las conversaciones de Blanco con los demás personajes, el diálogo es escaso en la novela pues lo que dicen los otros nos es presentado casi siempre de manera indirecta por el narrador para mayor gloria de su lucida palabra. Así, la omnipresencia de Ricardito acaba siendo a veces agotadora para el lector que apenas puede descansar la vista en alguna que otra descripción y que se ve obligado a pedir un tiempo muerto de cuando en cuando. También Blanco requiere sus tiempos muertos de vez en cuando y entonces recorre el Paseo de Las Canteras hasta llegar a La Isleta, el barrio de pescadores, y encontrarse con su abuelo Colacho, que aunque pescador es hombre sabio y prudente por lo que suele poner orden en las ideas de Blanco para quien resulta un sostén vital. La importancia su abuelo para Blanco se manifiesta en que, al contrario de lo que ocurre con los demás, sus palabras se reflejan en estilo directo.
Jose Luis Correa (Las Palmas, 1962) es profesor en la Universidad de su ciudad natal. De su obra literaria destaca la serie, publicada por Alba Editorial, de seis novelas protagonizadas por Ricardo Blanco, que se inicia con Quince días de noviembre (2003) y finaliza, por ahora, con Blues Christmas (2013). Muerte de un violinista, reeditada en 2013, es la tercera entrega de la serie.

lunes, 19 de agosto de 2013

Åsa Larsson, Aurora boreal

Iglesia de Kiruna.
Kiruna es una pequeña ciudad de unos veinte mil habitantes situada al norte de Suecia, muy cerca del círculo polar. Un buen lugar para contemplar el fenómeno de la aurora boreal, especialmente en los meses de enero y febrero. Kiruna posee una de las mayores minas de hierro del mundo y una iglesia de madera considerada como una de las obras más interesantes de la arquitectura sueca del siglo XX.
En Aurora boreal (2003) una noche de primeros de febrero - no se precisa el año pero hay que suponerlo en torno al 2000 - aparece en el interior de la iglesia - en este caso de cristal - de Kiruna el cuerpo salvajemente descuartizado de Viktor Strandgard, "el chico del paraiso". Viktor se hizo famoso unos diez años antes, cuando tenía diecisiete, porque tras recuperarse del estado de inconsciencia en el que quedó tras un accidente de tráfico, afirmó que había estado muerto y había visto el cielo y hablado con Dios. Semejante experiencia la relata, - ¡faltaría más! - en un libro y provoca que las tres iglesias languidecientes del pueblo, con sus tres pastores, se unan en una sola congregación; la Iglesia de la Fuerza de Nuestra Fortaleza.
La noticia de la muerte de Viktor obliga a Rebecka Martinsson, abogada especialista en asuntos fiscales, a viajar precipitadamente desde Estocolmo a su Kiruna natal. Rebecka fue amiga de Viktor y de su hermana Sanna, que se convertirá en principal sospechosa del crimen, y estuvo muy estrechamente vinculada a ellos y, como ellos, perteneció a la congregación religiosa. Pero la abandonó y abandonó también la ciudad para ir a la Universidad. Rebeca se verá involucrada en la investigación del crimen que, por otra parte, llevan eficazmente los polícías Sven-Erik Stalnacke y Anna-Maria Mella, en los últimos días de su tercer embarazo, (que parece la hermana sueca de la protagonista de Fargo).
La misión de la novela negra es desenmascarar toda la mierda del mundo en el que vivimos. En esta caso, Aurora boreal, a través de Rebecka Martinsson, de su lucha con su pasado y del asesinato presente de Viktor Strandgard, nos enfrenta al mundo turbio - en todos los sentidos, incluido el sexual - de las sectas religiosas, su capacidad de manipulación y coacción de las personas, los ocultos y suculentos negocios con los que se enriquecen sus líderes... Seguramente tiene razón un personaje de la novela que afirma que:
la gente débil acostumbra a sentirse atraída por la Iglesia. Y la gente que quiere tener poder sobra la gente débil, también".
La novela, con un ritmo ágil, nos presenta dos tramas, dos intrigas, lógicamente relacionadas; el asesinato de Viktor y el pasado de Rebecka. Ambas se desarrollan con interés para el lector. Es interesante también en Aurora boreal el análisis psicológico de los personajes, incluido el que ellos mismos hacen - los unos de los otros - a partir de sus pequeños gestos, silencios y palabras.
Åsa Larsson nació en Kiruna en 1966 y se crió, leyendo la Biblia, en el fuerte ambiente religioso del laestadianismo (corriente luterana conservadora extendida por el norte de Suecia). Se trasladó a Estocolmo y, antes de dedicarse a escribir, era abogada dedicada a temas fiscales. Durante la baja por maternidad escribió Aurora boreal. ¿Algún parecido con Rebecka Martinsson?, ¿alguna cuenta pendiente saldada con su pasado?... Desde entonces dejó el Derecho y los impuestos y se dedica, con gran éxito, a escribir la saga de novelas protagonizadas por Rebecka Martinsson.
La fuerza literaria de la Serie Wallander de Henning Mankell generó en España desde el año 2000 en que Tusquets inició su publicación con La quinta mujer un fuerte interés por la novela criminal sueca que tuvo su momento de mayor apogeo con la publicación por Destino en 2008 de la saga Millenium, de Stieg Larsson. Coincidiendo con ese momento Seix Barral publicó Aurora boreal, con gran éxito, en 2009 y desde entonces ha ido publicando las siguientes novelas de Åsa Larsson.

