viernes, 28 de junio de 2013

León Tolstoi, Felicidad conyugal

Jan van Beers, Retrato de una mujer joven (1883).
Felicidad conyugal (1859) es una buena novela. Sin embargo, queda tan lejos del lector de hoy...
A la muerte de su madre, María, de diecisiete años, vive con su hermana pequeña y su institutriz en su casa de campo. Esperan la llegada de su tutor para que se haga cargo de sus asuntos. El tutor, de treinta y seis años, es un amigo del difunto padre, vecino y padrino de la hermana menor. Aparece por fin en una primera visita, vuelve unos meses más tarde y, ya en verano, permanece junto a ellas durante un tiempo. Suficiente para que ella se enamore perdidamente de él. Se trata de un amor absolutamente espiritual que mucho tiene que ver con la vacía vida de María. Imaginemos lo largos que deben ser esos días - de veinticuatro horas - en el campo ruso sin otra ocupación que tocar el piano, leer un poco, charlar mientras se toma el té y ver pasar las estaciones. Sin apenas contacto con los siervos e ignorando por completo las penosas condiciones de vida de éstos. Aprovechando que es su cumpleaños - de ella - y que él ha anunciado su partida para el día siguiente, María le planta un órdago al tutor y le propone casarse. Y se casan a los quince días. Acaban los cinco capítulos de la primera parte de la novela. Se trasladan a vivir, también en el campo, en casa de la suegra - a la que la boda no le había hecho demasiada gracia -. La vida sigue siendo más o menos igual de emocionante. Hasta que, de un día para otro, María descubre que se aburre y fuerza que se muden una temporada a la ciudad, a San Petesburgo. Allí descubrirá que le gustan los bailes de la buena sociedad y su amor pasa por momentos de flaqueza. De pasión y sexo ni hablamos; puede que en un despiste del lector estos tortolitos se rocen la mano en la esquina de alguna página. Pero no más; felicidad conyugal.
Y por fin pasa algo; el amor idealizado se resquebraja, discuten por primera vez, tienen distinta opinión sobre la conveniencia de vivir en el campo o en la ciudad. Ya no se mueren si no están juntos. Incluso ¡ya no rezan juntos!. Y pasan tres años; nace un hijo y muera la suegra. Un atractivo italiano - de gran parecido casual con su marido - besa a María en la mejilla y ella casi se deja llevar por el ardor que la arrastra, pero se sobrepone y vuela a los brazos de Serguei, el marido tranquilo y paciente. Aunque nace un segundo hijo, ya nada será como antes. Al menos, súbitamente, a María le brotará el amor materno...
La novela, narrada por María, cuenta todo esto, casi en un monólogo interior, que se centra en la descripción y análisis de sus sentimientos. Ella se lo dice, se lo imagina y se lo atormenta todo sola, pero no comprende que el tiempo, con su paso, todo lo matiza. Tolstoi profundiza a la perfección en la psicología del alma femenina, su delicada prosa nos habla del amor con exquisita finura... se podrán decir estas cosas, supongo. haciendo, sin duda, justicia a la novela. También es verdad que los cuatro capítulos de la segunda parte resultan más interesantes que los de la primera. Pero para un lector del siglo XXI a esta corta novela le sobran suficientes páginas como para poder escribir dos o tres buenas historias.
Tolstoi es, como sabemos, uno de los grandes escritores rusos del siglo XIX, autor de obras tan fundamentales como Anna Karenina, Guerra y paz o La muerte de Iván Ilich, y uno de los grandes de la novela realista del siglo XIX.
Felicidad conyugal fue publicada por Destino (col. Áncora y Delfín, nº 34) en 1946. Recientemente se han publicado dos nuevas ediciones; la de Suma de Letras de 2001 - la que aquí se comenta - y la de Acantilado de 2012.
Os dejo la versión de Estudio 1 de Televisión Española:

