lunes, 27 de mayo de 2013

Jose Dalisay, Pasando el rato en un país cálido

Busto de Ferdinand Marcos erigido
en los años setenta en los alrededores de  Baguío
y destruido por un atentado en diciembre de 2002. 
Noel Bulaong viaja desde Estados Unidos a Filipinas para asistir al entierro de su padre. Durante el vuelo de quince mil kilómetros brotan y se entremezclan los recuerdos de su vida; una infancia provinciana y humilde en el seno de una familia de clase media, la llegada a la Universidad con diecisiete años, los meses de vida semiclandestina fruto de su fe maoísta, la consecuente tensión con la familia, su encarcelamiento durante los primeros meses - en 1973 - de la Ley Marcial durante la dictadura de Ferdinand Marcos, sus comienzos en el periodismo, su trabajo en el grupo de asesores del viceministro de Bienestar Social, su decisión de trasladarse a Estados Unidos, las reapariciones de los viejos camaradas cuyas vidas siguieron caminos diversos...
El relato de Pasando el rato en un país cálido (1992; Libros del Asteroide, 2012) que, siendo fluido, no resulta apasionante, cobra fuerza e interés en su parte final, cuando la acumulación de recuerdos, a veces algo confusa, adquiere sentido y su protagonista se nos muestra como un tipo corriente que, en su día, comprendió que más le valía "pasar el rato" que morir como un héroe.
Seguramente fueron los ideales de la juventud y el ambiente universitario de aquellos comienzos de los años setenta los que llevaron a Noel a una militancia comunista que no llegó a derivar en más acciones que protestar en las revueltas estudiantiles y compartir piso con tres camaradas:
Que todos nos conociéramos y estuviéramos comprometidos con la destrucción del imperialismo estadounidense, el feudalismo y el capitalismo burocrático - la triada de nuestras aflicciones personales, ese era el nombre que les dábamos - hacía que ahí nos sintiéramos bastante seguros".
Pero tras la ley marcial y el paso por la cárcel
cuando me liberaron, sabía que no quería morir. Era más fácil creer que me había equivocado y que adolecía de un infantilismo fácil de perdonar que creer que estaba en lo cierto y que, por tanto, debía perseverar, ser un héroe a pesar de mi edad, de mi clase (...)
Había otros que sabían más, que eran más fuertes, que tenían razones más firmes que las mías para acechar al enemigo, razones santificadas por la sangre. Que lo hicieran ellos. Esa era mi excusa: yo no era nadie".
Y es esta condición de no-héroe del protagonista la que da calidez al relato, la que lo hace cercano pues resulta más fácil a las personas corrientes - al lector - identificarse con un tipo normal y comprender su comportamiento, sus contradicciones, sus miserias que hacerlo con un héroe. Sin duda nos agradaría más la historia de un hombre valiente capaz de enfrentarse a la dictadura hasta vencer o morir, pero Pasando el rato en un país cálido nos ayuda a comprender que, en semejante tesitura, se opte por pasar el rato y sobrevivir. Y podríamos reprocharle a Noel que una cosa es sobrevivir y otra acabar escribiendo discursos para los gobernantes; pero tanto la novela como la vida nos dan ejemplos de quienes abrazaron con fervor - y enriquecimiento - lo que aborrecieron, e incluso combatieron, en la juventud.
José Dalisay (Romblón, Filipinas, 1954) nos dice en el prólogo que la novela se inspira libremente en sus recuerdos; él, como Noel, estuvo encarcelado siete meses, a los dieciocho años, en 1973, como sospechoso de subversión. La edición de Pasando el rato en un país cálido de Libros del Asteroide es la única obra de Dalisay publicada en España.

