lunes, 29 de julio de 2013

Wenguang Huang, El pequeño guardia rojo

El pequeño guardia rojo (2012; Libros del Asteroide, 2013) parecería, en su comienzo, una novela de fino humor negro si no fuera porque se trata de un libro de memorias.
Cuando Wenguang Huang (Xi'an, 1964) tenía nueve años, Abuela decidió que ya era muy mayor y que pronto moriría y solicitó a Padre que fuera preparando su entierro junto a la tumba de Abuelo en su lejana aldea natal. Nos parecerá trivial, pero en la China de Mao el enterramiento estaba prohibido y era obligatorio incinerar a los muertos. En las grandes ciudades, como Xi'an, la ley se cumplía a rajatabla.
Abuela había quedado viuda cuando Padre era muy pequeño, pasó muchas penurias y dedicó la vida a cuidar de su hijo. Ahora Padre se encontraba ante el dilema de ser un hijo piadoso que cumple la última voluntad de su madre o cumplir con la ley y con el Partido. Padre optó por cumplir los deseos de su madre.
No había duda de que lo que estábamos haciendo era ilegal ni de que cualquiera que nos ayudase cometería un delito".
Por eso Wenguang creció durmiendo junto al ataúd para Abuela que construyeron en secreto en casa. La primera parte de El pequeño guardia rojo - quizá un poco extensa - relata la peripecia de la organización del entierro de Abuela en los tres años siguientes a su petición hasta la muerte del presidente Mao en septiembre de 1976. Padre organiza y prepara el entierro, discutiendo con Madre, gastando buena parte del escaso presupuesto familiar, eligiendo cuidadosamente los parientes y amigos que han de colaborar para hacerlo posible. A partir de esta anécdota y a través de la familia Huang y su historia conocemos lo que supuso la Revolución Comunista, la presidencia de Mao, la Revolución Cultural; el choque entre las tradiciones y creencias de la China imperial y feudal anterior a 1949 y los preceptos comunistas destinados a romper con todas las tradiciones y a anteponer el Partido a la familia.
Apartar a todo un país de sus milenarias tradiciones de la noche a la mañana es algo muy difícil y la mejor prueba de ello era mi padre. Yo crecí en medio de esas contradicciones, una fusión de ideologías y creencias".
Abuela se crió en las viejas creencias y se mofa del gobierno, Padre vive en la contradicción pero es un buen miembro del Partido al tiempo que recomienda a sus hijos prudencia en política, no significarse, Wengunag ve y vive en casa cosas que contradicen lo que aprende en la escuela...
La segunda parte del libro se extiende desde la  muerte de Mao hasta la actualidad; el camino de apertura que ha llevado a China desde el maoísmo a la economía occidentalizada actual que ha originado una sociedad con valores muy distintos de los que se intentaba imponer en los años sesenta y setenta. Sin olvidar la política del hijo único, establecida en 1979,  y sus consecuencias.
Wenguang, gracias a sus sobresalientes en el colegio, tuvo la oportunidad de estudiar la secundaria en la Escuela de Lenguas Extranjeras. Estudiar en este internado del que volvía a casa los fines de semana le ofrecía un futuro trabajando como traductor al servicio del gobierno y le alejaba - para gran alivio de su padre - de tener que pasar una temporada en el campo como guardia rojo. En 1982 ingresó en la Universidad de Shanghai en la que estudió Literatura Inglesa. La apertura del país le permitió viajar a Inglaterra en 1984:
Mi mentalidad estaba lista para ajustarse a la diferencia entre percepción y realidad, pero yo no estaba preparado para mi primera visita a un supermercado, un Morrisons, en Leeds. Cuando era un niño, me habían dicho que China era rica y que debíamos sentir lástima por los pueblos pobres y oprimidos de Occidente. Sin embargo, cuando contemplé todos aquellos pasillos de productos envueltos en coloridos envases, vi tanta comida que me quedé petrificado. Había paquetes de pollo crudo ya troceado, ternera, cordero, cerdo, verduras de todas las clases y tamaños, bebidas en lata, botellas o cartones. En el pasillo destinado a los dulces y las galletas me quedé paralizado. Había de todas las formas, tamaños y colores. (...) En la nueva China, la gente no comía el pan integral, negro y seco, de los pobres. Nosotros nos podíamos permitir grandes panecillos blancos, pero necesitábamos ahorrar para ayudar a los pobres de Occidente. Cuando le escribí a Padre, le conté que allí el pan integral era más caro que el blanco porque lo consideraban mejor y más sano".
En 1989 se produjeron las revueltas de Tian'anmen. El 31 de diciembre de ese año murió Abuela. Poco más de un año antes, en octubre de 1988, había muerto Padre, víctima del cáncer. Wenguang tuvo la oportunidad de trasladarse a Estados Unidos para doctorarse. Desde entonces vive y trabaja como traductor y periodista en Chicago. No quiso regresar a casa y que Madre hipotecara su vida como Abuela había hipotecado la de Padre. Quiso dejar atrás su pasado. Sin embargo, y más desde la muerte de Madre en 2005,
A veces los recuerdos de mis padres me sacuden con tanta intensidad que me veo obligado a dejar lo que tengo entre manos y esperar que se vayan desvaneciendo. A veces me despierto porque he soñado que mantengo conversaciones con ellos, como si estuviesen vivos, y eso me llena de tristeza y culpabilidad.
El tiempo me ha convertido en una persona más condescendiente con lo absurdo de las circunstancias humanas. Eso me ha permitido reconsiderar los conflictos familiares pasados con la mesura que da la madurez. Mis reproches por la obsesión de Padre se han mitigado y he empezado a entenderlo. El ataúd, que encarnaba su devoción por Abuela, me parece ahora una fuerza cohesiva que unía estrechamente a toda la familia en la era Mao, pues nos proporcionaba un propósito común, la esperanza y el consuelo que tanto necesitábamos. El entierro tradicional de Abuela era un hecho tangible que podíamos llevar a cabo para expresar nuestra gratitud por haber sacrificado su vida por la familia Huang. Y lo que es más importante, el entierro de Abuela le permitía a Padre mantener un lazo con el pasado que el Partido pretendía borrar.
También he aceptado mis limitaciones y la inutilidad de mis esfuerzos por hacer todo lo posible para no parecerme a Padre y, de hecho, cada día me parezco más a él. (...) Cuando me miro al espejo, veo los reflejos de esa inevitabilidad genética en mi nariz, en las arrugas de mi cara y en mi mirada. Y cuando tengo que tomar una importante decisión en mi vida, he empezado a percibir que su invisible mano me guía".
El pequeño guardia rojo, primera obra de Wenguang Huang, es un libro humano, conmovedor y profundamente sincero. Por una parte nos ayuda a conocer y comprender la China moderna. Por otra, las grandezas y miserias cotidianas de la familia Huang - tan semejantes a las de tantas familias humildes de cualquier otro lugar del mundo, por ejemplo, España - nos ayudan a indagar y reflexionar - de manera universal - sobre las relaciones familiares, las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos, la distinta visión que los hijos tienen de sus padres y de sus actos en la juventud y en la madurez, la triste vida de las familias bajo los gobiernos dictatoriales... Un buen libro. Otro acierto de Libros del Asteroide.