jueves, 20 de junio de 2013

Ramiro Pinilla, Aquella edad inolvidable

Formación del Athletic en la final de Copa de 1943.
El 20 de junio de 1943, hoy hace setenta años, el Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid disputaron en el estadio Metropolitano de Madrid la final de la Copa del Generalísimo - crónica de El Mundo Deportivo -. Un gol de Telmo Zarra en los últimos minutos de la prórroga dio el título al equipo vasco. Apenas unas semanas antes el Athletic había ganado la Liga, de manera que con ese gol alcanzó un histórico doblete.
En Aquella edad inolvidable (Tusquets, 2012) ocurre que Zarra sufre una pequeña lesión el día antes del partido por lo que debe ser sustituido por un joven prometedor, que, sin embargo, no había disputado ni un minuto en la Liga; Souto Menaya. El joven delantero remata un centro en los últimos momentos de la prórroga y marca el gol del triunfo. Los vascos festejan haber ganado al equipo de Franco en los mismos morros de Franco. Pocas alegrías como esas les cabían entonces.
Meses más tarde Souto sufre una terrible entrada que fractura su pierna y su carrera. Queda lisiado para siempre. Se acabará el contrato con el Athletic y más tarde el dinero y Souto tendrá que buscar un trabajo - sentado - con el que poder comer. Lo encontrará ensobrando cromos de Blancanieves. Pero al llegar septiembre los cromos serán los de la Liga y entre ellos estará el suyo, como héroe de la final del 43. Desde Madrid, mediante un periodista del diario Marca, se le tentará con una oferta de empleo que le permitiría llevar una vida desahogada a cambio de que declare que el gol de la gloria de la final del 43 lo marcó con la mano y no con la cabeza.
Acompañando a Souto contemplaremos un historia de desgracia y sufrimiento. La de su familia, humildes trabajadores; la madre dejó de hablar cuando, siendo niños, un tren arrolló al hermano de Souto, viven de la pensión del padre y el dinero que Souto gana en el andamio. La alegría dura poco; desde que el Athletic llama a su puerta hasta que la lesión, con poco más de veinte años, le destroza la vida para siempre. Y le destroza el carácter, que se vuelve huraño, y el noviazgo, que ahora quiere romper pensando que es mejor así para su novia. Contemplaremos a esos padres y esa novia que viven en torno a la felicidad y la desgracia de Souto. Y contemplaremos también la vinculación entre el Athletic y el nacionalismo vasco y el valor del Athletic, en aquella edad, como sordo instrumento de oposición a Franco.
Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) ganó el Premio Nadal en 1960 con Las hormigas ciegas y fue finalista del Planeta en 1971, sin embargo no es un novelista demasiado conocido ya que, hasta hace unos años, publicó sus obras en editoriales de escasa difusión.
Os dejo la entrevista de Ramiro Pinilla en la cadena SER sobre Aquella edad inolvidable:




miércoles, 12 de junio de 2013

Yoko Ogawa, La piscina

Imagen de Dive (2008), de Naoto Kumazawa.
Aya, la narradora protagonista y adolescente de La piscina (1990; Funambulista, 2012), vive en el orfanato que dirigen sus padres, rodeada de niños pequeños que están allí hasta que encuentran una familia de acogida. Vive como una más de ellos; de hecho, comparte habitación con otra chica. Se siente huérfana como los demás, pues sus padres siempre están ocupados, pero sabiendo que nunca saldrá del orfanato porque ella sí tiene padres. Jun, es el único de esos chicos que tiene la edad de Aya. Han crecido juntos en el orfanato. Nada en el mundo da tanto placer a Aya como contemplar el cuerpo de Jun, las líneas de sus músculos en tensión... Por eso cada tarde, a la salida de clase, acude a la piscina en la que Jun entrena sus saltos de trampolín; desde las gradas observa a escondidas las líneas curvas de sus piernas, su limpia entrada - salpicando vale igual - en la piscina, el agua resbalándole por los hombros al emerger del fondo de la pileta, y luego, en casa, el olor fresco y limpio de la piscina en su cuerpo con el pelo todavía humedecido...
Cuando la línea de las piernas empezaba a caer describiendo un círculo casi trazado a compás, yo podía sentir el cuerpo de Jun dentro de mí. Caía mientra acariciaba mi interior. Más que un abrazo intenso era como estar enlazados los dos, de una manera cálida y serena. A pesar de no haber abrazado nunca a Jun, lo  percibía con claridad.
Porque Jun sólo saltaba para caer en aguas muy puras, y yo quería que saltara en mi interior sin ninguna salpicadura".
La de Aya es una historia de amor - de enamoramiento callado - cargada de sutil erotismo. Pero tanto placer como el que le proporciona observar el cuerpo de Jun, le produce a Aya comportarse cruelmente con los más pequeños del orfanato. Aya, que nos parece una chica como cualquier otra de su edad, capaz de soñar en secreto con el cuerpo húmedo de un amigo, es capaz también de hacer sufrir a un bebé sin mutarse por ello de repente en un demonio enloquecido. Esa es la otra cara de Aya, que da un giro a la novela:
Aunque aparentemente era muy fácil, en realidad resultaba bastante complicado: yo quería hacer llorar a Rie y contemplar los músculos mojados de Jun".
Las dos confluirán al final del relato.
La breve novela La piscina es, como suele decirse, una joyita. Despojada la narración de todo lo que resulta superfluo - no hay una localización precisa; no se indica la ciudad en la que viven y tampoco sabemos cuándo transcurre la acción, ni la edad de Aya y Jun más allá de que estudian secundaria, sin demoras en descripciones o digresiones innecesarias -, Aya, con la misma naturalidad y dulzura con la que nos relata su atracción por Jun, se complace en recordar cómo maltrata a una niña de año y medio. Y, aunque la novela tiene desenlance, bien podría ser el comienzo de una novela magnífica más larga. Desde luego, el lector se queda con ganas de saber qué pasará en el siguiente capítulo, por así decirlo..
Yoko Ogawa (Okayama, 1962) es una de las escritoras de más éxito en Japón. Hotel Iris fue su primera obra publicada en España; en 2002 por Ediciones B y en catalán por Edicions 62 y en 2005 por Planeta. Funambulista edita con regularidad las obras de esta novelista desde 2006; de ellas La fórmula preferida del profesor es la que ha alcanzado mayor renombre.