viernes, 17 de mayo de 2013

Jetta Carleton, Cuatro hermanas

Escuela pública de Holden, la ciudad natal de Jetta Carleton., en 1908.
Muy parecida debemos imaginar la dirigida por Mathew Soames.
The moonflower vine (1962) es la primera novela de Jetta Carleton (Holden, Misuri, 1913 - Santa Fe, Nuevo México, 1999) y hasta hace muy poco la única conocida - en 2012 se ha publicado la recién descubierta Clair de lune -. Fue un éxito inmediato y en los años siguientes traducida y publicada en diversos países europeos. En España fue traducida por María Teresa Gispert y publicada en 1965 por la editorial Luis de Caralt y por Círculo de Lectores con el título Flor de luna. Libros del Asteroide ha rescatado la traducción de Gispert en 2009 - coincidiendo con la reedición norteamericana - con un nuevo título; Cuatro hermanas.
Cuatro hermanas es una sólida novela que, con escasas referencias temporales, nos relata la vida de una familia de Misuri durante la primera mitad del siglo XX. Una novela sólida, de gran autenticidad, que resulta conmovedora cuando la tragedia marca bruscamente la vida de los Soames para siempre. Como pasa con otras buenas novelas - Adiós, hasta mañana de William Maxwell o Una temporada para silbar de Ivan Doig, por no salir de Asteroide -, con el paso del tiempo, el lector siente cada vez más aprecio hacia Cuatro hermanas y un recuerdo más entrañable de sus personajes.
La familia Soames está formada por cuatro hijas, cuatro hermanas, de muy diferente carácter y personalidad, lo que les lleva a seguir distintos caminos en la vida.
Una madre abnegada. que apenas sabe leer:
Mi madre vivía pues, bastante retraída. Atendía a la casa, cuidaba de sus hijas y, durante cuarenta años, esperó a su marido. Día tras día, se levantaba, preparaba el desayuno y lo veía salir hacia la escuela. Noche tras noche, se sentaba a su lado y lo contemplaba mientras trabajaba. El viento aullaba en la chimenea, la tetera silbaba, la mecedora crujía y él nunca decía una palabra Estaba muy ocupado; no se le podía interrumpir. Mi madre escuchaba el tictac del reloj y, por último, se iba a la cama. Estuvo sola durante cuarenta años. Pero lo amaba, y supo esperar".
Un padre, director de la escuela de una pequeña ciudad rural de Misuri, bueno pero distante, en ocasiones autoritario, al que su estricta religiosidad metodista le lleva a estar obsesionado con el pecado, la culpa, el castigo divino y la lectura de la Biblia.
Cuando eran pequeñas, Mathew Soames era Dios y el clima para sus hijas. Era omnipotente y estaba en todas partes en casa, en la escuela, en la iglesia. No había lugar donde fueran en que el espiritu dominante no fuese el de su padre. Y, como la lluvia o el sol, el humor de su padre condicionaba todo lo que hacían.
Cuando estaba con más gente se mostraba tan agradable como podía: se reía, contaba chistes y conversaba maravillosamente. Las señoras les decían a menudo: "¡Vuestro padre es un hombre estupendo!".
Pero las niñas no podían dejar de advertir que el buen humor que exhibía en público se ensombrecía en casa. Allí solía mostrarse preocupado, parco en palabras; cuando les mandaba algo o las reñía, se mostraba indiferente con ellas. (...)
Sus excesivas ocupaciones tenían prioridad sobre cualquier otra cosa y a menudo desbarataba otros planes, como la vez que las niñas le prepararon una sorpresa para el día de su cumpleaños. Eso fue después de que se hubieran trasladado a la ciudad y hubieran aprendido cómo se organizaban las fiestas de cumpleaños. Hicieron un pastel y mamá les dejó comprar velas e incluso adornar el comedor. Se pasaron horas pintando en secreto tiras de papel con sus lápices de colores y pegándolas para que formaran anillas entrelazadas. Aquella tarde, al salir de la escuela, corrieron a casa y las colgaron por la habitación. Sacaron el mejor mantel, pusieron la mesa y colocaron el pastel en el centro. Todo quedó muy bonito. Casi no podían esperar a que papá llegara. Hacia las cinco sonó el teléfono; los otros profesores le habían preparado una sorpresa en la escuela: una cena fría en la sala de estudio, con un gran pastel. No iría a casa a cenar".
Y Ed, Edward Inwood, un díscolo alumno de Mathew Soames que acabará teniendo un papel importante en la historia de esta familia.
La narración se articula en seis partes. La primera narrada en primera persona por Mari Jo, la menor de las hijas. Las otras cinco, llevando por título el nombre de los otros miembros de la familia, con un narrador omnisciente, saltan a distintos momentos - casi todos veraniegos - importantes en la historia de la familia para volver en el último, cerrando el círculo, al momento narrado por Mari Jo, cuando las hijas, como cada verano, visitan a los padres ya mayores de setenta años, en un momento impreciso de los años cincuenta del siglo XX.