lunes, 22 de julio de 2013

Charles Dickens, Notas de América

En 1842 Charles Dickens (Portsmouth, 1812 - Higham, 1870) viajó, acompañado por su mujer, a Estados Unidos y Canadá. Partió de Liverpool el 3 de enero y regresó el 7 de junio. Para entonces, con sólo veintinueve años, era ya un escritor de prestigio y, por ello, fue recibido como una autoridad en América. Fue recibido por el Presidente en la Casa Blanca y se le facilitó el acceso a cuantos lugares e instituciones tuvo interés en visitar.
Las impresiones de aquel viaje las recogió ese mismo año en Notas de América. A través de este libro conocemos la preocupación de Dickens por los más desfavorecidos; niños, enfermos, presos, esclavos... se trata de una preocupación filantrópica propia de la época (recordemos la labor que en esos mismos años realizan en España en favor de los enfermos, los pobres, los presos y las mujeres, la Condesa de Espoz y Mina, Concepción Arenal, las Conferencias de San Vicente Paul o la fundación en Ginebra en 1863 de la Cruz Roja). Buena parte de las páginas de Notas de América se dedica a describir y comentar las instituciones - cárceles, hospitales, etc. - que Dickens visitó en varias de las ciudades por las que pasó. Destacan entre ellas los elogios dedicados a las que visitó en Boston y su dura crítica al célebre modelo penitenciario de Filadelfia caracterizado por el aislamiento de los presos en celdas individuales y también por su arquitectura - módulos radiales - que tuvo gran influencia en Europa. En todo caso;
Un rasgo magnífico y agradable de tales instituciones americanas es que reciben el apoyo o la contribución del estado o (en caso de no necesitar su ayuda) que actúan de común acuerdo con éste, y que son categóricamente del pueblo. No puedo por menos de pensar, teniendo en cuenta su origen y su tendencia a levantar o abatir el ánimo de las clases trabajadoras, que una organización pública de beneficiencia es infinitamente mejor que una fundación privada, por muy dotada de fondos que este última pueda estar".
Notas de América nos ofrece también las impresiones de Dickens sobre las costumbres y la organización social americana. Por una parte, todo en América es más fácil, menos pomposo y protocolario que en Inglaterra, por otra, en ocasiones, resulta más tosco y ordinario. Y si una costumbre llama la atención y exaspera a Dickens es la que tienen los norteamericanos de estar continuamente mascando tabaco y escupiendo lo mascado. Todo el mundo escupe continuamente en cualquier sitio, en todos los sitios. Una guarrada absolutamente insoportable:
Puesto que a Washington se la podría considerar la sede de la saliva teñida de tabaco, es hora de destacar sin tapujos que esas dos prácticas odiosas de mascar y escupir empezaron entonces a parecerme todo menos agradables, y pronto se convirtieron en algo de lo más nauseabundo e insultante. Este repulsivo hábito se consiente en todos los lugares públicos de América. En los tribunales de justicia, todos tienen su propia escupidera: el magistrado, el pregonero público, el testigo y el preso; incluso los miembros del jurado y el público asistente están bien provistos de tales recipientes, pues se considera que, por su naturaleza humana, sienten el deseo de escupir constantemente. En los hospitales, a los estudiantes de Medicina se les ruega, mediante letreros colgados en las paredes, que escupan su zumo de tabaco en las cajas destinadas a ello, y no manchen las escaleras. En los edificios públicos, se implora a los visitantes, por medio de la misma técnica, que echen la esencia de sus mascadas - o "bocaditos" como he oído que los llaman caballeros doctos en esta clase de golosina - en las escupideras nacionales, y no al pie de las columnas de mármol. Sin embargo, en algunos lugares, esta costumbre va unida de manera inseparable a cada comida y visita informal, y a todas las actividades de la vida social. El extranjero que siga la ruta que yo mismo he seguido, descubrirá que en Washington esta costumbre se halla en su máxima gloria y esplendor, exuberante en toda su inquietante falta de cosideración. Y  no dejemos que dicho viajero se convenza a sí mismo (como hice yo en una ocasión, para vergüenza mía) de que los anteriores turistas habían exagerado el alcance de este hábito. El hábito es una exageración de asquerosidad que no puede ser superada".
En algunos aspectos vemos ya mucho de lo que, más de siglo y medio más tarde, tenemos como imagen tópica de los norteamericanos. Aunque algunas cosas como la torticera, demagógica, falaz e interesada defensa de la "libertad individual" bien que se han copiado en lugares de Europa muy cercanos a nosotros para, por ejemplo, derruir la sanidad y la educación públicas en beneficio de despreciables intereses privados:
El Messenger fue el barco más recomendado. Hacía quince días que anunciaban que zarparía ese día sin falta, pero todavía no había partido y su capitán no parecía tener intención de hacerlo. No obstante, esto era moneda corriente, porque, si la ley obligara a todo hombre libre e independiente a mantener su palabra para con el público, ¿qué pasaría con la libertad individual? Además, es por el bien del comercio. Y si los pasajeros son engañados por el bien del comercio y la gente padece inconvenientes por el bien del comercio, ¿qué hombre que además es un astuto comerciante, va a decir: "hay que acabar con esto"?".
¿A qué nos suena?; la libertad de elección - para lo que les interesa -, el beneficio de la economía...
Pero la crítica más contundente y, a la vez, la que más problemas le causó a Dickens, es la que en Notas de América hace de la esclavitud. A ello dedica el penúltimo capítulo del libro, donde procura no emitir su opinión sobre el sistema esclavista; nada más contundente como argumento que reproducir noticias y anuncios tomados de los periódicos. Más allá de que la esclavitud es atroz en sí misma - y basta -, considera Dickens que es además origen de que la violencia, el maltrato y la injusticia se extiendan en todos los ámbitos de la sociedad norteamericana. Hoy, afortunadamente, la esclavitud no es asunto de polémica, pero basta recordar la larga lucha abolicionista y por la posterior conquista de los derechos civiles de los negros para comprender la valentía de la postura de Dickens y el desprecio de los esclavistas.
De las conclusiones finales de Notas de América podemos extraer que
El pueblo americano es, por naturaleza, franco, valiente, cordial, hospitalario y afectuoso. La cultura y el refinamiento sólo parecen realzar su cordialidad y su ardiente entusiasmo, y es la posesión de estas últimas cualidades en grado sumo lo que hace que de un americano culto uno de los amigos más simpático y generosos".
pero
No hay duda de que sería bueno que todos los americanos en general fueran menos materialistas y algo más idealistas. Sería bueno que se fomentara más el buen humor y la alegría, y que se cultivara lo bello, aunque no fuera inmediata y extremadamente útil".
La primera edición en castellano, aunque parezca sorprendente, de Notas de América, de Ediciones B, es de 2005. Luego se ha reeditado en 2010 y en 2012 en edición conmemorativa del 200º aniversario del nacimiento del autor.