martes, 4 de junio de 2013

Barbara Comyns, La hija del veterinario

- Hay cosas que tenemos que decirnos, y es el momento de hacerlo. Lo principal es que mañana te vas de esta casa. Espero no volver a verte nunca más. Ese joven, Peebles, parece que se ha encariñado contigo, y por mí puede hacer lo que quiera. Nunca has sido hija mía. ¿Sabes que no aprendiste a andar hasta los dos años? Me ponía enfermo verte arrastrarte de culo en vez de andar como una niña normal. Eres pálida y enfermiza como un trapo viejo, y no tienes ni una pizca de carne. Pero, aunque eres una cosa miserable, aunque no eres mi hija, ¿te he privado de algo alguna vez? ¡Dímelo!".
Con estas palabras se despide Euan Rowlands, veterinario, de su hija Alice. Finaliza así lo que podemos considerar la primera parte de esta novela (hasta el capítulo XI), en la que Alice, de diecisiete años, nos relata su horrible vida en casa; un padre despótico y maltratador con su mujer y su hija, una madre frágil y aterrorizada que fallece unas páginas antes, una casa llena de animales de todo tipo, una amiga sordomuda (más vale ser sordomudo que cojo, piensa Alice) que habla por los codos, una mujerona - la señora Churchill - que viene a ayudar en la casa cuando la madre enferma y que es la única que no tiene miedo al padre de Alice, una mujer de mala reputación que viene a ocupar el lugar de la madre recién fallecida, un intento de violación sufrido por Alice...
De esta vida la rescata el veterinario, Peebles - Ojitos, le apoda Alice en secreto -, que suplió a su padre en la consulta en los días siguientes a la muerte de la madre llevándola a cuidar a su propia madre. Mujer ésta que no anda muy en sus cabales desde que se incendió su casa e intentó suicidarse. Pero, al menos, con ella - aunque rodeada de unos siniestros criados -, la vida de Alice es bastante más placentera y relajada. Incluso tiene tiempo de enamorarse de un joven del lugar. La muerte de la señora Peebles, después de que los criados huyan con los objetos de valor, pone fin a la segunda parte de la novela y Alice debe regresar a casa. Sería esta la segunda parte de la novela (capítulos XII- XVII).
Ojitos me llevó en tren a casa de mi padre. Dijo que me estaba esperando. ¡Que miedo me daba que mi padre me estuviera esperando! Yo hubiera preferido que me esperase cualquier otra persona menos él. Me acordé del día en que se puso a hablar con mi madre cuando ella ya había muerto, me acordé de sus manos fornidas y crueles, de su cabeza grande y tozuda como la de un toro, Y pensé que era un hombre terrible. El tren me acercaba poco a poco hacia él".
Con estas palabras se inicia el capítulo XVIII, la tercera parte, el desenlace de la novela, los tres últimos capítulos, Alice es tratada peor que nunca por su padre. Hasta que éste descubre un secreto de Alice del que ella se había apercibido en la primera parte de la novela y había confirmado en la segunda. Se precipita entonces uno de esos finales que no se pueden contar. Sólo que el hombre de bigote anaranjado con el que Alice se encuentra en la primera página de la novela reaparece en la última, que hay, además, una última sorpresa para el lector y que el escenario final es el que aparece en la imagen de esta entrada - el templete de Clapham Commom en Londres -, que bien podría corresponder a ese mismo día.
Los acontecimientos de la vida de Alice - que hay que imaginar hacia los años veinte - no pueden ser más terribles y desgraciados. Sin embargo, lo que podría ser un dramón tremendo se convierte en una historia grotesca, esperpéntica en el sentido valleinclanesco de la palabra, gracias a la naturalidad, el humor y la ingenuidad del lenguaje con el que Alice nos los cuenta y que nos llevan antes a la sonrisa que a la lágrima. Y por la presencia de todo tipo de animales - preferentemente aves - casi en cada página del libro; ya sea porque aparecen en el paisaje o en las comparaciones, metáforas y demás recursos con los que se expresa Alice.
La hija del veterinario (1959), de Barbara Comyns (Bidford-on-Avon, Inglaterra, 1909 - Shropshire, Inglaterra, 1992) es una lectura interesante y gozosa. Es la novela que reportó más popularidad a su autora  y dio lugar a un musical y a una serie de televisión. Su publicación en 2013 por Alba Editorial en su colección Rara avis y la de Y las cucharillas eran de Woolworths en 2012 en la misma colección suponen la primera recepción en España de esta escritora inglesa, quien, sin embargo escribió esta novela mientras residió en Ibiza y Barcelona ente 1957 y 1973.

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