martes, 7 de mayo de 2013

Chistopher Morley, La librería ambulante

Mary Lemist Titcomb ideó una de las primeras bibliotecas
móviles, la de la foto, en Maryland en 1905.
Con algún antecedente en Inglaterra a mediados del siglo anterior, a principios del siglo XX en Estados Unidos aparecieron las primeras bibliotecas móviles con la finalidad de acercar los libros y la cultura a las zonas rurales. El fenómeno del bibliobús es hoy tan relevante en EE.UU. que desde 2010 se celebra el Día Nacional de la Biblioteca Móvil.
A empeño semejante, y como si fuera un predicador, se dedica el señor Mifflin, en La librería ambulante (1917; Periférica, 2010) - la primera novela de Christopher Morley (Haverford, Pensilvania, 1890 - Nueva York, 1957). Roger Mifflin dejó, hace siete años, su trabajo mal pagado de maestro en una escuela rural y diseñó una caravana - a la que llama Parnaso - en cuyo interior podía vivir y en cuyo exterior podía mostrar sus libros en venta. Con ella y con la yegua Pegaso y el perro Bock (por Boccaccio) recorrió los caminos procurando vender buenos libros y a cada persona el libro más adecuado para ella. Hasta llegar a la granja de Andrew McGill,
Andrew había sido hombre de negocios pero por razones de salud debió trasladarse al campo, junto a su hermana, y hacerse granjero. Todo fue bien hasta que heredaron los libros de su tío y Andrew descuidó sus labores del campo y se convirtió en 1907, en escritor de éxito. Mifflin desea venderle su librería ambulante pues le considera la persona adecuada y quiere volver a Brooklyn y escribir un libro sobre su experiencia acercando los libros a las gentes del campo.
Pero al llegar Mifflin a casa de los McGill es Helen, la hermana de Andrew, quien compra el Parnaso y decide continuar la labor de Mifflin porque, con treinta y nueve años y habiendo horneado para su hermano más de seis mil hogazas de pan, ya va siendo hora de hacer una locura, vivir su propia aventura y darle a Andrew un escarmiento. Abandona la granja y emprende el camino dejando una nota de despedida. Causas y razones diversas impiden en varias ocasiones que Mifflin consiga partir hacia Brooklyn, reencontrándose siempre con Helen. Finalmente ella comprende que el profesor Mifflin, con sus libros
había llevado el esplendor de un ideal a mi vida rutinaria y gris".
Y que se ha enamorado y
Ya sabéis que una mujer sólo se enamora una vez en su vida y si la cosa no ocurre hasta entrados los cuarenta...".
Los libros, ya sabéis, nos cambian la vida.
Para darle valor de verdad a La librería ambulante Morley se vale del artificio de decir que no es él el autor de la novela sino que se limita a recoger el relato de Helen McGill. Así, es Helen quien nos narra en primera persona esta historia que es, ante todo, homenaje a la Literatura y a los libros, como bien se entiende de estas palabras de Mifflin:
cuando le vendes un libro a alguien no solamente le estás vendiendo doce onzas de papel, tinta y pegamento. Le estás vendiendo una vida totalmente nueva. Amor, amistad y humor y barcos que navegan en la noche. En un libro cabe todo, el cielo y la tierra, en un libro de verdad, quiero decir. ¡Repámpanos! Si en lugar de librero fuera panadero, carnicero o vendedor de escobas la gente correría a su puerta a recibirme, ansiosa por recibir mi mercancía. Y heme aquí, con mi cargamento de salvaciones eternas.  Sí, señora, salvación para sus pequeñas y atribuladas almas. Y no vea cómo cuesta que lo entiendan. Sólo por eso vale la pena. Estoy haciendo algo que a nadie se le ha ocurrido hacer desde Nazareth, Maine, hasta Walla Walla, Washington. ¡Es un nuevo campo, pero vaya si vale la pena! Eso es lo que este país necesita: ¡más libros!
(...) Incluso los editores, los tipos que imprimen los libros, no se dan cuenta de lo que estoy haciendo por ellos. Algunos se resisten a darme crédito porque vendo los libros por lo que valen y no por los precios que ellos les ponen. Me escriben cartas sobre la política de precios fijos y yo les respondo hablándoles de mi política del mérito fijo. Que publiquen un buen libro y ya verán cómo lo vendo a buen precio. ¡Eso les digo! A veces creo que nadie sabe tan poco sobre libros como los propios editores. aunque supongo que es algo natural. La mayoría de los maestros de escuela no conoce bien a los niños.
(...) Lo mejor es que me lo paso bien haciendo esto. A veces Peg, Bock (el perro) y yo vamos por la carretera en un día de verano tibio y pasamos despacio frente a una pensión y vemos a los huéspedes que prefieren almorzar en la baranda. Casi todos muertos de aburrimiento, sin nada bueno que leer, nada que hacer salvo sentarse a ver cómo zumban las moscas bajo el sol mientras las gallinas rascan el suelo de un lado a otro. Sin duda, no tardaré en venderles media docena de libros que les devolverán el amor por la vida".
Sólo dos obras de Morley se habían publicado en España - El caballo de Troya en 1946 y 1959 y Trueno a la izquierda en 1946 - antes de que ahora Periférica nos haya traído La librería ambulante y su continuación La librería encantada.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Jorge Martínez Reverte, Gálvez entre los leones