lunes, 15 de julio de 2013

Edward Bunker, Little boy blue

Un interno del correccional de Preston haciendo deporte
(Galería fotográfica de Preston Castle).
Desde que sus padres se divorciaron y su madre se largó, cuando él tenía cuatro años, Alex Hammond ha vivido en centros de acogida y escuelas militares. Son los años de la Gran Depresión y su padre no puede pagar una casa para los dos y a una mujer que cuide del niño. En Little boy blue (1981) conocemos a Alex cuando tiene once años, en 1943, y seguimos sus andanzas hasta poco antes de que cumpla quince.
Alex es un chico inteligente y con más conocimientos y un vocabulario más amplio que los demás chicos que pasan por esas instituciones gracias a que le gusta leer. Incluso es un chico reflexivo, o lo irá siendo a medida que crezca, pero no puede soportar la imposición de la autoridad, como es frecuente en esos centros, "porque sí" y ejercida con violencia por lo que siempre se rebela, se enfrenta, se mete en líos, es castigado duramente... No le importa. Su rebeldía le llevará a huir y escapar de estos centros. Sabe que le acabarán cogiendo, pero para él la sensación de libertad de los días que dure la fuga compensan con creces las duras consecuencias. Durante sus fugas irá cometiendo sus primeros delitos para conseguir dinero e irá haciendo amistades en los bajos fondos.
Además, Alex aprende rápido los "códigos" que, inevitablemente, sólo permiten la violencia como solución a los conflictos; hay que demostrar hombría, no acobardarse nunca, no ser un soplón, nunca mostrarse débil porque los débiles acaban siempre sodomizados en las duchas, no hay insulto más grave que "marica"... Así que Alex se verá envuelto también con frecuencia en peleas y enfrentamientos con otros chicos - negros, chicanos o blanquitos - ingresados en los mismos centros. Nuevos castigos. Pero tampoco le importa y, menos incluso, si se trata de sanciones de aislamiento;
Mientras tuviera libros estaría bien. De hecho, mientras tuviera libros prefería vivir en sus mundos que en la fealdad de su propio mundo real. Por el momento, no le importaba en absoluto estar en el agujero".
La literatura es para Alex la otra manera de huir de su triste realidad de huérfano criado sin familia, sin el amor de una familia, al cargo de las instituciones desde muy pequeño. Alex lee todo lo impreso que cae en sus manos; una vieja revista, una buena novela, un ensayo religioso... Porque además a Alex le gusta aprender. No le gusta la escuela pero sí aprender todo lo que pueda aprenderse leyendo; no las horribles matemáticas.
La larga lista de fugas, desafíos a la autoridad, peleas, etc. de Alex lleva a las autoridades a confinarle, a pesar de su tierna edad, en hospitales, reformatorios, correccionales, cada vez más duros y estrictos (paradójicamente, los centros más estrictos están más reglamentados, de manera que hay menos lugar para el ejercicio arbitrario de la autoridad por parte de sus responsables) hasta acabar con trece años en el correccional de Preston, dedicado a chicos muy conflictivos de entre quince y diecisiete. Preston es la antesala de San Quintín, y, para entonces y fallecido su padre, Alex ya se sabe - o se cree - destinado a acabar entre las rejas del famoso penal. Pero de Preston Alex no se fuga; sale en libertad condicional: su tía (a la que ni recordaba; su padre apenas intercambiaba felicitaciones navideñas con ella) se ha trasladado a Los Ángeles para hacerse cargo de él. ¿Tendrá Alex, por fin, una oportunidad en la vida o está condenado a acabar en San Quintin?
Es difícil identificarse con Alex Hammond, desde luego, pero al lector acaba dándole pena - más aún considerando su edad; es poco más que un niño - y siente ganas de abandonar la lectura un rato como si, deteniéndola, hubiera alguna posibilidad de que Alex pueda evitar meterse en el nuevo lío que el lector ya ve venir. Una triste historia, la de Alex. Pobre chico.
Little boy blue toma su nombre de una canción infantil tradicional que habla de un pastorcillo que se queda dormido mientras pastan las ovejas. Su autor Edward Bunker (Hollywood, 1933 - Burbank, 2005), como Alex Hammond, pasó su adolescencia en los reformatorios de California, Preston incluido. Todas sus novelas se centran en ambientes criminales y carcelarios. Además de su carrera literaria, Bunker posee una larga trayectoria cinematográfica como actor, en la que quizá su papel más popular sea el de Mr. Blue en la grandiosa Reservoir dogs (1992).
La editorial Sajalín ha publicado desde 2009 varios títulos de Edward Bunker. Pero con anterioridad sólo se habían editados en España dos de sus obras; Argos Vergara publicó en 1978 Libertad condicional - que Sajalín titula en 2009 No hay bestia tan feroz - y Alba La educación de un ladrón en 2003.