lunes, 12 de agosto de 2013

Herman Koch, Casa de verano con piscina

Marc Schlosser, el narrador de Casa de verano con piscina (2011; Salamandra, 2012), se nos presenta como un médico de cabecera que desde la primera página nos atrapa por su sincera manera de expresar sus pensamientos y su práctica profesional que en nada se corresponden con lo que nos cabe imaginar y esperar de un médico. Gracias a que la gente confunde atención con tiempo, ha conseguido granjearse una buena agenda de pacientes, casi todos ellos artistas, escritores, famosos... Dedica a cada consulta veinte minutos, pero con el primero le basta para saber qué le pasa al paciente y no le hace ningún caso durante el resto del tiempo, además le repugna ver sus cuerpos desnudos - pellejos que cuelgan, pliegues que sudan, granos, verrugas, heridas supurantes... - y procura evitarlo. Sabe además que la función del médico de cabecera es evitar que demasiados enfermos acudan a los especialistas, ahorrando así en gasto sanitario y evitando el colapso del sistema, y recomendar a las mujeres parir en casa, con el argumento de que es más "natural", a pesar de que los riesgos para su salud y la de sus hijos son tan obvios y evidentes como estúpido e innecesario correrlos.
Marc inicia el relato de su historia el día previo a que el Tribunal Disciplinario del Colegio de Médicos juzgue si la muerte de Ralph Meier está relacionada con una actuación negligente de Schlosser. Volverá a este punto en los últimos capítulos y avanzará unos días más.
Meier, un importante actor, comenzó a visitar la consulta de Marc un año y medio antes. Rápidamente se inició una buena relación entre las familias de ambos - los Schlosser y sus dos hijas adolescentes, los Meier y sus dos hijos adolescentes - que llevó, al verano siguiente, a los Schlosser a pasar unos días de vacaciones en la casa que los Meier habían alquilado en un lugar costero de un país al sur de Holanda (no se concretan los lugares en la novela) y en la que también se encuentra invitado un viejo director de cine acompañado por su jovencísima novia.
A lo largo del relato, Marc nos revela su gran capacidad para manejar las circunstancias y las apariencias en su beneficio y a su antojo. Pero por muy capaces que seamos de manipular lo que nos rodea, a veces, hay momentos que no podemos controlar y que nos cambian la vida para siempre. 
Aquella noche empezó el resto de nuestras vidas. Quiero decir antes de nada que no soy amante de los dramones. Las frases melodramáticas me repugnan por naturaleza. "el resto de nuestras vidas..." Bastantes veces se lo había oído a otras personas. Personas que habían perdido algo o a alguien, a quienes les había ocurrido algo que no le deseas a nadie, algo que nunca se supera. Sin embargo, siempre me había sonado falso. Sólo cuando te ocurre a ti te das cuenta de que no lo es. No hay mejor descripción que "el resto de nuestras vidas"".
Así, una noche de aquellas vacaciones se produce una sucesión y un cúmulo de circunstancias, casualidades y hechos que cambiará decisivamente la vida de todos los que comparten aquella casa con piscina. Marc dedicará toda su capacidad analítica a desentrañar lo ocurrido y las conclusiones que irá encontrando le llevarán a realizar una mala praxis médica con Ralph Meier.
Se podrá hablar de los problemas morales que plantea la novela, la crítica a la burguesía holandesa, el cinismo del personaje. Bla, bla, bla. La grandeza de Casa de verano con piscina radica en la sinceridad, el fino humor y la incorrección con la que el narrador nos presenta una dura historia - nos recuerda La flaqueza del bolchevique, de Lorenzo Silva -, en su preocupación por sus hijas - la del padre que sólo tiene hijas -, en su capacidad para captar al lector que no puede abandonar la lectura a partir de lo que ocurre esa noche que les cambia la vida a todos, en los giros de los acontecimientos y las apariencias, en las opiniones de Marc, que por incorrectas que sean, el lector no puede sino compartir cuando habla, por ejemplo, del teatro:
Sé por experiencia que durante una película es más fácil pensar en otras cosas que durante una representación teatral. En una obra de teatro eres consciente de tu propia presencia. De tu propia presencia y del transcurrir del tiempo. De tu reloj. Me compré un reloj con agujas fluorescentes expresamente para los estrenos de teatro. Durante una representación teatral, al tiempo le ocurre algo, algo para lo que aún no he sabido encontrar explicación. No es que se detenga, no: se cuaja. Miras a los actores y actrices, sigues sus movimientos, escuchas las frases que salen de sus labios, y es como si removieras con una cuchara una sustancia que se solidifica rápidamente. Llega un momento en que la cuchara se para. Se queda vertical en medio de la sustancia. No se puede seguir removiendo. Miro el reloj por primera vez. Lo más discretamente posible, por supuesto. Nadie quiere que le pillen mirando el reloj durante una representación teatral. Con cuidado, retiro un poco la manga de la chaqueta. Me rasco la muñeca como si me picara. A continuación lanzo una mirada fugaz a las agujas luminosas. La hora que indican es siempre una prueba fehaciente de que el tiempo real y el tiempo del teatro son dos magnitudes distintas. O mejor dicho: tiempos de dos dimensiones diferentes que discurren una junto a otra. Crees que ya habrá pasado media hora (esperas, ruegas, que haya pasado): pero las agujas del reloj te dicen que las luces de la sala apenas llevan doce minutos apagadas. No puedes gemir ni suspirar durante una representación teatral; si gimes o suspiras, llamas innecesariamente la atención. Un gemido o un suspiro demasiado alto desconcentran a los actores. Pero no es factible estar sin gemir ni suspirar. Y ahí mismo radica ya la principal diferencia con una película: uno no puede irse. Durante una película puedes escabullirte en la oscuridad sin que nadie se dé cuenta".
o de las playas nudistas:
No soy un mojigato, no es eso. Bueno, no estoy explicándome bien: sí soy un mojigato, y estoy orgulloso de serlo si eso significa que no expongo mi polla y otras partes del cuerpo tanto si viene a cuento como si no ante cualquiera que pase por ahí. En resumen, creo que exponer el cuerpo es algo que debe hacerse con cierta cautela. Evito como la peste las playas nudistas, los campings naturistas y demás lugares de reunión de exhibicionistas. Cualquiera que haya visto gente desnuda jugando al vóley en una playa sabe que la cosa no tiene nada de erótica, por no decir lo contrario. A menudo, en las fosas comunes la gente también está apelotonada desnuda. Yo lo que pido es que mantengan un mínimo de dignidad humana. A los nudistas eso no les importa. Con la excusa de que desnudarse es algo natural, te restriegan por la cara el espectáculo de pollas balanceándose, tetas desparramadas, vulvas colgantes y rajas del culo húmedas. Y luego te señalan con un dedo acusador, proclamando que si consideras que es mejor que todo eso quede oculto es que eres un estrecho de miras".
Las peculiares ideas de Marc, con frecuencia políticamente incorrectas, y su manera de expresarlas, cargada de humor ácido, mantienen siempre atento al lector. La atracción sexual entre los distintos personajes guía sus actos y, en consecuencia, los acontecimientos. A partir del momento que les cambió la vida a todos, los hechos y las apariencias sufrirán varios giros sorprendentes, cada uno más inesperado que el anterior para el lector, que ya no puede parar de leer. En el último de ellos descubriremos que Marc no es el único capaz de manipularlo todo y a todos, incluidos los lectores. Casa de verano con piscina es una excelente novela y una de esas lecturas que nunca olvidaremos.
El escritor holandés Herman Koch (Arnhem, 1953) alcanzó la fama y el éxito con La cena (2009), que en España publicó Salamandra en 2010. La cena se inspira en el asesinato de una mujer ocurrido en 2005 en un cajero de Barcelona; una mendiga fue quemada viva por tres jóvenes.
A continuación os dejo una entrevista a Koch sobre Casa de verano con piscina en Radio Nacional:

lunes, 5 de agosto de 2013

Quique Peinado, Futbolistas de izquierdas

Caszely, con 19 años y todavía sin su característico
bigote, portada de la revista Estadio en abril de 1969.
Se dice en Futbolistas de izquierdas - Léeme, 2013 - que, en opinión de Lucarelli, los futbolistas son considerados superficiales si no opinan, pero, si se manifiestan, se buscan problemas y se dice que están politizados. Por otra parte Endika (marcó el gol de la última final de Copa ganada por el Athletic, en 1984) considera que el futbolista no debe manifestar opiniones por respeto a la pluralidad de la afición. En cualquier caso, lo cierto es que no es habitual que los futbolistas expresen su pensamiento político. Además, es siempre de agradecer que el fútbol y el deporte se aborden también a la manera de grandes periodistas como Alfredo Relaño, Enric González o John Carlin. Por eso, un trabajo como Futbolistas de izquierdas resulta interesante y atrayente. Lo son todas las historias que en él se cuentan en torno al Mundial de Argentina 78. Especialmente cómo, casualidades de la vida, Ángel Cappa salvó la suya en dos controles policiales. Es interesante también cuanto se cuenta sobre Sócrates, la Democracia Corintiana y el fútbol brasileño. El relato que inicia el libro, en torno a Agustín Gómez, uno de los niños que partió del puerto de Bilbao durante la guerra civil con dirección a la Unión Soviética. Allí triunfó como futbolista y llegó a jugar con la selección de la URSS los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952. Luego, tras el acuerdo con Franco, en 1956, que permitía la vuelta de algunos de aquellos niños, Gómez regresó a España y jugó en el Atlético de Madrid al tiempo que ejercía como espía de la KGB. Gómez llegó a ser un importante dirigente del PCE y se enfrentó a Santiago Carrillo cuando éste se alejó de Moscú. El atrevimiento de Aitor Aguirre y Sergio Manzanera, jugadores del Racing de Santander, que lucieron un cordón negro a modo de brazalete tras los últimos fusilamientos del franquismo, los del 27 de  septiembre de 1975. E interesante también el esfuerzo del periodista Quique Peinado por hablarnos de futbolistas desconocidos.
Pero poco más. La verdad es que el libro decepciona al lector y, exagerando, podría pensarse que hubiera sido más adecuado titularlo "Futbolistas del entorno de ETA y otras historias". Se dice en el comienzo del libro que:
Algún espabilado, que siempre tiene que haber alguno con estudios, habrá reparado en que aquí no sale Diego Maradona, Jorge Valdano o Eric Cantona. No, no aparecen. (...) Tal vez que hablara un poco más de César Luis Menotti (...) de Joaquín Sierra Vallejo "Quino" (...) También echaréis de menos a Paul Breitner".
Efectivamente, Futbolistas de izquierdas no habla de ninguno de ellos. De Breitner, se deduce que por una manía personal del autor, de Quino o Pablo Infante porque no le concedieron una entrevista - argumento que se viene abajo cuando el libro habla de Vicente del Bosque u Oleguer Presas que tampoco se la concedieron -, las ausencias de Menotti, Maradona, Valdano o Cantona ni siquiera se justifican. Eso sí, se llama "espabilado" al que note la falta. A la vista del contenido del libro, se trata de ausencias totalmente injustificadas. Quizá para compensar se habla de David Villa; no porque Villa se haya manifestado nunca de derechas o de izquierdas, sino porque es de izquierdas su mejor amigo del colegio o quizá porque cómo hablar de izquierdas y no citar la cuenca minera asturiana.
Eso sí, no falta en Futbolistas de izquierdas la acción más mítica y heroica. La del ejemplo de valor y dignidad de Carlos Caszely, el jugador más importante de la historia de Chile, que, con sólo veinticuatro años (que para estas cosas también importa la edad), en una audiencia previa al Mundial de Alemania 74, le negó la mano y el saludo al General Pinochet. Apenas unos meses después del golpe de Estado. Caszely salió de Chile y jugó en el Levante y triunfó en el Español de Barcelona. Su madre fue torturada, pero Caszely no lo hizo público hasta 1988.
Un libro que no es de ficción y sí fruto de un trabajo de información, investigación y documentación - más allá de su condición divulgativa - debe caracterizarse por el rigor. Sin embargo, en Futbolistas de izquierdas hay demasiado errores históricos de sencilla comprobación y corrección; Tolstoi y Dostoievski no son escritores soviéticos, la Liga de Fútbol Profesional no existía en 1953, durante la celebración del Mundial de Argentina el Papa no era Juan Pablo II, ni siquiera Juan Pablo I, en 1976 la policía todavía era Armada y no Nacional y Fraga era ministro de Gobernación y no de Interior... En este sentido, llama la atención que la única nota a pie de página del libro aparezca en el epílogo del diputado Alberto Garzón.
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