El rey Juan Carlos y Jeff Rann, propietario de Rann Safaris,
en una imagen que se hizo notoria hace un año.
En el principio estuvo Gálvez. Julio Gálvez. Del principio hace ya - ¡qué barbaridad! - veinticinco años. Fue en el curso de doctorado La novela española actual de la profesora Elena Catena, curso 1987 - 88. Empezó allí mi dedicación a la novela criminal, que desembocó en mi tesis doctoral y que he intentado mantener después. Y todo empezó con Demasiado para Gálvez (1979), que después de todos estos años sigue siendo una de las novelas más divertidas que he leído nunca. La novela nos llevó a mi querida amiga Caren Varela y a mí al Pirulí. Al despacho de Jorge Martínez Reverte (Madrid, 1948), entonces subdirector de informativos no diarios de Televisión Española. Nos atendió con exquisita amabilidad y puso a nuestra disposición con total generosidad su archivo personal de recortes y documentación publicada en prensa en relación con su obra narrativa. Le estoy eternamente agradecido y aprovecho estas líneas para decirlo.
En mi trabajo para aquel curso analizaba las tres novelas para entonces publicadas por Jorge Martínez Reverte; El mensajero (1982), que, ambientada en torno a las elecciones generales de junio de 1977, recordaba la muerte del grapo Delgado de Códex ocurrida en 1979, y las dos protagonizadas por Julio Gálvez - Demasiado para Gálvez (1979) y Gálvez en Euskadi (1983).
Jorge Martínez Reverte y Julio Gálvez estuvieron también - lo que es más importante - en el principio y el nacimiento de la novela negra española. Siguiendo el camino iniciado por Manuel Vázquez Montalbán y Pepe Carvalho - a partir de Tatuaje (1974) - a finales de los años setenta, recién llegada la democracia, algunos autores, casi todos procedentes del periodismo, comenzaron a escribir novela negra como vía que les permitía contar turbios asuntos que, aunque acreditados, no podían publicar como artículos en prensa si no querían verse en los juzgados.
Julio Gálvez es un antihéroe. Periodista porque carece de las cualidades necesarias para ser cualquier otra cosa, tiene una capacidad innata para meterse en líos, para no enterarse de que está metido en líos, para salvar la vida por los pelos, para que le dejen las mujeres, para perder los trabajos... Pero es un hombre simpático, alegre, feliz, con sentido del humor, modesto, entrañable... Sin duda hay mucho en común en las biografías de Reverte y de Gálvez, pero - Reverte siempre lo dejó claro - Gálvez no es Reverte. Gálvez es el retrato y el homenaje a una generación de periodistas progresistas que a finales de los setenta soñaban con ser Woodward y Bernstein y que pertenecieron a la generación del desencanto - resultó que la democracia no era lo que habían soñado contra Franco -.