lunes, 8 de julio de 2013

José Mauro de Vasconcelos, Mi planta de naranja lima

¡Qué desgracia es tener un padre pobre!...
Exclama Zezé al comprobar que la Navidad no ha dejado nada en sus zapatillas. Zezé de Vasconcelos es un niño de cinco años. Sexto de siete hermanos en una familia pobre de Bangu, a las afueras de Rio de Janeiro. Su padre está en paro y no encuentra empleo debido a su edad. La familia vive del duro trabajo de la madre en la fábrica. Aun así han de cambiar de casa porque deben meses de alquiler que no pueden pagar.
Zezé es un niño alegre, despierto, ingenioso, ingenuo, amable, cariñoso, tierno, de imaginación desbordante, preocupado por aprender palabras nuevas y bonitas porque quiere ser poeta, precoz hasta el punto de aprender a leer por sí mismo, alumno excelente y aplicado... Cuida de Luis, su hermano pequeño. Le gusta charlar con los mayores; su tío Edmundo, que le enseña palabras que no conoce, la maestra doña Cecilia, la única de la escuela a la que nadie regala flores porque es fea y que da dinero a Zezé para que pueda merendar, Ariovaldo, el vendedor de letras de canciones de moda, o el portugués Valadares, propietario del coche más flamante del barrio.
Zezé tiene por confidente un pequeño árbol de naranja lima que hay en el patio de su casa. Con él habla, juega, sueña, corren aventuras junto a los primeros héroes del cine - mudo - del Oeste, - Tom Mix, Buck Jones, Fred Thomson... -. El arbolito de naranja lima dará su primera flor en las últimas páginas de la novela.
Pero Zezé es también muy travieso y no puede evitar gastar bromas o provocar pequeños accidentes. Por eso todos le pegan y maltratan - menos su hermana Gloria, que es quien cuida de él -. Zezé está convencido de que lleva el diablo dentro, de que es muy malo y de que no debería haber nacido.
Mi planta de naranja lima (1968) es una novela tierna, emotiva, llena de sensibilidad y de todas las demás cualidades de su protagonista, Zezé, a quien el lector acompaña con agrado en su ingenuidad infantil. Un personaje, Zezé, que, sin duda se hace querer por el lector. Una novela, que lo último que pretende es intrigar al lector y en la que, sin embargo, en ningún momento se puede adivinar cómo se va a resolver. Y que sabe también no caer en la sensiblería meliflua y melosa. Una lectura deliciosa gracias a su voz narrativa; la historia nos la relata Zezé adulto, pero con y desde las palabras, la lógica y la perspectiva del Zezé de cinco años. Ahí radica su acierto, de ahí nace la ternura de la novela y lo que convierte a Mi planta de naranja lima en una novela universal, en el sentido de que nos habla de valores que cualquier persona puede entender y compartir y de que es apta para ser leída a cualquier edad. Cada edad claro - desde la del alumno de primaria a la del anciano - tendrá su lectura, pero a todos los lectores les llegarán los sentimientos universales de los que nos habla esta novela.
Historia de un niño que un día descubrió el dolor; este es el subtítulo de la novela. Y es que Zezé descubre el dolor, el verdadero dolor, de la manera más inesperada y el día menos pensado. Así es la vida y así nos llega el dolor en ella. Terriblemente. Pero por encima del dolor tenemos siempre la obligación de vivir, de seguir viviendo. Así lo comprende también Zezé.
José Mauro de Vasconcelos nació en Bangu en 1920 y falleció en Río de Janeiro en 1984. Sus novelas se centran fundamentalmente en la vida de las clases más pobres de Brasil. Mi planta de naranja lima obtuvo un éxito inmediato y se ha convertido en una de las obras más conocidas y leídas de la literatura brasileña. Sin embargo, hasta la edición de 2011 de Libros del Asteroide, en España sólo era posible encontrar las ediciones de la editorial argentina El Ateneo. Mi planta de naranja lima ha dado lugar a varias series televisivas y dos versiones cinematográficas. Abajo, la brasileña de 1970.


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