En Demasiado para Gálvez Julio Gálvez se enfrenta a una estafa inmobiliaria, el caso Serfico, obvio correlato del caso Sofico. En las últimas líneas del libro un coche vuela por los aires en la calle Claudio Coello. Gálvez en Euskadi analiza la siempre compleja situación política del País Vasco mientras se televisa el discurso de dimisión de un presidente del gobierno. Aunque Jorge Martínez Reverte, nos dijera a Caren y a mí que Gálvez no volvería, yo especulaba en mi trabajo con la necesidad de una novela que bien podría titularse Gálvez y el cambio. Curiosa e irónicamente, en 1995 apareció Gálvez y el cambio del cambio enmarcada en la última legislatura de Felipe González. Se volvería a hacer de rogar Gálvez hasta Gálvez en la frontera (2001); esta vez abordando la cuestión de la llegada de inmigrantes en patera a través del Estrecho. Después se publicó Gudari Gálvez (2005) - ésta no le he leído - en la que Gálvez vuelve nuevamente al País Vasco. En 2010 Gálvez reapareció en forma de relato veraniego en las páginas de El País; Gálvez y el jabón.
Y ahora, hace apenas unas semanas ha aparecido la sexta aventura de nuestro intrépido periodista, Galvéz entre los leones - primer capítulo - (RBA, 2013). En esta ocasión, Gálvez, ya sesentón, consigue un trabajo que le ofrece alguien con aspecto de Consejero de Turismo de Francisco Camps. Pero este empresario pronto desaparece, perseguido por la mafia rusa. Con la ayuda de Javier Tessier, escritor especialista en viajes por África (como Javier Reverte, es decir, Javier Martínez Reverte Tessier, el hermano de Jorge), Gálvez consigue enrolarse en un viaje a Tanzania tras la pista del empresario. Resultará que ninguno de sus compañeros de viaje será quien dice ser y Gálvez acabará participando, con agentes del CNI, en una rocambolesca operación para salvar la vida de alguien que cojea, que es más que un Principe y que se encuentra de cacería - y absoluto incógnito -, en la Reserva de Selous, con su amigo Jeff. A cambio de la vida de este ilustre personaje, los mafiosos consiguen mantener sus negocios intactos y ocho milloncitos de euros.
Mantiene Gálvez entre los leones las constantes de la serie; el fresco relato en primera persona, el lenguaje vivo, el humor fino e irónico, las referencias más que evidentes a hechos y personajes reales fácilmente reconocibles, Gálvez en su estado puro de periodista de raza, la presencia de Maribel, la ex mujer de Gálvez, que al modo de una buena madre - regañinas incluidas - le da refugio, sofá y desayuno, cada vez que es necesario, el cúmulo de circunstancias que rodean y superan a Gálvez, una historia de amor sin final feliz...
Una buena novela, como todas las de Gálvez, para pasar un buen rato al mismo tiempo que se repasan asuntos de nuestro país de plena actualidad (en este caso, la cacería del rey en Botswana, los asuntos turbios de Urdangarín, el modelo de hacer política exportado desde Valencia, la estafa bancaria de las preferentes...) y se reflexiona sobre la situación y los achaques de la profesión periodística. Reverte y Gálvez son garantía de lectura agradable y diversión.
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